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Entre bambalinas pueden hacerse muchas cosas, como campañas electorales en las que también hay secretos –unos más confesables que otros–. Cuando Henry Kissinger aseguraba que el poder es el mayor afrodisíaco, sabía muy bien de lo que hablaba: de esa erótica del poder bien conocida por el secretario de Estado americano y que, tras varias décadas y escándalos en la Casa Blanca, llegaría a salpicar a un candidato –otro más– de los EE. UU., Bill Clinton, con su famoso episodio de la becaria.
Aparte de este episodio, Clinton también fue el protagonista de una película documental, The War Room, que describe el denominado cuartel de guerra y estrategia de campaña del candidato demócrata en 1992, rodeado de sus asesores, entre ellos James Carville, quien lanzaba aquella frase de “it´s the economy, stupid” –“es la economía, estúpido”– para describir cuáles eran los temas y asuntos que más preocupaban a los ciudadanos. Era la famosa agenda, que antes ya habían descrito McCombs y Shaw (1972) en términos académicos para medir cuál es el peso en la opinión pública sobre las cuestiones que los medios de comunicación publican de los políticos.
Se trata del área y punto de intersección entre los asuntos considerados como prioritarios por los políticos, periodistas y ciudadanos. Tres círculos y estamentos cerrados en los que, en muchas ocasiones, la opinión de los ciudadanos desaparece cual Triángulo de las Bermudas o encuesta interesada.
Precisamente políticos, periodistas y asesores de campaña forman parte de esas amistades peligrosas, intrigas sociales y palaciegas, en algunos aspectos similares a la película protagonizada por Glen Close y John Malkovich –Las amistades peligrosas– en el gabinete de la corte, similares también a ese camarote de los hermanos Marx en el que se convierte la dirección y comité de una campaña electoral y en el que, en ocasiones, es necesario buscar el refugio de la azotea del edificio para conversar y pensar con cierta perspectiva y mirada al horizonte.
Declaraciones de políticos y titulares de periódicos
De hecho, en un análisis que hicimos varios autores hace años sobre las declaraciones de los candidatos que intervinieron en los debates electorales televisados en las elecciones generales de 2015 y 2016, comprobamos la enorme coincidencia, de un 73,63 %, entre la agenda de temas y declaraciones realizadas por los políticos con los titulares y noticias difundidas, meses antes, por la prensa, durante la precampaña electoral, con un claro alineamiento y ensamblaje mediático y político, constatando que los medios siguen siendo una fuente de referencia prioritaria para los asesores y sus candidatos.
En medio de este sacrosanto convento de las campañas electorales, periodistas, políticos y asesores se retroalimentan y es difícil no encontrar a “frailes” y “pontífices” de grandes soflamas alimentados por “cocineros” de titulares, autores de discursos que entran, salen, se pasean, esconden y conspiran entre redacciones de periódicos, redes sociales y despachos políticos. No hay duda de que es mejor –y en ocasiones más reconfortante– dar consejos que ponerlos en práctica.
En agosto de 1939, días antes de que la Alemania de Hitler invadiera Polonia, y ante la creciente amenaza del ejército nazi, Winston Churchill se decidió a planear, dirigir y evaluar las operaciones de defensa desde un mítico búnker en Londres, conocido como el Cabinet War Room, una sala subterránea ubicada debajo del edificio del Tesoro, en área de Whitehall de Westminster, desde donde supervisaba las operaciones de guerra y, posteriormente, el gobierno. Así es como pasó a conocerse, a partir de entonces, la sala y el equipo de campaña que dirige las operaciones de esa guerra estratégica que son las elecciones, con sus batallas y tácticas, donde las balas se convierten en ideas y los blancos en objetivos electorales, es decir, votantes.
El arte de la “guerra” electoral
El alto mando de una campaña electoral dirige las operaciones y discute sobre el arte de la guerra y su forma de entenderla, entre las enseñanzas orientales de Sun Tzu y su optimización de los recursos, para obtener la máxima eficacia con el mínimo esfuerzo.
Frente a eso está la concepción más guerrera de las viejas consignas y ataques de la propaganda blanca, gris o negra, dependiendo del color e identificación de la fuente emisora del mensaje donde, en muchos casos, el juego sucio y el barro electoral salpican escandalosamente las campañas, tanto o más que Clinton y la becaria.
En la trastienda de las campañas es donde se reúnen los estrategas, redactores, creativos, responsables de movilización y logística y demás asesores para construir el guion de la película y tratar de imponer su relato. Ellos tratan de persuadir y seducir a los votantes y de hacerlos partícipes de su propio subidón de adrenalina en la búsqueda de ese placer y la recompensa del voto, similar al sexo o al chocolate.
José Rúas Araújo recibe fondos de un Proyecto de Investigación del Ministerio de Ciencia e Innovación, que analiza el impacto de la desinformación, y es afiliado del PSOE.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.