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Llegan las vacaciones familiares. Además de las maletas se preparan las casetes para que en el viaje suene Mediterráneo, Aquellas pequeñas cosas, La mujer que yo quiero… Es el último disco de Serrat. Los kilómetros de paisaje se diluyen con el paso de las canciones; corre el año 1971.
Rituales como este se han repetido a lo largo de la vida de muchas personas, trenzado un extenso tejido de recuerdos alrededor de la obra del cantautor del Poble Sec. Ahora, tras más de cincuenta años dedicados a poner banda sonora a lo mío, a lo tuyo, a lo nuestro, decide bajarse de los escenarios.
Conexión directa con nuestro pasado
Cuando una música nos gusta capta nuestra atención y eso tiene un alto impacto en nuestra psique. Nos identificamos con ella, por ello nos la aprendemos, la ponemos en diversos momentos del día y acabamos “llevando su luz y su olor por donde quiera que vayamos”. Su mensaje se vuelve parte de nosotros.
Este es uno de los grandes valores de Serrat. Sus letras reflejan lugares comunes, retratan acontecimientos cotidianos, glosan la vida de todos. Escucharlas o cantarlas es un aglutinante para no perder la pista de quienes somos y fuimos. Podemos guardar fotos y objetos, pero la vía más directa a la memoria la trazan las canciones.
Una simple nota nos resitúa en un tiempo determinado. A fuerza de años, sus armonías se han hecho reconocibles, un factor determinante para calar en el gran público. Esto no quiere decir que estemos ante una música facilona; son muy pocos los artistas que han interpretado sus temas con el porte que él les imprime. Su carácter referencial ha determinado el grado de atracción y los vínculos emocionales que nos despiertan.
Canciones y momentos que perduran en la mente
Una buena pieza musical es un sistema modular en equilibrio. La melodía, el ritmo, el timbre o la letra quedan impresas y son accesibles durante años, incluso para aquellas personas que con la edad presentan ciertos déficits cognitivos.
Los estudios de neurociencia nos muestran las variables responsables de esta permeabilidad que presentan las canciones. Nuestro cerebro realiza un procesamiento seccionado, es decir, involucra a diferentes regiones en el análisis y reconocimiento del input musical. Disgrega la letra del contorno melódico, separa el ritmo, el pulso y el timbre, organiza la tonalidad, las intensidades y la dinámica, separándolo todo de lo que es ruido o señal no musical.
Además, involucra al córtex motor, es decir, nos induce a movernos sincrónicamente, por lo que lo difícil realmente es no llegar a memorizarla. A mayor participación de regiones neuronales, mayores recursos empleados y, por tanto, una huella más profunda.
De otra parte, tenemos las sensaciones y estados emocionales asociados que nos evoca y provoca que, si además se dan en un contexto social, su efecto se potencia, porque vemos reflejados en los demás lo mismo que estamos experimentando nosotros. Baste con recordar el efecto contagio que llegamos a vivir en un concierto.
Música para endulzar los momentos amargos
Para los musicoterapeutas estas cualidades de la música son herramientas de trabajo y explican buena parte de la utilidad de los métodos de intervención empleados. Nuestra eficacia comienza al identificar aquellos elementos sonoros significativos para nuestros pacientes. Cuando logramos desvelar el denominado ISO sonoro, que viene a ser como la identidad musical, podemos determinar cuál es la ruta de acceso a la psique de la persona y, por tanto, encauzar las sesiones de terapia.
Las canciones de nuestra vida dan acceso a momentos muy especiales y relevantes. Con ellas podemos reelaborar situaciones y reconstruir estados emocionales con un encuadre positivo y así afrontar la dificultad física o mental del momento presente.
De esta manera, la obra de Serrat ha sido una gran aliada para nosotros. Su variado repertorio nos ha servido para acompañar terapéuticamente los procesos de enfermedad de centenares de personas no sólo de España, sino también de América, pues forma parte del inconsciente colectivo de varias generaciones.
Aprendiendo de sus “labios cantores”
Su prolija carrera nos ha posibilitado construir múltiples recursos terapéuticos y “aprender de sus labios cantores”. Unos primeros compases son suficientes para recrear momentos felices o reelaborar situaciones de melancolía y tristeza; nos permiten sentir de nuevo el impacto del primer beso y poner palabras a lo indecible. Cuando los pacientes revisitan esos lugares conocidos en momentos de dificultad, se reconfortan porque lo cercano nos reafirma y por tanto nos repara.
Sus canciones han sido de utilidad terapéutica para personas ingresadas en UCI, donde la vida llega a rozar los límites, y también en las plantas de trasplantes o de oncología, donde la incertidumbre del tiempo roza lo eterno. Han sido relevantes, por supuesto, en las residencias de mayores, donde tanto se rememora lo que fuimos. Sus temas siempre son una excusa perfecta para crear un espacio de bienvenida.
Serrat no solo ha visto cumplido el sueño de crear canciones, sino que ha quedado adherido a los recuerdos de mucha gente, haciendo que sean más perdurables. En este tiempo de despedidas, agradezco en nombre de todos los musicoterapeutas que hemos aplicado sus canciones su fertilidad artística, pues nos ha permitido promover muchos beneficios en las personas. Su capacidad de traducir en belleza aquello que miraba ha hecho más fácil nuestra labor y más ligera la carga de la enfermedad.
Sin duda que “entre este tipo y yo hay algo personal”.
David J. Gamella González es miembro de HDOSOL, música y terapia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.