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Hace más de mil años que Europa entera –y en los últimos tiempos no solo Europa– camina hacia el “fin de la tierra”, el Finisterre gallego, para alcanzar Santiago de Compostela.
Descubierto el sepulcro en la década de los años 820, y pese a la compleja explicación de su existencia, su tumba ha sido objeto incesante de una de las tres grandes peregrinaciones cristianas, junto a Roma y Jerusalén. Incluso aunque en el mundo actual los motivos del viaje sean sin duda muy variados o que se cuestione –y eso no es nuevo– la veracidad de la reliquia.
Pero desde el análisis del historiador lo importante es que la sociedad de su tiempo lo creyó, sin reclamación alguna de otros posibles enclaves, y que enseguida se desencadenó un movimiento imparable. El impacto del Camino fue, en toda la Edad Media, tanto religioso como político. Sin él se comprenden mal ciertas construcciones ideológicas, flujos económicos y sociales, organización del territorio, difusión de las ideas, la cultura o el arte.
Conocemos un destacado elenco de peregrinos desde que Teodomiro, obispo de Iria Flavia, se desplazara a comprobar aquello que un ermitaño local manifestaba haber visto: unas luces señalando un sepulcro, según cuenta el relato posterior. Hasta no hace mucho, cuando la arqueología dio con su propia losa sepulcral, Teodomiro se consideraba una figura legendaria; ahora sabemos que no. La afluencia se constata desde antes del final del siglo IX y ya no parará, aunque haya etapas de mayor o menor relevancia.
Lo que aquí se quiere explicar es que, junto a los peregrinos reales, hay otros imaginarios: personajes que nunca fueron ni, en realidad, pudieron ir. Pero la imaginación, la leyenda o la memoria, recrearon, reinventaron, reescribieron o ilustraron que habían ido. O que habían acompañado a quienes sí fueron.
El inicio de la peregrinación y la relevancia de Santiago
Cuando llega a la corte de Oviedo la noticia del singular hallazgo, es el propio rey Alfonso II quien se pone en marcha. Es un monarca fundador tras un accidentado acceso al trono, uno de los constructores de una monarquía aún necesitada de fundamentos jurídicos e ideológicos y todavía a merced de otras sacudidas sucesorias tras su muerte sin heredero directo.
Buscó dichos fundamentos –y cruzó legados y mensajes– en los ideales del reino franco-carolingio, cuando precisamente Carlomagno intervenía activamente en el Pirineo, donde finalmente consolidaría ciertos enclaves políticos de su imperio, empezando por el condado de Barcelona (801). Y supo encontrarlos, también, en el prodigioso hallazgo gallego: nada menos que la tumba de un apóstol. Alfonso II edificó la primera basílica compostelana, y casi un siglo después Alfonso III construiría la segunda.
Los dos Alfonsos fueron personalmente en peregrinación y entre ambos pusieron en marcha un culto ligado intensamente a la consolidación de la propia realeza y a su expansión cristiana. Uno y otro donaron a Santiago y a Oviedo sendas cruces procesionales magníficas (sólo se conserva la de Oviedo), de forma bizantina –otro rasgo de contenido ideológico relevante–, arropadas por un singular texto: “por este signo vencerás”, “este signo protege a los benditos/buenos”.
Todavía reinando el último ya se considera a Santiago como patrón del reino y protector de la expansión del territorio. Y se va consolidando además la idea de que las reliquias ovetenses son paso –o desvío– necesario antes de llegar a Santiago.
Carlomagno, el rey peregrino que no fue
Carlomagno, que muere en el 814, antes del hallazgo de la tumba, está definitivamente unido a la peregrinación porque la imaginación y la leyenda lo han llevado a Santiago y, con su ayuda, por toda la Península.
Llamado a Zaragoza en el 777 para una teórica entrega de la ciudad, las dos columnas de su ejército volvieron humilladas por donde habían venido, y la retaguardia de la occidental sería clamorosamente derrotada en Roncesvalles (778). Se iniciaba así un indudable interés del rey por el control del Pirineo, que culminaría con éxito en algunos sectores.
Hasta ahí la historia real, que el Cantar de Roldán luego adornó con maestría.
En el siglo XII, el códice del Pseudo Turpin amplía la aventura. Santiago se aparecería a Carlomagno en sueños para mostrarle un “camino de estrellas” hacia la tumba donde yacía olvidado. Y entonces la historia se reinventa: Carlomagno vuelve y va liberando “el Camino”, y Roldán –que no ha muerto en la batalla de Roncesvalles– vence al gigante Ferragut en un combate singular donde las religiones cristiana y musulmana estaban en juego.
Carlomagno, cuyos pecados se borraron milagrosamente ante Santiago, aún volvería más veces –según el relato–, y conquistaría, claro, toda la Península, hasta Córdoba inclusive. La antigua derrota se ha convertido en victoria y, aunque nada es real, el Camino entero sigue lleno de referencias al emperador. El relato de la “vía de estrellas”, que ciertamente el peregrino busca –y encuentra– en el alto de Ibañeta, forma parte de un imaginario inamovible. Y esta singular historia está en la construcción política y memorial del propio reino carolingio.
Otros que velan la ruta
Junto a estos monarcas que la imaginación llevó hasta Compostela, hay otros que, peregrinos de Oriente hacia Occidente y siguiendo una estrella, también redirigidos en sueños, culminan un viaje que los convierte en precursores de la peregrinación y protectores de todo viaje, incluido el ultimo, el de la muerte.
Desde los confines de Europa y hasta la entrada del antiguo coro pétreo del maestro Mateo, en el interior de la catedral compostelana, la representación de los Reyes Magos jalona intensamente el camino. En viaje a caballo o en camello, postrados adorando o entregando las ofrendas, señalado con frecuencia a la estrella-guía, la escultura, la pintura y la miniatura marcan desde las grandes abadías a las diminutas iglesias.
El sueño de los magos que tan delicadamente se representó en Saint Lazare de Autun se reitera casi idéntico en otros varios lugares, entre ellos en Puente la Reina, en las arcadas de la iglesia del Crucifijo. Ciertamente la Epifanía es una escena relevante de las Escrituras, pero su vinculación con la idea de peregrinación es tal que su presencia en todos los lugares significativos de la ruta es más que notoria.
Ir a Santiago era emprender uno de los viajes más emblemáticos del mundo medieval, cargado de símbolos, leyenda, aspiraciones religiosas, incertidumbre… De relatos que el hombre medieval entendía muy bien: los de un Carlomagno que nunca pudo haber ido pero generó un poderoso conjunto de historias ligadas para siempre a la peregrinación. Y el de esos Reyes Magos, protectores y precursores, que la imaginación ha querido que aparcasen sus caballos –porque así es como están representados– en el pórtico del coro de Compostela.
Eloísa Ramírez Vaquero, Catedrática de Historia Medieval, Universidad Pública de Navarra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.