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¿Quién no ha visto alguna vez un documental protagonizado por una exótica tribu cuyos rituales tienen escaso sentido desde nuestro punto de vista?
Seguro que al ver este tipo de prácticas ajenas se ha preguntado alguna vez cuánto hay de cierto en nuestras propias ideas religiosas, cómo surgieron o por qué muchos creemos en fuerzas y seres sobrenaturales. Para tratar de dar respuesta a algunas de estas preguntas, biólogos, psicólogos, antrópologos e historiadores, entre otros, unen esfuerzos desde hace décadas.
La clave podría encontrarse en un mecanismo que compartimos los humanos con otros animales: la hiperdetección de agencia, presente en la base del animismo, la creencia que atribuye vida, intencionalidad, voluntad o sentimientos parecidos a los del hombre a todos los objetos de la naturaleza.
La hiperdetección de agencia y el principio de participación
La selección natural ha fomentado en la mayoría de las especies un instinto de autoconservación que ha propiciado la propagación tanto de su acervo genético como de sus conductas aprendidas.
Para maximizar este éxito evolutivo, muchos animales, entre los que hay que incluir a los seres humanos, hemos desarrollado una estrategia evolutiva conocida habitualmente como hiperdetección de agencia. Dicho mecanismo hace que nos mantengamos sobrealerta al asumir que detrás de ciertos sonidos o movimientos inesperados pueden encontrarse amenazas para nuestra integridad.
Un claro reflejo es la detección de rostros y cuerpos, tanto humanos como animales, en todo tipo de elementos naturales. Desde piedras y árboles hasta nubes y conjuntos de estrellas en el firmamento. Este fenómeno psicológico se encuentra ampliamente extendido entre los humanos y recibe el nombre de pareidolia.
Probablemente, uno de los ejemplos más antiguos de pareidolia se encuentre en la cueva de Lascaux, Francia. En ella, con una datación en torno al 15 300 a.e.c., se habría representado la constelación de Tauro bajo el cúmulo de las Pléyades. Precisamente, dicha constelación fue una de las más veneradas en el Mediterráneo y el Próximo Oriente durante la antigüedad.
El desarrollo de este mecanismo de hiperdetección de agencia, conocido gracias a biólogos y psicólogos, no es suficiente para explicar la creencia en fuerzas y seres sobrenaturales. Sin embargo, se trata de una condición necesaria para que mecanismos posteriores posibiliten dicha idea. Es aquí donde entran en escena los trabajos de antropólogos y arqueólogos.
El análisis etnográfico de numerosas bandas y tribus nómadas ha puesto de manifiesto que la lógica que utilizan para comprender y relacionarse con la naturaleza no sigue un principio de no contradicción. Este se basa en reglas proposicionales, como las que se utilizan desde el pensamiento racional para elaborar hipótesis científicas.
Por el contrario, este tipo de poblaciones emplean lo que Lévy-Bruhl, en su obra El alma primitiva, denominó principio de participación. A diferencia de aquel, en este tipo de lógica no hay diferencia sustancial entre los seres humanos y la naturaleza, ni siquiera desde el punto de vista de lo natural y lo sobrenatural. Se asume así que todo evento ocurrido ha de tener un agente intencionado detrás de él, en ocasiones de carácter invisible y sobrenatural.
Esta es la explicación que dan en ocasiones los miembros de algunas tribus cuando se les pregunta cómo es posible que funcione una brújula. Para ellos, el movimiento de su varilla interior tiene que estar dirigido por seres diminutos e invisibles. Del mismo modo, si una cabaña se desploma en mitad del poblado por la acción de las termitas, la causa última estaría motivada por el deseo por parte de determinadas fuerzas de la naturaleza de llevar allí a dichos insectos. Su interés máximo se encuentra entonces en identificar dichas fuerzas invisibles y calmarlas.
De igual manera, el registro arqueológico de bandas y tribus prehistóricas guarda una estrecha relación con la información antropológica conocida.
Por ejemplo, las pinturas parietales o las famosos “venus paleolíticas” pudieron haber sido utilizadas para propiciar la denominada magia simpática. En este caso, se acepta habitualmente que el uso de estas esculturillas femeninas, de grandes pechos y anchas caderas, habría servido para controlar a las fuerzas sobrenaturales responsables de la fertilidad de animales y plantas.
Implicaciones teóricas y metodológicas
En última instancia, se han hecho esfuerzos significativos por tratar de explicar estos mecanismos evolutivos. Así, mientras un estado de sobrealerta podría facilitar la tasa de supervivencia, la creencia en agentes sobrenaturales podría haber surgido como un subproducto de aquel para acabar generando también ventajas en la misma línea.
La explicación más ampliamente aceptada para ello es la conocida como “apuesta de Pascal”. Con este argumento se plantea que la creencia en fuerzas y seres sobrenaturales que pueden perjudicar a quienes no cumplan su voluntad tiene a priori escasos riesgos y grandes beneficios, independientemente de que dichas ideas y prácticas sean ciertas desde un punto de vista religioso.
Un ejemplo del sentido otorgado a la apuesta de Pascal se refleja en la creencia en el mal de ojo. Para los no practicantes, actuar o no en relación a su existencia no influiría en nada en sus vidas siempre y cuando efectivamente no exista. Sin embargo, en caso contrario, realizar rituales y portar objetos contra él sería mucho más beneficioso que no hacerlo. Desde este punto de vista, el surgimiento del pensamiento religioso habría logrado consolidarse gracias al miedo a lo desconocido.
Como habrá comprobado el lector, la explicación aquí desarrollada no se centra en el utilitarismo personal y social de la religión. En cambio, se ha tratado de explicar cuál pudo haber sido el surgimiento de tales prácticas y creencias. El animismo no es un recurso grupal para explicar el comienzo de las creencias en lo sobrenatural, sino un recurso individual compartido por todos los seres humanos dadas sus características cerebrales.
Basado en este supuesto, el animismo pudo haberse construido a partir de una suma de percepciones individuales. Desde este punto de vista, el origen de las creencias se puede rastrear antropológicamente y, por comparación, con el registro arqueológico. Esta aparente contradicción entre hipótesis presentistas y estudios sobre grupos pasados no hay que verla como un problema. Todo lo contrario. Siendo conscientes de su limitación, ofrece un enorme potencial para la disciplina arqueológica.
Álvaro Gómez Peña, Profesor Sustituto Interino del Departamento de Prehistoria y Arqueología, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.