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El logotipo de Twitter, Larry, es un azulejo de montaña de bello plumaje azul que vivía enjaulado, sin libertad. O al menos eso es lo que creía el magnate Elon Musk al comprar Twitter y anunciar su liberación el pasado mes de octubre. Esa “libertad” puede suponer un alto precio para la ciencia.
Desde el anuncio de Musk, las noticias de despidos masivos, el patinazo del sistema de verificación Blue, los bandazos en la política de moderación de contenidos y anuncios de “amnistías generales” para cuentas suspendidas no han hecho más que hacer temblar los cimientos de la compañía.
Cuando un edificio tiembla suele haber dos reacciones muy comunes. La primera es esconderse debajo de una mesa y confiar en que pronto pase el seísmo. Con un poco de suerte no habrá daños y todo quedará en un susto. La segunda es salir corriendo a la búsqueda de cielo abierto.
Esto último es lo que están haciendo cada día decenas de miles de usuarios, migrando a plataformas de código abierto como Mastodon. De momento, aunque parezcan cifras enormes, no llegan a hacer cosquillas al gigante de Twitter con sus casi 450 millones de usuarios activos cada mes.
El altavoz de los investigadores
Twitter es la red social preferida por los investigadores para difundir los resultados de sus investigaciones, divulgar conocimiento científico o simplemente conectar con otros colegas. Varios estudios apuntan a que aquellos investigadores más activos en Twitter logran difundir mejor sus publicaciones científicas, mejorando su impacto científico cuando tienen un número apreciable de seguidores. La presencia en Twitter está tan normalizada en el ámbito académico que revistas científicas, congresos e instituciones del ámbito científico y tecnológico lo utilizan como plataforma de difusión.
Ejemplo de iniciativas de éxito es el concurso #HiloTesis organizado por la Crue Universidades Españolas, que en la edición de este año ha logrado reunir más de 300 tesis doctorales explicadas en apenas 20 tweets.
Parte del éxito se debe a la globalidad e inmediatez de la información, las mismas características que nutren la desinformación en las redes. En la jungla de las redes sociales, el discurso de investigadores permite desbrozar el camino de bulos y pseudociencia, por lo que la presencia de la comunidad científica en esta red social, más que una pérdida de tiempo, resulta una inversión. Pero, ¿qué sucederá si a esta posible migración de usuarios se une la comunidad científica? ¿Dónde y cómo se va desarrollar toda esta actividad virtual que se había desencadenado en los últimos años?
Ciencia de datos: la API de Twitter
Mientras seguimos la discusión sobre si salir del edificio o meternos debajo de la mesa, perdemos el foco sobre una componente igual de importante que es el acceso con fines de investigación al gran conjunto de datos que es Twitter.
Twitter tiene una interfaz de programación de aplicaciones (application programming interface, API, en inglés) bien documentada y madura que permite acceder con unas pocas líneas de código a una ingente cantidad de datos. Gracias a técnicas como el procesamiento natural del lenguaje o el análisis de las imágenes asociadas en los tuits, se ha podido avanzar en el conocimiento en muchas áreas de la ciencia.
Conocidos son los estudios en relación a política e intención de voto, violencia de género (recordemos el #metoo), prevención de suicidios, o el seguimiento de la evolución de la covid como caso más global y cercano. La diversidad de estudios es creciente.
Hace unos años, en colaboración con el Servicio de Farmacia Hospitalaria del Complejo Hospitalario de Vigo, tuve oportunidad de estudiar los comentarios que vertían los usuarios de Twitter en relación a la terapia biológica que recibían , dejando entrever qué fármacos eran más tolerados y aquellos con más beneficio sobre el paciente, algo de suma importancia teniendo en cuenta el coste de la medicación y la necesidad de adherencia al tratamiento.
En el ámbito de las ciencias marinas, la especialidad que en realidad me ocupa, he podido analizar la percepción social sobre temas como la oceanografía operacional o la problemática de la contaminación marina por plásticos, útil para mejorar las campañas de concienciación ambiental.
Pero, ¿qué sucederá si el descontento se extiende y la audiencia desaparece? ¿Estará dispuesta la gente a pagar por utilizar los servicios de Twitter? Un descenso en la audiencia podría limitar este tipo de investigaciones, al igual que lo haría el hecho de restringir el acceso a los datos con fines de investigación. Elon Musk aún no se ha pronunciado al respecto, pero retirar los permisos de acceso al mundo académico sería sin duda un varapalo para la ciencia. Ninguna otra red social permite el análisis de información como lo hace Twitter.
Ciudadanos haciendo ciencia
Muchas iniciativas de ciencia ciudadana encuentran en Twitter la plataforma perfecta para difundir sus objetivos y recolectar sus datos. Cuando se trata, por ejemplo, de recopilar observaciones de fenómenos naturales, flora o avistamientos de fauna, resulta más efectiva una red social que solicitar el envío de la información a través de escondidos formularios. Diversimar o Observadores del Mar, proyectos de ciencia ciudadana encaminados a la observación de la biodiversidad marina y pesquera, son claros ejemplos de éxito. Pero el ciudadano puede estar participando de iniciativas similares sin siquiera ser consciente, al ser sus tuits interceptados por algoritmos que acechan con el único objetivo de hacer lo que se conoce como ciencia ciudadana pasiva.
Quedarse o salir huyendo
La discusión transcurre en un ambiente cargado de polvo y ruido de cascotes. Ensalzar los beneficios que tiene el buen uso de Twitter para la ciencia nos ha hecho olvidar por un momento que el edificio tiembla. El nuevo dueño del inmueble parece estar cómodo en su papel de agitador y es difícil saber por cuánto tiempo Twitter seguirá siendo la red social de la comunidad científica.
Tarde o temprano, las redes sociales se apagan, bien por cambios tecnológicos, empresariales, modas o porque simplemente madura su audiencia y ya no se siente a gusto en una determinada plataforma. En el caso de que se precipite la migración de usuarios, la comunidad científica sufrirá un impacto al desfragmentar las redes existentes y perder volumen de información con utilidad en investigación. Nuestro destino no tiene por qué estar ligado al de Twitter, pero la experiencia nos demuestra que la transición se paga.
Larry ha sido liberado, pero de momento nadie lo ha visto volar.
Pablo Otero forma parte del equipo de investigadores del proyecto DIVERSIMAR citado en el texto (proyecto financiado por la Fundación Biodiversidad, Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico).
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.