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La victoria electoral siempre es una garantía de la coherencia discursiva entre lo prometido por los candidatos ganadores en su programa electoral y su relato de la campaña porque tienen un acceso legitimado al discurso oficial.
Entre los laureados es importante distinguir una serie de grupos: los partidos que han obtenido mayorías absolutas, los que han conseguido una mayoría simple (siendo la fuerza más votada) que puede dar lugar a un futuro gobierno de coalición o un gobierno en solitario, los que son susceptibles de formar parte de una coalición sin haber obtenido el mayor número de votos y los que sin tener una expectativa de formar parte del ejecutivo han visto aumentar sus escaños.
Como dice una frase muy popular, “la historia la escriben los vencedores”. Sin embargo, el principal dilema sobre cómo contar los resultados de unos comicios no está tanto entre los ganadores como entre los derrotados.
Y es que, al igual que podemos encontrar grandes victorias o hazañas más humildes, es preciso distinguir entre los perdedores dos grupos: aquellos partidos que aspiraban a formar gobierno y otros que sin tener aspiraciones directas de gobernar encuentran que sus expectativas de escaños en el órgano de representación se han visto frustradas por un resultado inferior a la cantidad de representantes que aspiraban obtener.
Por eso, este artículo pretende mostrar cómo es narrada la derrota por parte de los políticos que concurren a unas elecciones en estos distintos casos y cómo lo harán probablemente los perdedores de los comicios municipales y autonómicos que se celebran en España el próximo 28 de mayo.
La derrota al filo de la victoria
Estos casos suelen ser los más difíciles de explicar narrativamente, puesto que existía una expectativa de formar parte del gobierno durante la campaña electoral y, además, los grandes derrotados concentran la atención de los medios de comunicación. Hablamos de los candidatos y los partidos políticos que han supuesto un auténtico competidor frente a la fuerza vencedora.
Esto es lo que sucedió al candidato socialista a la presidencia de la Junta de Andalucía, Juan Espadas. Pese a realizar una intensa campaña y aumentar su proyección, obtuvo los peores resultados de su partido en esta comunidad autónoma. En este caso, el principal alegato fue reafirmarse como jefe de la oposición.
También resulta interesante cómo procesó Pablo Casado, anterior líder del Partido Popular, la derrota experimentada en las primeras elecciones generales celebradas en 2019. En ellas comparó sus resultados con los de Rajoy en 2008 y obvió la pérdida, enfocándose en los siguientes comicios locales y autonómicos. Eso supuso un intento por demostrar cierta fortaleza del candidato en el plano interno de su formación. Sin embargo, su posterior derrota en la repetición electoral de ese mismo año puso en duda su liderazgo entre la militancia y el electorado.
Los casos de Espadas y Casado ilustran cómo los candidatos en Europa generalmente cuentan con un mayor respaldo de la organización política, pero a cambio de una menor capacidad de autocrítica interna.
Merece mención especial como caso extremo lo que ocurrió con Donald Trump cuando fue derrotado por Biden en las elecciones presidenciales. Trump llegó a afirmar que había habido un fraude electoral en el que supuestamente estarían implicados importantes agentes de la política y la sociedad estadounidenses. Aquello desembocó en el asalto al Capitolio de 2021.
Aquí se observa cómo el propio candidato tiene que hacer valer su propia figura, más allá de siglas, ante los electores. Además, este caso es relevante ya que implica la construcción de una realidad alternativa que viven tanto el líder político como sus seguidores, pudiendo desembocar en situaciones de violencia política y profundo peligro para la confianza y la estabilidad de las instituciones democráticas.
Expectativas incumplidas
Hay casos de partidos en los que no existe una aspiración a vencer en términos matemáticos en las elecciones, pero sí la expectativa de obtener una determinada cuota de representación. Esto es lo que ha venido sucediendo a Ciudadanos en las elecciones castellano-leonesas, madrileñas y andaluzas en sus últimas convocatorias: que han sido barridos consecutivamente en cada uno de esos comicios.
En el caso de Juan Marín, candidato de Ciudadanos al ejecutivo en Andalucía, el discurso oficial fue aceptar la derrota y dimitir de sus cargos internos, personificando el fracaso en su propia figura. Aunque puede considerarse una respuesta éticamente aceptable, detrás existe un fallo de cálculo (y quizá de autoaceptación) al no haber transmitido el posible resultado a su electorado y obviando los resultados previos. Lo cual también representa otra forma de moldear la realidad no tanto a posteriori, sino a priori.
La realidad alcanza a todos
El discurso oficial de los derrotados puede ser moldeado, alterando en mayor o menor medida su percepción de la realidad e incluso actuando de forma coherente con su propia interpretación, es decir, lo que se denomina postverdad.
Sin embargo, la realidad acaba por alcanzar a los candidatos que suman una derrota tras otra, quienes, más tarde o más temprano, acabarán dimitiendo, perdiendo a sus seguidores o viviendo una crisis interna en su partido.
Francisco Collado no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.