De México a las estrellas

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En la imagen, Katya Echazarreta, la primer mexicana (nacionalizada estadounidense) que viajó al espacio exterior, en el John F. Kennedy Space Center de Cabo Cañaveral, Florida (EE UU). Instagram / katvoltage

Somos la generación que conquistará el universo, y México participa en la pugna por hacerse un camino científico y tecnológico hacia las estrellas.

Los primeros años de exploración espacial tomaron la forma de una carrera entre Estados Unidos y la Unión Soviética, pero pronto el cosmos dejó de tener solo dos banderas. Hoy en día son muchos los países que buscan pisar lunas, asteroides y planetas. Europa, la India, China y otros tantos cuentan con agencias espaciales que ponen en órbita rovers exploradores, satélites y telescopios que observan más allá de lo que habríamos imaginado. Pero, ¿donde está Latinoamérica en ese escenario? ¿Se queda fuera de la bóveda celeste?

México ha tenido históricamente una parte activa en la exploración espacial, y hoy es uno de los máximos impulsores de la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio Exterior (ALCE).

No es solo la conquista de otros mundos

La ALCE coordina los esfuerzos de exploración, investigación y aplicación de la tecnociencia espacial. Es un proyecto que enfatiza el desarrollo para el bienestar, la protección y la seguridad de la región. Esto significa, por ejemplo, el uso de satélites que permitan la identificación y alerta temprana de riesgos causados por fenómenos naturales. Un buen sistema de satélites permitirá, también, la teledetección enfocada a la exploración de recursos naturales, y mejorar las telecomunicaciones incluso en lugares de complejo acceso.

La entrada de México al espacio exterior necesariamente debe hacerse en cooperación con otros países y agencias regionales, y la Secretaría de Relaciones Exteriores juega un papel fundamental.

El Año Geofísico Internacional

En la década de 1950, México echó a andar los esfuerzos destinados al aprovechamiento del espacio exterior mediante la ciencia y la tecnología.

1957 fue fundamental en la comprensión del desarrollo de instituciones e instrumentos para el aprovechamiento del espacio exterior, no sólo en México y América Latina, sino a nivel mundial. Fue entonces cuando se celebró el Año Geofísico Internacional, un programa internacional de investigación geofísica que tenía por objetivo el análisis sistemático de la Tierra y su entorno planetario.

Sesenta y siete países (incluyendo once latinoamericanos), emprendieron un esfuerzo tecnológico y científico de recopilación, sistematización y análisis de datos en disciplinas como la meteorología, oceanografía, sismología, rayos cósmicos y actividad solar, etc.

En el marco de estas actividades se alcanzaron hitos históricos relacionados con el universo. La Unión Soviética y Estados Unidos pusieron en órbita los primeros satélites artificiales, se descubrieron los anillos de radiación Van Allen y se confirmó la teoría de las placas tectónicas.

En este ambiente de efervescencia por el espacio exterior surgieron las primeras iniciativas para su aprovechamiento en las instituciones de educación superior. Tenemos registro, por ejemplo, del desarrollo de cohetes lanzados desde Cabo Tuna, en el altiplano del estado nororiental de San Luis Potosí (México), al menos desde 1957.

Diplomacia cósmica

A inicios de la siguiente década, esa misma efervescencia encontró eco en la cancillería del gobierno mexicano. Mediante un convenio con Estados Unidos en el marco del Proyecto Mercury –el primer programa estadounidense dedicado a poner humanos en órbita–, el gobierno mexicano aceptó la instalación de una estación para rastrear la cápsula en que el estadounidense Alan Shepard hizo su vuelo suborbital, el 5 de mayo de 1961, 23 días después de que el soviético Yuri Gagarin se convirtiera en el primer humano en salir al cosmos. Aunque el proyecto Mercury comenzó en 1958, sólo se acordó la construcción de una estación terrestre en México hasta 1960, mediante el convenio de la Comisión México-Estados Unidos para Observaciones en el Espacio Relativas al Proyecto Mercurio.

Una de las antenas de seguimiento espacial instaladas en Guaymas para el proyecto Mercury de la NASA. NASA

Para asegurar el comando, rastreo y comunicación remota con las naves puestas en órbita, el proyecto exigía el establecimiento de una red de dieciséis estaciones de rastreo alrededor del mundo. La comunidad de Guaymas, en el occidente de México, probó tener condiciones propicias. Fue ahí dónde se instalaron dos torres con antenas de transmisión de datos y un equipo de control en un remolque.

Astropolítica mexicana y los usos pacíficos del espacio exterior

Dos años después de la instauración de la estación de rastreo de Empalme-Guaymas, se creó por decreto presidencial la Comisión Nacional del Espacio Exterior (CONEE). En esto, el gobierno mexicano siguió la tendencia mundial de establecer instituciones gubernamentales especializadas en asuntos espaciales. Lo anterior sucedió no sólo en Estados Unidos con la NASA y en la URSS con las Fuerzas Cósmicas, sino también en India, Francia, Italia, Argentina, Brasil, y otros tantos países alrededor del globo.

La CONEE se convirtió en el organismo civil encargado de desarrollar los medios para la exploración y usos pacíficos del espacio exterior en provecho de México, así como controlar y vigilar las investigaciones realizadas sobre la materia en territorio nacional. Entre sus funciones estaba también la de vincularse con instituciones extranjeras de la misma especialidad con el apoyo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, incluyendo el envío de especialistas como parte de la delegación mexicana en la Comisión de las Naciones Unidas para los Usos Pacíficos del Espacio Ultraterrestre, fundada en 1959.

Logotipo de la CONEE, Comisión Nacional del Espacio Exterior. Secretaría de Comunicaciones y Transportes, México, 1975.

En sus quince años años de operación, la CONEE desarrolló un programa de cohetes sonda, uno de satélites meteorológicos y otro de percepción remota para la detección de recursos naturales. Además, la CONEE emprendió programas de difusión y vinculación, estableciendo convenios de investigación con instituciones de educación superior como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Asimismo, ofrecía cursos de capacitación para técnicos en percepción remota.

Como parte de sus esfuerzos de difusión, la CONEE estableció junto con la UNAM un pabellón del espacio exterior en la muestra de “Los juegos olímpicos y el mundo moderno” en el marco de las Olimpiadas de 1968. Alemania, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, México y la Unión Soviética exhibieron modelos, réplicas, imágenes, y vídeos sobre sus actividades espaciales nacionales. Se exhibieron cohetes y satélites, y se recibió la visita del cosmonauta German Titov (URSS) y del astronauta estadounidense Michael Collins.

Un público de chiquitines visita el cohete Thor-Agena en la Exposición sobre el Espacio Exterior de la Olimpiada Cultural, México, 1968.

El fin de la primera incursión mexicana en el cosmos

En el contexto de una grave crisis económica nacional, la CONEE fue extinguida por decreto del presidente Luis Echeverría en marzo de 1977, so pretexto de la austeridad y eliminación de duplicidad de funciones.

Pero México ya había dado sus primeros pasos en la astropolítica, es decir, el establecimiento de un conjunto de instituciones, leyes y políticas destinadas al aprovechamiento del espacio ultraterrestre. Asimismo, México había inaugurado su diplomacia cósmica, el uso de la tecnociencia espacial para influir las relaciones internacionales con objetivos políticos.

Hoy es momento de un segundo intento mexicano por entrar en el cosmos de la mano de sus vecinos latinoamericanos. ¿Qué les depara? Sólo el tiempo –y el espacio– lo dirán.

The Conversation

Gloria Maritza Gómez Revuelta recibe fondos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), México.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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