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Según profundiza en el conocimiento del cerebro, la ciencia no deja de darle la razón al lema mens sana in corpore sano (“mente sana en cuerpo sano”). Está más que comprobado, por ejemplo, que mantenernos físicamente activos se lo pone más difícil al deterioro cognitivo, consustancial al envejecimiento. Pero es que también es un eficaz potenciador de la memoria a cualquier edad y con resultados inmediatos.
Así archivamos los recuerdos
Si vamos a hablar de memoria y ejercicio, definamos en primer lugar algunos elementos importantes de la primera. Como todos sabemos, la memoria es la capacidad por la que guardamos recuerdos que posteriormente podemos recuperar. En el sistema nervioso, se construye básicamente mediante tres fases.
En primer lugar, una percepción externa o interna del organismo es codificada en el lenguaje bioquímico de nuestro cerebro. Este proceso fundamental determina qué aprendemos del entorno. Cuanto mejor sea la codificación de la información, más probabilidad hay de que esta perdure.
Una vez codificado el nuevo recuerdo, este puede volverse permanente o desaparecer. Para que sea duradero, se requiere la segunda fase de la memoria, la consolidación, aunque esta etapa no es el centro de este artículo. Por último, la tercera fase tiene que ver con nuestra capacidad para recuperar el archivo, y tampoco resulta relevante para el tema que nos ocupa, más allá de entender el proceso.
Hoy sabemos, gracias a los estudios en neurociencias, que el mecanismo de codificación requiere un conjunto de respuestas biológicas y que existen ciertas proteínas fundamentales para que se produzca. En particular, destaca la conocida como factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF, por sus siglas en inglés). En su ausencia, no podemos generar recuerdos nuevos.
Tan importante es el BDNF que, si se incrementa su concentración en regiones específicas del cerebro, puede potenciar los procesos de aprendizaje.
La clave está en el lactato
Y es en este momento cuando conseguimos la cuadratura del círculo. En 2019, la investigadora Lauretta El Hayek comprobó que los animales de experimentación memorizaban mejor cuando hacían ejercicio. Esta mejora se obtenía como consecuencia de la liberación de lactato, un desecho del metabolismo anaeróbico producido por la actividad física que actualmente sabemos que es muy útil en diversos tejidos.
En particular, el lactato tiene la capacidad de atravesar la barrera hematoencefálica (cuya función es impedir que todas las sustancias que circulan por la sangre lleguen al sistema nervioso) y alcanzar el cerebro. Una vez aquí, es captado por las neuronas y estimula la producción de BDNF.
De esta forma, el lactato generado por el ejercicio físico incrementa los niveles de BDNF en regiones determinantes del cerebro y potencia el aprendizaje.
Un experimento con jóvenes universitarios
Estos resultados en ratones invitaban a replicar las investigaciones con personas. Lo bueno de los humanos es que tenemos la capacidad de producir mucho lactato con el ejercicio si es muy intenso.
Hoy en día ya sabemos que la actividad física puede afectar de forma aguda a las respuestas cognitivas. Por eso, lo interesante era comparar ejercicio físico de alta intensidad (con mucha producción de lactato) con actividad suave (sin apenas lactato). Para llevarlo a cabo, nuestro equipo de investigación seleccionó jóvenes universitarios, que en principio están en su máximo potencial de aprendizaje y son capaces de generar esfuerzos muy intensos. Por consiguiente, pueden producir mucho lactato.
Tras hacer ejercicio, y después de entre 15 y 20 minutos de descanso, los voluntarios debían llevar a cabo una tarea de memorización. Así comprobaríamos cómo afectaba a la fase de codificación. Y la conclusión fue que, una vez más, los humanos no somos tan diferentes de los ratones.
Cuando los participantes realizaban ejercicio de alta intensidad eran capaces de recordar mejor tanto palabras como imágenes. Además, existe una correlación entre la cantidad de lactato liberado y la mejora en la memoria. Esta relación no parece ser estrictamente lineal, sino que posiblemente funcione por escalones, algo muy típico en nuestras respuestas biológicas al ejercicio físico.
En cualquier caso, una sesión intensa (pero no fatigante) de ejercicio previa a una tarea de aprendizaje potencia nuestra capacidad de codificación.
Aún quedan muchas preguntas en el aire que debemos resolver para convertir este proceso en una herramienta útil para la enseñanza, pero sin duda estamos ante un elemento innovador en el campo del aprendizaje.
Diego Pastor Campos recibe fondos del proyecto de I+D+i RTI2018-098335-B-I00, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033/”FEDER Una manera de hacer Europa”.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.