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En 2018, Suecia acuñó el neologismo flysgkam para referirse a la vergüenza de viajar en avión por sus consecuencias medioambientales. El hecho de que las tendencias sociales trasciendan al lenguaje es un indicio inequívoco de su calado en la sociedad, y la preocupación por el cambio climático es un claro ejemplo de ello.
El turismo es uno de los sectores más potentes. Es una importante fuente de generación de empleo, en especial para jóvenes y mujeres, y de crecimiento. Si embargo, también es un sector altamente contaminante.
Se estima que el turismo es responsable de alrededor del 8 % de los gases de efecto invernadero a nivel mundial, y, en países muy turísticos, esta cifra casi se duplica. Por ejemplo, el turismo en España aportó un 12,4 % al PIB en 2019, pero su contribución a la huella de carbono española (total de emisiones de dióxido de carbono, principal causante del calentamiento global) superó ese año su contribución al PIB en dos puntos porcentuales (14 %).
Turismo internacional al alcance de todos
En la primera década de los 2000, el bum de las aerolíneas low cost y la expansión de los buscadores y comparadores turísticos online propiciaron un auge sin precedentes del turismo, dando lugar al término saturación turística o overtourism.
Para muchos, viajar a alguna capital extranjera se convirtió en una opción de fin de semana más. El turismo internacional se había democratizado, lo cual era percibido en España como algo positivo a nivel cultural. Sin embargo, los efectos negativos de un turismo desmedido aguardaban en la sombra.
Aspectos como la gentrificación, el aumento de los precios de los alquileres, la masificación de destinos y el impacto sobre el medio ambiente son algunos de los efectos negativos propiciados por un turismo de masas poco responsable.
A través de la Declaración de Glasgow de Acción Climática en el Turismo, el sector turístico se ha comprometido a reducir las emisiones en un 50 % en 2030 y alcanzar las emisiones netas cero antes de 2050. ¿Es esto posible? ¿Cómo se puede conseguir?
2020: un año malo para el turismo, bueno para el planeta
En 2020, las severas restricciones debidas a la covid-19 afectaron gravemente al turismo, cayendo el número de turistas y su consumo dentro de España.
Con la caída del consumo, las emisiones también se redujeron drásticamente, tal y como muestran los resultados de un estudio que hemos publicado recientemente varias componentes del Grupo GEAR de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Este shock consiguió, por primera vez, poner al sector en camino hacia el cumplimiento de los objetivos de la Unión Europea para 2030 y 2050. En concreto, en el año 2020, la huella de carbono del turismo en España se redujo en un 62,6 % con respecto a la del año anterior, una reducción nunca antes vista. Esta es la ilustración más clara de lo difícil que puede resultar, en el contexto actual de crecimiento, el objetivo de cero emisiones netas, a menos que se produzcan cambios fundamentales.
El “viaje” hacia un turismo más sostenible
Este contexto plantea un dilema con dos retos cruciales: el turismo debe prosperar económicamente al mismo tiempo que reduce las emisiones y aumenta su sostenibilidad y resiliencia frente al cambio climático y otros impactos externos.
Para lograr ambos objetivos deben ponerse en marcha medidas multidimensionales. Un análisis de distintos escenarios posibles apunta a que se necesita un cambio drástico y sistémico en el turismo para que alcance sus objetivos de sostenibilidad.
Los cambios en los hábitos de consumo junto con mejoras de eficiencia energética sirven de poco si se mantienen los niveles de consumo y el número de turistas del periodo precovid.
Si, mientras que el sector mejora su eficiencia energética, los turistas residentes y extranjeros (de países cercanos) sustituyen el avión por el tren, la huella de carbono del turismo en España se reduciría, según nuestras estimaciones, un 25 %. Esta es una reducción notable, pero insuficiente.
Por tanto, se necesita más ambición y cambios más radicales. Además de sustituir el avión por el tren siempre que sea posible, es crucial reducir la distancia y el número de viajes realizados, y fomentar el turismo digital como alternativa al turismo tradicional. Una electrificación más rápida del transporte también podría impactar de forma positiva.
En cuanto a la alimentación, cambios dietéticos ligados a un mayor consumo de productos de proximidad podría reducir las emisiones ligadas a restauración. Para promover la eficiencia energética en los alojamientos turísticos, el ajuste de la temperatura en interior y mejoras en el aislamiento de los edificios son medidas simples y efectivas que también reducirían la huella de carbono.
En definitiva, el turismo no se puede permitir seguir siendo responsable de tan alto nivel de emisiones. Aprovechando las lecciones aprendidas durante los años de pandemia, la actividad turística ha de reconducirse.
Medidas asociadas a cambios en la movilidad, alimentación y energía, acompañadas de un decrecimiento del consumo turístico generalizado, son la clave para el cambio. Como declaró Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente (PNUMA), “debemos pasar de la procrastinación climática a la activación climática”.
En Suecia parecen tenerlo claro: en contraposición a la vergüenza del flysgkam, ya hablan de tagskyrt para aludir al orgullo de viajar en tren.
María Ángeles Tobarra Gómez recibe fondos de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y de la UE dentro del programa Horizon y ayudas FEDER a proyectos de Investigación.
María Ángeles Cadarso, Pilar Osorio Morallón y Ángela García-Alaminos no reciben salarios, ni ejercen labores de consultoría, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del puesto académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.