La vida laboral en Roma: ¿qué consideración tenían los trabajadores?

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Relieve encontrado cerca de Trier: un profesor con tres discípulos. Circa 180-185. Shakko/Wikimedia Commons, CC BY-SA
 
Santiago Castán Pérez-Gómez, Universidad Rey Juan Carlos

El trabajo ha sido una necesidad humana desde el amanecer de los tiempos. Mujeres y hombres se han visto en la necesidad de trabajar para subsistir y mejorar sus condiciones de vida. Hoy concebimos el trabajo como una dignidad y un derecho fundamental, pero hay que recordar que esto no siempre ha sido así, porque en las sociedades grecolatinas progresivamente se incubó un sentimiento de desprecio hacia el trabajo en general y, especialmente, hacia el trabajo manual y retribuido.

La causa principal de ese sentir negativo hacia el trabajo fue la existencia de la esclavitud y su integración en la estructura económica de muchos pueblos. La tenencia de uno o varios esclavos suponía para sus dueños disponer de una mano de obra numerosa, forzosa y gratuita, así como la ventaja de excluir el trabajo de sus condiciones de vida.

Mosaico romano de Dougga que representa a unos esclavos. Pascal Radigue/Wikimedia Commons, CC BY-SA
 

A los esclavos les fueron reservadas las tareas físicas más duras, las actividades manuales, aunque también hubo esclavos dedicados a otras tareas más intelectuales, como la enseñanza, la medicina, etc., las denominadas profesiones liberales.

Al mismo tiempo, filósofos e intelectuales como Platón, Sócrates y Cicerón fomentaron entre las clases altas la idea de que el trabajo era un “dolor”, un “castigo”, algo que era propio, por tanto, de los esclavos.

Profesiones manuales e intelectuales (o liberales)

Del pensamiento griego procede también la distinción entre “profesiones manuales” y “profesiones intelectuales o liberales” (studia liberalia), una clasificación que Cicerón llevó a la praxis laboral romana, rechazando la mayor parte de las actividades de los comerciantes, usureros, artesanos y, en general, de todos aquellos que recibían un salario por sus esfuerzos y no por sus talentos (actividades inliberales et sordidi). Por el contrario, ensalza la agricultura y otras profesiones que denomina “sabias” o “liberales”, como la medicina, arquitectura o la enseñanza.

La jurisprudencia romana también se hizo eco de esta clasificación, que por otro lado fue modificándose al compás de los tiempos: trabajos antiguamente considerados indignos pasaron a tener un reconocimiento social mucho más positivo. El jurista Ulpiano enumera una serie de profesiones consideradas un ars o pertenecientes a los studia liberalia, pero lo hace desde un punto de vista jurídico-económico, en función de la forma de percibir la retribución por sus servicios.

Grabado de Trier. Labores agrícolas. Wikimedia Commons
 

Por regla general, los trabajadores intelectuales recibían unos honoraria (honorarios) por el trabajo realizado, mientras que los trabajadores manuales percibían una merces (renta, que aquí sería el equivalente de un salarium o salario), en función de la forma contractual con la que se hubiese formalizado el acuerdo de trabajo. Por el hecho de recibir una merces en las fuentes los trabajadores aparecen denominados mercennarii (trabajadores manuales, no especializados, asalariados, de donde procede el vocablo “mercenario”).

El trabajo en el campo

De todas las ocupaciones del Mundo Antiguo, en Roma la agricultura fue siempre considerada la más digna y provechosa. No puede olvidarse que fue la actividad económica principal entre los antiguos y Roma fue, durante siglos, una comunidad de agricultores.

Ejemplar del siglo XV de ‘De agricultura’. Sailko/Wikimedia Commons, CC BY
 

Catón el Viejo recordaba, en el prefacio de su tratado De Agri Cultura, que al hombre de bien los antiguos lo llamaban “buen agricultor”, considerándolo el mayor elogio. Y Cicerón, entre los oficios dignos, enumeraba en primer lugar la agricultura. Sin embargo, la coyuntura de la esclavitud desvirtuó la práctica de este noble oficio. Los esclavos, desde el siglo II a. e. c., fueron desplazando progresivamente a los hombres libres de las explotaciones agrícolas.

