Diagnosticar a tiempo, un reto en la insuficiencia cardiaca

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Todos los años, la Asociación Europea de Insuficiencia Cardiaca y otras sociedades internacionales dedican el mes de mayo a la concienciación sobre la insuficiencia cardiaca, una enfermedad cardiovascular con una alta prevalencia y mortalidad en el mundo.

Ocurre cuando el corazón es incapaz de bombear con la intensidad necesaria para satisfacer las necesidades de sangre y oxígeno del resto del organismo. Es una dolencia grave, ya que se estima que afecta al 2 % de la población, porcentaje que asciende al 10 % en los mayores de 70 años. Más de 64 millones de personas la sufren en el mundo.

Además, se espera que su incidencia aumente exponencialmente en los próximos años (sobre todo en las mujeres), ya que su aparición está estrechamente asociada tanto al envejecimiento como a otros factores de riesgo muy extendidos en nuestra sociedad.

Aunque en las últimas décadas se han producido grandes avances en el tratamiento de la insuficiencia cardiaca, sigue siendo una de las principales causas de hospitalización y presenta una mortalidad de hasta el 30 % durante el primer año tras el diagnóstico.

Esta enfermedad también tiene un impacto muy negativo sobre la calidad de vida de los pacientes y su entorno cercano. Actividades diarias como subir escaleras, realizar las tareas domésticas, salir a pasear o ir de compras se convierten en un desafío.

“Detectar lo indetectado”

En este contexto, durante la primera semana de mayo, la Asociación Europea de Insuficiencia Cardiaca ha puesto en marcha una campaña con el lema “detectar lo indetectado”. Así han querido poner el foco en la necesidad de un diagnóstico temprano y más específico de los pacientes.

A pesar de los preocupantes datos, la percepción social sobre la relevancia de la insuficiencia cardiaca y la necesidad de identificarla a tiempo no ha calado lo suficiente. La mayoría de los casos se diagnostican en el hospital en situaciones de descompensación cardiaca aguda, ya que los síntomas previos han pasado inadvertidos.

Esta es la causa de que muchos pacientes en estadios tempranos de insuficiencia cardiaca no estén diagnosticados y, por lo tanto, no reciban el tratamiento adecuado.

Como sucede en la mayoría de las enfermedades, cuanto antes se detecte y se establezca una estrategia terapéutica, mayor será su efectividad. Esta implica no solo el tratamiento con fármacos, sino cambios en el estilo de vida como hacer ejercicio, llevar una dieta saludable o abandonar hábitos perjudiciales, como el tabaquismo y el consumo de alcohol.

El daño en el corazón se “camufla”

Uno de los problemas en el diagnóstico de la insuficiencia cardiaca es su heterogeneidad, ya que a menudo es el resultado común de distintas afecciones cardiacas. Normalmente, no suele presentarse aislada, y los pacientes padecen otras enfermedades.

La hipertensión arterial y la enfermedad coronaria (debido a la acumulación de lípidos como el colesterol en las arterias que suministran sangre oxigenada al corazón) son los factores predominantes de la insuficiencia. La obesidad, la diabetes y la enfermedad renal crónica también contribuyen a su desarrollo.

Los distintos mecanismos moleculares implicados confluyen en el deterioro de la función cardiaca, lo que se acompaña de diversos síntomas y signos clínicos.

Otro problema que limita la detección temprana es que, al principio, sus manifestaciones –fatiga, dificultad para respirar, hinchazón de tobillos y piernas por acumulación de líquidos o desmayos– no son propiamente “síntomas cardiacos”. Muchas veces no se relacionan con esta patología.

Sin duda, es necesario incrementar la conciencia social sobre la relevancia y el impacto de la insuficiencia cardiaca, con el fin de reconocer los síntomas y buscar consejo médico. La implicación activa de los pacientes es clave para profundizar en la percepción de la enfermedad, comprender su impacto sobre los distintos aspectos de la vida y mejorar el cumplimiento del tratamiento.

Medicina cardíaca personalizada

El lema “detectar lo indetectado” también nos lleva al terreno molecular. Vivimos en la era de la medicina de precisión, basada en identificar mecanismos moleculares propios de la enfermedad en cada individuo para realizar un diagnóstico específico y una mejor estimación del riesgo. Esto permite establecer una terapia personalizada.

En este contexto, la determinación de biomarcadores sanguíneos emerge como una opción con ventajas evidentes. El análisis de sangre es a priori una técnica sencilla, fiable, rápida, con posibilidades de implantarse a gran escala y a bajo coste.

Además, las alteraciones moleculares y celulares pueden preceder a la aparición de síntomas o al deterioro de la función cardiaca. Detectarlas nos permitiría identificar a las personas con riesgo alto de padecer insuficiencia cardiaca, que requieran pruebas de imagen más específicas (pero también más costosas y restringidas), un tratamiento concreto o un seguimiento más cercano por parte de un especialista.

El desarrollo de la biopsia líquida en muestras de sangre integra el estudio de las vesículas extracelulares (pequeños fragmentos celulares que las células liberan en respuesta al daño) junto con el avance de las tecnologías de secuenciación masiva y el análisis del perfil de expresión de proteínas (proteómica) y metabolitos (metabolómica). Las cantidades ingentes de información así obtenidas abren un nuevo universo de posibilidades para explotar todo el potencial de las muestras sanguíneas.

La integración de esos datos mediante herramientas de inteligencia artificial está permitiendo identificar patrones moleculares que combinan varios biomarcadores para capturar la complejidad de la insuficiencia cardiaca.

Todavía nos queda mucho por aprender, pero los investigadores estamos realizando numerosos esfuerzos para avanzar en la localización de biomarcadores que permitan mejorar el diagnóstico, el pronóstico y los tratamientos.

Ese es el objetivo de MINERVA y MINERVA II, dos proyectos coordinados por el Cima Universidad de Navarra, que implica a un consorcio integrado por hospitales, centros de investigación y expertos en inteligencia artificial.

La finalidad de estos esfuerzos es lograr que en un futuro –esperemos que próximo– dispongamos de herramientas que faciliten el diagnóstico temprano y la estratificación del riesgo en los pacientes. Esto contribuirá a emplear estrategias de medicina personalizada y a frenar la progresión de esta epidemia que es la insuficiencia cardiaca.

The Conversation

Arantxa González Miqueo recibe fondos del Instituto de Salud Carlos III, la Unión Europea y el Gobierno de Navarra para la financiación de proyectos de investigación.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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