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La península ibérica ha sido desde la Antigüedad un destino habitual de viajeros que han relatado sus peripecias y han dejado el legado de su visión. La literatura de viajes ofrece la mirada del otro, unas narraciones con intenciones muy diferentes: diarios, descripciones geográficas, cartas, relaciones diplomáticas, informes militares, artículos periodísticos, etc. en las que se recoge cuanto se ve.
Viajar al territorio quijotesco
Aunque durante décadas España quedó al margen de los circuitos de viajes, llegó un momento, a partir del siglo XVIII, en el que los extranjeros en general y los norteamericanos en particular decidieron incluir la tierra del Quijote como una o varias etapas de sus periplos.
A partir de entonces, pocos lugares contaron con tantos visitantes y relatos de viaje como España, un país también interesado en saber cómo lo perciben los extranjeros. Gracias a estas contribuciones podemos contemplar la visión que los viajeros estadounidenses tenían de La Mancha. Gran parte emanaba de los tópicos que componían la conocida como Leyenda Negra y su único aspecto positivo residía en el atractivo folclórico que tenía España.
Los siglos XVIII y XIX fueron testigos de una gran afluencia de viajeros anglosajones a España. Eso se tradujo en que entre 1800 y 1850 se publicaron 325 libros de viajes, y entre 1850 y 1900 ese número aumentó a 1 440. A lo largo de los años, muchos autores reconocidos viajaron por el país y lo plasmaron en sus libros. Entre otros podemos listar a Henry W. Longfellow, Ernest Hemingway, George Orwell, Evelyn Waugh o Edith Warton.
La historia de Don Quijote hizo que se idealizasen las tierras donde sucedían sus aventuras. Los viajeros intentaban revivir sus andanzas trasladándose a los escenarios donde estas discurrían. La región castellano-manchega se convertiría en una de las más atractivas y los visitantes daban buena cuenta del paisaje, los personajes quijotescos y la gastronomía cervantina.
La imagen acuñada de España en el siglo anterior como lugar salvaje, exótico y atrasado atraía cada vez más al viajero. Este buscaba el tópico que ensalzaba las cualidades raciales hispánicas: todos los españoles parecen ser toreros, gitanos o bandoleros, y todas las mujeres esconden bajo su mirada a la tan buscada y deseada Carmen.
Ilustres viajeros
Quizás fue Washington Irving (1783-1859), historiador norteamericano de origen escocés, quien mejor plasmó en la literatura los paisajes naturales y humanos de La Mancha.
Irving describió las sensaciones que le causó la tierra que recorrieran Don Quijote y Sancho Panza, incidiendo tanto en el paisaje como en las gentes que lo habitaron. Las inmensas llanuras atraerán su interés, comparándolas con la grandeza del océano.
También el editor, pintor, escritor e historiador August Florian Jaccaci (1856-1930), fascinado por Alonso Quijano, se propuso conocer los escenarios de sus aventuras y desventuras así como las costumbres y el carácter de los habitantes de La Mancha. Por su parte, el poeta James Russell Lowell (1819-1891), crítico, editor y diplomático perteneciente al movimiento Romántico, quedó prendado del vino de Valdepeñas a su paso por la región.
La norteamericana Merrydelle Hoyt escribió Mediterranean Idyls. As told by the Bells. Su libro narra un viaje en automóvil a su paso por La Mancha.
Igualmente, Ellen Louise Chandler Moulton, poeta, escritora y crítica, visitó España en 1896 y cruzó la Mancha en su viaje de Madrid a Córdoba. El primer capítulo de su obra Lazy Tours in Spain and Elsewhere (1896) constituye un interesante recuento de la vida de los españoles a finales del siglo XIX.
En él, la autora cuestiona muchos de los tópicos que habían circulado acerca de España en general y La Mancha en particular: región famosa por las corridas y los encierros, tierra calurosa pero también llena de holgazanes, área peligrosa por los temibles pero atrayentes bandoleros, etc. La autora refiere que no existieron riesgos ni avatares reseñables, solo las dificultades propias de un terreno diferente. Hasta se lamenta de que no la hayan asaltado un grupo de forajidos para poder fabricar una buena historia que dejara huella en sus lectores. Además de desmentir los estereotipos se encarga de recordar la necesidad de percibir y describir la realidad desde muchos puntos de vista, incidiendo en la importancia de intentar entender al otro.
Louisa Tenison (1819-1882) llegó a España en 1850 y viajó durante dos años por las dos Castillas, atravesando La Mancha, a tenor del recorrido que fuera habitual para comunicar la Meseta con Andalucía a través del paso natural de Despeñaperros. Tenison tuvo que realizar sus viajes por la geografía peninsular en mula o en diligencia, habitual en esta época.
Susan Hale (1833-1910) es otra de las escritoras norteamericanas que viajó a nuestro país en 1882 y que pasó por Toledo. Hale incide en tópicos como la impuntualidad de los trenes o las descripciones románticas de los paisajes, dejando al lugar en una especie de limbo de eterno pasado, de inmovilismo.
Posteriormente, el escritor judeo-norteamericano Waldo Frank (1889-1967) ofreció una visión muy diferente de La Mancha de la que dio Washington Irving casi un siglo antes. Así, Frank lleva al lector de la mano por la sociedad y las costumbres de la zona, mostrando la cultura y la historia a través de figuras como el Greco o diversiones como las corridas de toros, dos elementos prototípicamente españoles.
Los escritores visitan La Mancha con unos prejuicios que no les permiten observar y aceptar lo que ven, dado que otorgan más credibilidad a las ideas preconcebidas con las que desembarcan en el país que a la realidad con la que se topan. Además, o por otro lado, buscan los tipos y ambientes quijotescos al considerar que la región conservaba su esencia tal y como la describió Cervantes. La búsqueda responde, pues, a una determinada idealización de la figura de Don Quijote.
A pesar de ofrecernos una visión muy crítica y negativa, sus relatos son un testimonio documental más de aquel momento.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.