La Medicina

Los médicos fueron apreciados en Roma, pero no en todas las épocas. Procedentes de Grecia, cuna de la Medicina, muchos de ellos llegaron inicialmente en calidad de esclavos a finales del siglo III a. e. c., aunque ejercieron posteriormente su profesión unos como libertos y otros como hombres libres.

Niño enfermo llevado al templo de Asclepio. John William Waterhouse/Wikimedia Commons
 

Por Catón sabemos que no eran apreciados en su tiempo (s. II a. e. c.) y despertaban escasa simpatía en la sociedad de la época. A través de Plinio sabemos que llegó incluso a prohibir a su hijo todo contacto con médicos: “interdixi tibi de medicis”.

En el siglo I a. e. c., Cicerón considera ya la Medicina un ars. Sus servicios eran muy valorados en Roma y, además, remunerados, salvo que fuesen libertos y estuviesen ligados por el derecho de patronato. Durante la época imperial se incrementó notablemente su prestigio social y llegaron a ser receptores de numerosos privilegios, como la concesión de la ciudadanía romana y la exención de impuestos.

Las profesiones jurídicas

En Roma existieron dos profesiones jurídicas: la de los juristas, que impulsaron el nacimiento de la jurisprudencia romana (iurisprudentia), y la de los abogados (advocati), que se dedicaban al ejercicio práctico del Derecho.

Los primeros fueron los artífices del brillante desarrollo de las instituciones jurídicas, creaban Derecho y asesoraban a magistrados y particulares. Los abogados eran peritos en Derecho y se encargaban de la representación procesal de sus clientes. Ambas profesiones fueron muy valoradas en Roma en todo momento.

La educación

La enseñanza fue una actividad que durante largo tiempo estuvo ceñida al ámbito doméstico: la madre los primeros años y luego el padre se encargaban de la formación de sus hijos. Cuando Roma entró en contacto con el mundo griego, la educación se confió a esclavos y libertos procedentes de esta cultura, de modo que el reconocimiento social que tenían los profesores era escaso como consecuencia de su condición civil.

Niños jugando a la pelota. Circa s. II a.e.c. Marie-Lan Nguyen/Wikimedia Commons, CC BY
 

Más adelante, el interés por la cultura superó antiguos prejuicios, valorándose esta actividad. Como los médicos, los profesores en época imperial recibieron inmunidades y privilegios.

El trabajo de los artesanos

Escasa consideración social tuvo casi siempre el trabajo de los artesanos. Con el término artifex (artesano) se denominaban a los trabajadores que integraban la mayor parte de los oficios tradicionales y conocidos, como pescadores, orfebres, sastres, cocineros, alfareros, etc., pero también a otros que se dedicaban a actividades que hoy denominamos artísticas, como la pintura o la escultura.

Para Séneca, pintores y escultores no ejercían un arte liberal, sino un oficio servil, servidores del lujo ajeno. Sin embargo, es obvio que el artesano se hallaba en posesión de un ars, gozaba de los conocimientos técnicos y la habilidad necesaria para el desarrollo de su profesión y la elaboración de manufacturas y obras de arte. Aun así, eran considerados simples trabajadores manuales, mercennarii por el hecho de percibir un salario por sus servicios.

Finalmente, Constantino dictó en el año 337 una ley por la que hasta un total de cuarenta profesiones quedaban eximidas del pago de ciertos impuestos o cargas económicas (pintores, escultores, plateros, carpinteros, etc.), lo que en cierta medida era un reconocimiento a su trabajo.

Epílogo

Es evidente que en la actualidad no existen profesiones indignas, fuera de las delictivas o altamente inmorales. Y la importancia de la clasificación entre profesiones manuales e intelectuales es simplemente relativa. Cualquier trabajo es de por sí inteligente, como decía Alonso Olea, y no es ni simplemente manual ni puramente intelectual, pues el desempeño de cualquier actividad de sesgo laboral precisa la interacción de ambas fuerzas.The Conversation

Santiago Castán Pérez-Gómez, Profesor Titular de Derecho Romano, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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