Acné: pros y contras de los tratamientos

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Piel grasa, puntos negros y blancos, manchas rojas, granos rojos, espinillas llenas de pus y, a veces, quistes de gran tamaño. Este es el cuadro característico del acné, una enfermedad que suele aparecer en la pubertad y que a menudo no solo hace mella en la epidermis, sino también en la autoestima de quien lo sufre.

Es muy común: afecta al 85 % de jóvenes. En la mayoría de casos tiende a resolverse al final de la adolescencia, pero puede persistir por más tiempo.

Y aunque el acné no tiene cura, existen tratamientos eficaces para prevenir la aparición de nuevas lesiones y cicatrices; cada uno con sus especificaciones, ventajas y, también, sus riesgos, como explicaremos detalladamente más adelante.

¿Qué causa el acné?

Las glándulas sebáceas (productoras de grasa) de las personas que sufren acné son especialmente sensibles a los niveles normales en sangre de ciertas hormonas, presentes tanto en hombres como en mujeres. Esto hace que dichas glándulas produzcan un exceso de aceite.

Al mismo tiempo, las células muertas de la piel que recubren los poros no se desprenden correctamente y obstruyen los folículos. Estos dos efectos dan lugar a una acumulación de grasa, que lleva a la aparición de los puntos negros (donde es visible un tapón oscurecido de grasa y piel muerta) y puntos blancos.

La bacteria del acné, Cutinebacterium acnes (antiguamente llamada Propionobacterium acnes), vive en la piel de todas las personas, por lo general sin causar problemas. Sin embargo, en las zonas propensas a la enfermedad, la acumulación de grasa crea un entorno ideal para que el microorganismo se multiplique. Esto desencadena la inflamación y la formación de granos rojos o llenos de pus.

A veces, el acné también puede ser causado por medicamentos indicados para otras enfermedades o por píldoras anticonceptivas. Por ejemplo, ciertas pastillas tomadas por los culturistas para ganar masa muscular contienen hormonas que desencadenan esta dolencia de la piel y otros problemas.

Y raramente, el desencadenante puede ser de origen hormonal. En el caso de las mujeres, si se presenta un aumento inusual de vello corporal, pérdida de cabello o menstruaciones irregulares hay que consultar con el dermatólogo.

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Un arsenal terapéutico

Si usted sufre acné y no mejora a pesar de los productos que ha utilizado, probablemente sea el momento de que visite a un especialista. La mayoría de los tratamientos tardan de dos a cuatro meses en producir su efecto máximo y se dividen en las siguientes categorías.

1. Tratamientos tópicos

Normalmente, son la primera opción para las personas con acné leve a moderado. Deben ser aplicados no solo en las lesiones individuales, sino en toda el área afectada de la piel, por lo general cada noche o dos veces al día. La zona afectada es aquella donde la piel es grasa: frente, nariz, barbilla y, en algunos casos, pómulos, pecho o espalda.

Como son productos que secan la piel, es frecuente que causen irritación, sobre todo al iniciar el tratamiento. Usar los fármacos con menos frecuencia, por lo menos de forma temporal, puede paliar esos efectos.

Hay una gran variedad de compuestos para aplicar sobre la piel, como el peróxido de benzoilo, antibióticos (por ejemplo, la eritromicina y la clindamicina), los retinoides (tretinoína, ácido retinoico o adapaleno), el ácido azelaico y la nicotinamida.

2. Antibióticos orales

El médico puede recomendar alguno de estos fármacos antimicrobianos –por lo general, un tipo de tetraciclina–, que a veces se toma en combinación con un tratamiento tópico adecuado. Debe administrarse exactamente durante el tiempo aconsejado por el dermatólogo, y es frecuente que tarde un mes en observarse la mejoría.

De todos modos, la hoy habitual prescripción de antibióticos (tópicos u orales) para combatir la sobreinfección bacteriana producida por Cutinebacterium acnes podría tener alternativas en el futuro.

En la actualidad, las técnicas de secuenciación masiva han permitido investigar la composición de la microbiota en pacientes con acné y compararla con la de pacientes que no lo sufren. Sorprendentemente, las personas sanas podrían tener en su piel un tipo de “bacteria protectora” que de algún modo evita la proliferación de C. acnes.

Así, en lugar de utilizar antibióticos que pueden alterar la microbiota se podría plantear el uso de probióticos o cremas que modifiquen la población bacteriana de los pacientes con piel acneica.

3. Anticonceptivos orales

Algunos tipos de píldoras anticonceptivas ayudan a las mujeres que tienen acné. Las más eficaces contienen un bloqueador hormonal (por ejemplo, ciproterona) que reduce la cantidad de grasa que produce la piel. Por lo general, observar los beneficios se demora al menos tres o cuatro meses.

No obstante, estos tratamientos aumentan las posibilidades de sufrir trombosis o coágulos de sangre. El peligro es mayor en las personas que fuman, presentan sobrepeso o tienen parientes que han sufrido trombosis.

4. Isotretinoína

Este fármaco es potente y altamente eficaz. Sin embargo, tiene el potencial de causar efectos secundarios graves si no se toman precauciones y debe ser prescrito solo bajo la supervisión de un dermatólogo.

El riesgo más importante es que la isotretinoína es teratogénica, o sea, puede dañar al feto si la toma una mujer embarazada. Por eso es muy importante utilizar un método anticonceptivo eficaz desde, al menos, cuatro semanas antes del tratamiento, mientras dure este y como mínimo cuatro semanas después.

También existen sospechas de que la isotretinoína sea causante de depresión pero, como el propio acné a veces afecta al estado de ánimo, resulta difícil de valorar.

La mayoría de los tratamientos con este compuesto se prolongan entre cinco y diez meses. Durante ese tiempo, la piel suele resecarse, sobre todo los labios, por lo que la aplicación regular de un hidratante labial puede resultar útil.

Por último, hay que señalar que muchos miles de personas se han beneficiado de la isotretinoína sin efectos secundarios graves.

The Conversation

Ramon Grimalt no recibe fondos de ningú laboratorio que pueda inlfuir en la redacción de este artículo.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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