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Si tuviéramos que responder a la pregunta de si la fragmentación de los hábitats afecta negativamente a la biodiversidad, probablemente la mayoría de nosotros contestaríamos rotundamente que sí. Sin embargo, como suele ser habitual en ecología, la fragmentación es un proceso muy complejo en el que intervienen muchas variables. Y si cuantificar la fragmentación per se ya es una tarea difícil, evaluar sus efectos lo es aún más.
La forma más correcta de responder a la pregunta planteada sería que la fragmentación no siempre tiene efectos negativos. De hecho, una parte de la comunidad científica apoya la hipótesis de que un paisaje fragmentado, pero muy heterogéneo y bien conectado puede albergar el mismo número de especies que paisajes menos alterados formados por un hábitat continuo.
A pesar del posible potencial que los paisajes fragmentados pueden tener para la conservación de la biodiversidad, este interesante debate no ha sido trasladado al ámbito conservacionista. En efecto, la declaración de espacios naturales protegidos ha estado tradicionalmente muy sesgada hacia la protección de grandes superficies poco fragmentadas.
Los paisajes homogéneos, cada vez más escasos
Pongamos un ejemplo: si en una región de un país hay una zona A de bosque formando una masa más o menos continua de 50 000 hectáreas, pero en otra zona B hay 500 fragmentos de bosque de un tamaño medio de 100 hectáreas que suman la misma superficie, lo más práctico y viable es delimitar y proteger la masa continua de la zona A.
Desafortunadamente, los bosques tropicales formando grandes parches continuos prístinos (tipo A del ejemplo) cada vez ocupan menos superficie. En muchas zonas, la deforestación para crear nuevas tierras de cultivo y pastizales para el ganado ha fragmentado los bosques en numerosos parches (tipo B del ejemplo) que han quedado inmersos en una matriz agrícola generalmente hostil para la fauna silvestre.
Ante esta situación, la viabilidad de muchas poblaciones de mamíferos silvestres en las zonas tipo B dependerá de su capacidad de persistir en estos paisajes fragmentados, que además no suelen formar parte de las áreas naturales protegidas.
Por lo tanto, estudiar la diversidad y abundancia de mamíferos en estos bosques fragmentados, generalmente alterados (secundarios) y no protegidos, es fundamental para conocer su contribución a la conservación de las poblaciones de mamíferos a nivel regional y nacional.
Lo importante es la suma de las partes
La región occidental de Ecuador es un escenario perfecto para testar la importancia que los bosques fragmentados tienen para la fauna silvestre. Esta región ha sido muy deforestada en el último siglo. Se estima que solo resta el 30 % de la superficie original de bosque nativo, quedando los remanentes de vegetación natural muy aislados.
Para alcanzar este objetivo, muestreamos una serie de bosques fragmentados mediante la técnica de las cámaras-trampa: los dispositivos se activan y hacen fotografías de los animales que pasan por delante de su campo de detección.
En total registramos 18 especies de mamíferos silvestres de mediano y gran tamaño. Esta cifra es muy similar al número de especies registradas en áreas naturales protegidas de la región conformadas por extensas masas de vegetación bien preservadas.
Estos resultados enfatizan el papel ecológico que estos pequeños fragmentos de bosque no protegidos y alterados tienen para la conservación de la fauna silvestre en regiones donde los hábitats continuos prístinos cada vez son más escasos.
Una historia de ganadores y perdedores
Aunque muchas especies de mamíferos pueden persistir bien en estos ambientes fragmentados (especies ganadoras), otras especies difícilmente podrán sobrevivir en estos bosques (especies perdedoras).
En general, especies grandes, especialistas de hábitat y que causen algún tipo de conflicto con los humanos (como los grandes carnívoros) suelen ser especies perdedoras. Por contraposición, especies más pequeñas, generalistas y con mayor plasticidad ecológica suelen considerarse como ganadoras en este tipo de paisajes.
Así, en la región Costa de Ecuador, grandes carnívoros como el jaguar (Panthera onca) y el puma (Puma concolor) no habitan en este tipo de paisajes, por lo que seguirán necesitando grandes masas de bosque continuas para cubrir sus necesidades ecológicas. Por el contrario, felinos más pequeños como el ocelote (Leopardus pardalis) y el yagurundi (Herpailurus yagouaroundi) fueron frecuentemente registrados.
Conocer para valorar y valorar para conservar
En biología de la conservación hay un flujo de procesos que siempre debemos seguir para alcanzar el objetivo final de conservar una especie, un ecosistema o una zona. Podemos resumirlo como: investigar para conocer, conocer para valorar y valorar para conservar.
Si trasladamos esta filosofía a los bosques fragmentados, hay que investigar la importancia que estos hábitats tienen para la fauna silvestre para que la sociedad y los organismos encargados de la conservación conozcan su papel ecológico y no sean infravalorados, y así finalmente poder promover acciones que fomenten su conservación.
Como hemos expuesto, aunque estén fragmentados pueden albergar una alta diversidad en comparación con su tamaño, y merecen atención desde una perspectiva conservacionista y de investigación. Establecer políticas para fomentar su conservación y conectividad es clave para asegurar la preservación de las poblaciones de mamíferos en estas zonas fuertemente transformadas.
Parte de los resultados que se muestran en este artículo fueron derivados de distintos trabajos financiados por la Universidad Técnica de Manabí (Ecuador).
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.