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La lucha contra el cambio climático es, sin duda, uno de los desafíos más grandes a los que nos enfrentamos como sociedad. No comprometerse con ella es, como mínimo, insensato e imprudente.
Sin embargo, las imágenes de la salsa de tomate y sopa de guisantes arrojadas sobre sendos Van Goghs, el puré de patata sobre un Monet o, en esta última semana, el ataque a los Goyas en el Museo del Prado nos llevan a interrogarnos sobre los niveles de protección y seguridad y sobre la realidad de los riesgos que corren las obras en las instituciones que custodian patrimonio cultural.
El trabajo de los profesionales de las instituciones culturales
El trabajo sistemático desarrollado por los profesionales de las instituciones culturales dentro de sus planes de conservación y protección de colecciones contempla el vandalismo como un riesgo efectivo por el alto carácter degradante que puede tener para las colecciones que custodian.
Debemos ser conscientes de la fragilidad y vulnerabilidad de las obras y de los esfuerzos de los museos por lograr un equilibrio razonable entre su protección y las condiciones de acceso y disfrute del público. De hecho, la prevención de los actos vandálicos es una tarea compleja. Esta no recae únicamente sobre los conservadores-restauradores de obras de arte, sino que resulta imprescindible la concurrencia de un trabajo en equipo de muchos departamentos. En ello, el de seguridad juega un papel muy relevante por sus actividades de control.
La mayoría de los museos e instituciones culturales cuentan con planes de protección de colecciones y medidas de prevención desplegadas y ejecutadas de forma sistemática para prevenir los actos vandálicos. Entre estas se incluyen escáneres, catenarias, personal de seguridad, personal de sala, instalación de taquillas para el depósito de bolsos y objetos personales de los usuarios, cristales y vitrinas de protección, circuito cerrado de televisión, control de aforo, distancia de seguridad, etc.
Pero dado que es imposible aspirar a una situación de riesgo cero, los profesionales están preparados para afrontar los problemas siguiendo procedimientos de trabajo establecidos anticipadamente en la institución. La planificación previa del procedimiento de actuación ante un acto de vandalismo es clave para ejecutar una rápida respuesta con el objetivo de minimizar los daños.
Dependiendo del impacto y del daño infligido a las obras, el escenario de actuación será diferente. Este atenderá a la combinación de los factores que entren en juego: la protección con la que cuente la obra, sus características materiales, su estado de conservación, el tipo de ataque, si es mecánico o químico, si este último es un agente corrosivo o no –y, en caso de que lo fuera, el tiempo de actuación del mismo–, etc.
¿Por qué las obras sí corren riesgos?
Las imágenes de esta serie de actos vandálicos iniciados en la primavera de 2022, que han sido difundidas, no lo olvidemos, en la mayoría de los casos por las propias organizaciones a las que pertenecen los activistas, nos muestran ataques a obras protegidas con cristal, a sus marcos o a los espacios circundantes, y van acompañadas de declaraciones en las que manifiestan que nunca dañarían las obras.
Desde esta perspectiva, podríamos pensar que las acciones son tremendamente eficientes –máxima visibilidad y mínimo daño–. También pueden inducirnos a creer que se encuentran perfectamente controladas por los activistas para no dañar a las obras y no someterlas a ningún riesgo. Sin embargo, no parece muy acertado suscribir esa afirmación.
Uno de los argumentos que los atacantes han manejado es que las obras se encuentran protegidas por cristales, pervirtiendo el sentido mismo de este dispositivo. Al contrario de lo que se pueda pensar, las piezas se encuentran preservadas con cristales precisamente porque son muy delicadas y vulnerables, y los profesionales de los museos las protegen para que tengan unas condiciones óptimas de conservación para el disfrute de las siguientes generaciones.
Pero es que, además, cualquier acto vandálico conlleva una situación de incertidumbre, no todo está bajo control. Es decir, la interactuación de los activistas con los trabajadores de los museos o el público puede conducir la acción a un lugar imprevisto e indeseado.
Por otro lado, las sustancias arrojadas sobre la superficie del cristal pueden filtrarse por las juntas y dañar la obra a la vez que el impacto produce vibraciones que también conllevan pérdidas o deformaciones.
Tampoco hay que ignorar que los marcos a los que se adhieren los activistas con sustancias muy perjudiciales (cianocrilato) pueden tener un alto valor histórico que también los hace susceptibles de protección.
Moderación mediática
Otra posible consecuencia negativa, y ya lo estamos comprobando, es la generación de un patrón repetitivo, que fomenta el efecto imitación y, finalmente, pone en jaque todo un sistema de custodia. En la medida en que las acciones vandálicas se acometen para atraer la atención de los medios, deberíamos poder reclamar a estos una mayor sensibilización orientada a minimizar la cobertura mediática. Podría seguirse el ejemplo de las retransmisiones deportivas en directo, en las que se omiten sistemáticamente las imágenes de irrupciones de actos reivindicativos o vandálicos.
Es imprescindible un esfuerzo colectivo para evitar la revictimización de estas obras excepcionales. No olvidemos que, en muchos casos, llevamos siglos salvaguardándolas de desastres como guerras, incendios o terremotos y que, en las últimas décadas, hemos tenido que añadir los efectos catastróficos producidos por el cambio climático. Nosotros solo somos custodios temporales de unas obras que nos trascienden, y ese es nuestro deber moral.
Este artículo ha sido realizado con la colaboración de Jorge García, jefe del departamento de Restauración del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Pilar Montero Vilar ne travaille pas, ne conseille pas, ne possède pas de parts, ne reçoit pas de fonds d'une organisation qui pourrait tirer profit de cet article, et n'a déclaré aucune autre affiliation que son organisme de recherche.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.