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Las cumbres del clima comparten dos importantes características con la desobediencia civil no violenta: ambas son tan imprescindibles como insuficientes. También son incómodas, pero en eso gana, y por mucha diferencia, la desobediencia.
Lo que sí es una notable diferencia entre ambas es el caso que hacen a la ciencia: las cumbres del clima trabajan sobre la evidencia científica del cambio climático y sus impactos, sin avanzar apenas en las recomendaciones científicas. Sin embargo, sólo quienes participan en los actos de desobediencia civil parecen tomarse realmente en serio las advertencias de los científicos y científicas de todo el mundo.
Los gobiernos siguen subvencionando los combustibles fósiles
La modesta ambición de los acuerdos climáticos que año tras año se alcanzan en las cumbres del clima revela la complejidad de lograr acuerdos globales y, especialmente, que los representantes de cada país tienen otras prioridades a la hora de negociar su compromiso de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero.
No sólo las emisiones aumentan, cuando deberían disminuir, sino que los gobiernos no dejan de subsidiar todos los combustibles fósiles, incluyendo el más sucio, el carbón, que en 2022 ha protagonizado un terrible renacimiento.
La inquietud global por la inacción climática de los gobiernos crece y se manifiesta.
El objetivo del activismo se ha alcanzado: incomodar
Tras el parón forzoso de la covid-19, y ante la escasa atención política a la crisis climática, han aumentado las manifestaciones ciudadanas, agrupando numerosos colectivos, algunas coordinadas a nivel global.
Ante la cumbre número 27 del clima (Conferencia de las Partes o COP), numerosos ciudadanos, incluyendo activistas, científicos y teólogos han participado en actos de desobediencia que han logrado uno de sus objetivos: incomodar.
Hay más dudas y mucha polémica sobre si han conseguido otro de sus objetivos: que se hable de la emergencia climática y el rotundo incumplimiento del Acuerdo de París.
Muchas de estas acciones han llamado la atención internacional sin provocar ningún daño. Entre ellas, tirar sopa de tomate al cristal que protege un cuadro famoso de Van Gogh o de Goya, lanzar una tarta a una figura de cera de Carlos III o pegarse a coches deportivos. Hemos escuchado voces airadas y muchas quejas. Incluso se argumenta que estas acciones podrían generar el efecto contrario del que buscan.
¿Quién se queja de las protestas?
Antes de seguir analizando la polémica, unas preguntas: ¿Quién se queja de estas acciones? ¿Acaso se quejan los ciudadanos de Sierra Leona, o los últimos habitantes que quedan de las islas Tuvalu y tantas otras engullidas por la subida del nivel del mar? ¿Hay entre los que escriben airadas columnas o pronuncian enfadados discursos algún migrante climático o alguien que ha perdido su casa en un incendio de sexta generación? ¿Le ha parecido mal alguna de estas acciones a los familiares de esos 5 000 españoles que perdieron la vida como consecuencia de las olas de calor del verano de 2022? Estas voces proceden principalmente de miembros afortunados de una sociedad adormecida a quienes sienta mal que les despierten de la siesta.
La inacción climática genera nuevos activismos
Las voces molestas por una desobediencia incómoda no reparan en el hecho de que quienes recurren a la desobediencia civil no violenta no son solo jóvenes rebeldes antisistema. Estos actos que acaparan titulares, se planean con sumo detalle para no generar daños irreparables a las obras, y cuentan con la asesoría de abogados y juristas voluntarios para que la acción se aleje lo menos posible de los marcos legales de cada país. En estos actos también participan científicos y otros segmentos muy variados de la sociedad.
Científicos y teólogos, juntos en la desobediencia climática
Científicos de más de 40 países, agrupados en movimientos como Scientist Rebellion (Rebelión Científica) han decidido no dejar solos a los millones de activistas de todo el mundo que se apoyan en la ciencia para forzar un cambio profundo en nuestro sistema socioeconómico, un cambio que permita atajar el cambio climático. Teólogos, y representantes de colectivos cristianos recurren también a la desobediencia civil no violenta para detener el calentamiento global.
Muchos cristianos se manifiestan por el clima, inspirados por la encíclica Laudatio Si del papa Francisco, un documento basado en la evidencia científica y que exhorta a proteger el planeta en el que vivimos.
