¿Viven bacterias también en nuestra orina? El yin y el yang del tracto urinario

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El cuerpo humano es el sitio perfecto para alojar bacterias. Podemos decir que nuestro organismo alberga al menos el mismo número de ellas que de células humanas: aproximadamente, 39 trillones. Parece mucho, ¿verdad? Estas elevadas cifras nos llevan a pensar que los microorganismos que nos colonizan ejercen una importante función.

El conjunto de bacterias –la microbiota– que habita algunas zonas del organismo, como el intestino, ha sido ampliamente estudiado. Se conoce bien su composición y su papel en la salud y la enfermedad.

Sin embargo, ¿qué podemos decir de la microbiota urinaria, hasta ahora bastante desconocida? Investigadores de la Universidad de Granada, Almería y el Hospital Universitario Virgen de las Nieves han querido dar respuesta a la pregunta analizando la información disponible en este campo de estudio emergente.

Microbioma urinario: un gran desconocido

Durante mucho tiempo se ha creído que la orina de las personas sanas era estéril y que todas las bacterias que albergaba podían causar infecciones urinarias. La idea era sostenida por el uso de técnicas de cultivo bacteriano que solo permiten el crecimiento de un número muy limitado de microorganismos.

Pero la era de la genómica, el Proyecto Microbioma Humano y el desarrollo de nuevas herramientas de secuenciación masiva han permitido identificar una comunidad microbiana también en el tracto urinario de individuos sanos.

Así sabemos que ese ecosistema varía en función del sexo: el género bacteriano mayoritario en las mujeres es Lactobacillus, mientras que la microbiota urinaria de los hombres, mucho menos estudiada, está dominada por los géneros Corynebacterium y Streptococcus.

Otros factores como la edad y el nivel hormonal también desencadenan alteraciones. Conforme cumplimos años se produce una reducción de Lactobacillus y Gardnerella y proliferan géneros como Mobiluncus, Oligella y Porphyromonas.

Además, muchas especies propias del tracto urinario habitan también en la vagina y en el intestino. Por consiguiente, alteraciones en esas dos comunidades bacterianas se traducen en cambios de la microbiota de la orina.

El género bacteriano mayoritario en las mujeres es Lactobacillus, mientras que la microbiota urinaria de los hombres está dominada por los géneros Corynebacterium y Streptococcus. Shutterstock / OrangeVector

Su papel en las enfermedades del tracto urinario

Tradicionalmente, la infección del tracto urinario ha sido asociada a bacterias patógenas aisladas como Escherichia coli. Sin embargo, las nuevas investigaciones han permitido identificar un origen múltiple; es decir, se debe más a un deterioro de la microbiota que a la invasión de un patógeno específico. En general, una reducción de Lactobacillus –género mayoritario en individuos sanos– parece aumentar la frecuencia de infecciones urinarias.

Ciertas alteraciones en la microbiota urinaria también han sido relacionadas con otras patologías como el carcinoma urotelial y el cáncer de próstata. El incremento de bacterias que secretan sustancias involucradas en los procesos inflamatorios podría promover el desarrollo de esas enfermedades.

Y además, problemas mecánicos como la incontinencia urinaria pueden estar afectados por modificaciones en la comunidad bacteriana que nos ocupa. La reducción de bacterias en individuos sanos aumenta la población de microorganismos patógenos que liberan moléculas que favorecen la contracción muscular de la vejiga urinaria, entre otros mecanismos.

Estas son solo algunas de las enfermedades relacionadas con el estado de la microbiota urinaria. Los hallazgos subrayan, pues, la importancia de tenerla en cuenta a la hora de prevenir, diagnosticar y tratar esas dolencias.

Un nuevo campo de estudio para nuevas terapias

Hoy en día, la mayoría de las infecciones del aparato urinario son tratadas con antibióticos de amplio espectro. Sin embargo, la creciente aparición de bacterias resistentes a estos fármacos señala la importancia de identificar con más precisión a los patógenos responsables. Se trata de afinar la acción de los medicamentos y evitar el deterioro de las comunidades microbianas presentes en el cuerpo humano.

Otra solución es desarrollar nuevas terapias al margen de los antibióticos. Entre ellas se encuentran los probióticos, que han despertado un mayor interés en los últimos años. La administración intravaginal u oral de algunas cepas de Lactobacillus, como L. crispatus y L. acidophilus, ha permitido colonizar a largo plazo la microbiota urinaria y reducir la incidencia de las infecciones.

Otras terapias basadas en el conocimiento actual de la microbiota urinaria son el trasplante de microbiota fecal y el uso de bacteriófagos, virus que infectan y destruyen bacterias. En ambos casos se ha reducido la prevalencia de infecciones urinarias y la presencia de las bacterias causantes, incluidas aquellas con amplias resistencias a antibióticos.

Dieta para mantener una microbiota sana

Pero antes de llegar a este punto, también podemos contribuir a mantener sana y estable la población microscópica que coloniza el tracto urinario con nuestros hábitos. Y como en el caso de otras microbiotas, la dieta desempeña aquí un importante papel. Así, el consumo moderado de productos que contengan arándanos –o su zumo– y alimentos fermentados ricos en probióticos puede ayudar al conservar el equilibrio bacteriano y cortar el paso a bacterias patógenas.

Aunque todavía queda un largo camino para conocerlo a fondo, el microbioma urinario puede ser la llave que nos permita desarrollar nuevas estrategias preventivas, diagnósticas y terapéuticas para las enfermedades que afectan al aparato urinario.

The Conversation

Virginia Pérez Carrasco recibe fondos del Ministerio de Universidades.

José Antonio García Salcedo recibe fondos del Plan Estatal de Investigación Científica, Técnica y de Innovación

Miguel Soriano Rodríguez recibe fondos de Plan Estatal de Investigación Científica y Técnica y de Innovación (PEICTI) de España.

José Gutiérrez-Fernández does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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