El número de movimientos de protesta se ha triplicado desde 2006
En los últimos años se ha producido un crecimiento espectacular de los movimientos sociales que manifiestan su disconformidad mediante movilizaciones públicas y actos de desobediencia civil, desde Black Lives Matter y Fridays for Future hasta las protestas masivas de los agricultores indios. El número de movimientos de protesta se triplicó entre 2006 y 2020.
Los datos revelan que estos nuevos activistas son muy eficientes. El trabajo de Extinction Rebellion (XR) en UK evitó 13 toneladas de dióxido de carbono por cada libra que gastó en promoción; por cada dólar gastado por Sunrise Movement, se evitaron aproximadamente cinco toneladas de dióxido de carbono.
La relación coste-eficacia de XR y del Movimiento Sunrise es mejor que la de una de las organizaciones benéficas climáticas mejor valoradas a nivel mundial, Clean Air Task Force, por factores de 12 y 6 veces respectivamente.
El apoyo de corporaciones y fortunas con problemas de conciencia
Incluso los movimientos de protesta con escasa financiación han tenido un impacto catalizador en la consecución de cambios positivos a gran escala. Así, el apoyo a los movimientos de protesta jóvenes y emergentes podría ser una de las cosas más impactantes en las que pueden participar los filántropos, y muchos de nosotros. De hecho, los herederos y beneficiarios de dos grandes fortunas petroleras estadounidenses apoyan a grupos que luchan por bloquear proyectos de combustibles fósiles. Sienten una obligación moral.
Equation Campaign, fundada en 2020 brinda apoyo económico y defensa jurídica a las personas que viven cerca de oleoductos y refinerías, y que están tratando de detener el aumento de los combustibles fósiles mediante métodos que incluyen la desobediencia civil. Estos objetivos se comparten con el Fondo para la Emergencia Climática, fundado en 2019 en California. Ambas cuentan con respaldo económico de descendientes Getty Oil y de la familia Rockefeller que fundó Standard Oil en 1870. Save Old Growth y Just Stop Oil son otros grupos muy eficientes en la lucha climática que cuentan con apoyos económicos de fortunas creadas a partir del negocio del petróleo.
La angustiosa necesidad de la desobediencia
Merece la pena no olvidar que Mary Richardson y sus compañeras incomodaron a la sociedad británica de hace un siglo, y el sufragio se hizo realmente universal. Hasta entonces solo tenía derecho a voto la mitad de la población. Si eras mujer, no votabas. Mary apuñaló el cuadro de la Venus del Espejo, arriesgó su integridad física y su libertad y logró junto con el resto de las sufragistas cambiar las cosas.
La desobediencia no busca hacer amigos. El cambio climático es un problema grave que nos afecta a todos y que trae consigo una terrible injusticia: aquellos países y aquellas partes de la sociedad que más sufren las consecuencias son precisamente quienes menos han influido o influyen en el calentamiento de la atmósfera.
La cruel paradoja de los países que menos emiten
Pakistan, que ha contribuido con menos de un 1% a la emisión de gases de efecto invernadero tiene un tercio de su país bajo el agua tras sufrir las avalanchas históricas de unos glaciares que se funden a marchas forzadas, generando una tremenda cascada de impactos que evidencian una dramática injusticia climática. Todos estamos haciendo esfuerzos para reducir emisiones, mientras un 1% de los que viajan en avión (quienes viajan en jets particulares o en primera clase) son responsables del 50% de las emisiones del sector aeronáutico.
Para abordar la crisis climática se realizan anualmente unas grandes, costosas y muy paradójicas cumbres del clima, en las que líderes políticos y grandes empresarios viajan precisamente en jets privados. La número 21, que se celebró en París en 2015, fue especialmente importante porque en ella se estableció que no debíamos rebasar una temperatura superior a 1,5 C de calentamiento sobre la era preindustrial en el conocido Acuerdo de París.
El problema con el Acuerdo de París de la COP 21 es que en lo único que nos hemos puesto realmente de acuerdo es en incumplirlo. Las emisiones que tenían que ir bajando no paran de subir, aumentando lo que se conoce como “brecha de emisiones”, la dolorosa y peligrosa distancia entre donde deberíamos estar y donde estamos en términos de emisiones de gases de efecto invernadero.
Por este cúmulo de circunstancias y resultados las cumbres del clima son a todas luces insuficientes. También por todo esto la desobediencia civil es angustiosamente imprescindible. Perdonen las molestias.
Fernando Valladares does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.