Un #MeToo de hace mil años: denuncias contra la agresión sexual en la Edad Media

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Episodio de Susana y los viejos. Biblia Sancti Petri Rodensis, BnF, Latin 6 (3), f. 66v. gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France

La preocupación por el auge de la violencia sexual ha desencadenado en la actualidad una serie de debates públicos y políticos. Movimientos como el #Metoo a nivel global o también en el caso español el juicio contra la conocida como “Manada” de Pamplona han movilizado e incentivado el debate sobre la prevención y castigo de este tipo de crímenes.

Estatua de una mujer en piedra
Lucrecia se suicida tras su violación (según el relato de Tito Livio). Imagen de un medallón del Palacio de los Fonseca en Santiago de Compostela (s. XVI). A. L-R., Author provided

En los últimos meses la polémica reforma de la conocida ley del “solo sí es sí” hizo evidente el problema de ajustar los delitos, los tipos de penas y la “demostrabilidad” de la agresión sexual.

Pero ninguno de estos problemas es estrictamente contemporáneo. Hace ya casi 30 años estudios pioneros como el de la catedrática de historia medieval María del Carmen Pallares mostraron casos semejantes en el Ourense del siglo XV. Nuevas contribuciones siguen arrojando luz sobre el problema para épocas más antiguas de la Edad Media.

Durante la época medieval, en el siglo X, diferentes testimonios escritos dan cuenta de que la denuncia de la agresión se llevó a cabo a pesar de los obstáculos de tipo legal, social y hasta familiar que implicaban ese tipo de acciones judiciales, y más en una sociedad sin criminología forense.

Si hoy en día sigue implicando dificultades la judicialización de la agresión, es evidente que para rastrear en documentos de hace mil años este tipo de hechos se deben considerar con cautela las evidencias. Existen una serie de “fronteras” o impedimentos de tipo lingüístico (documentos en latín o lenguas romances), legal (no hay equivalencia exacta a la violación) y de representatividad (solo muy pocos documentos llegan a mostrar signos de los delitos).

A pesar de todo ello he seleccionado estos dos casos documentados por mostrar de una forma clara momentos en lo que la mujer denuncia la agresión sexual masculina colectiva o individual.

Celanova, Galicia: la nieta denuncia al abuelo

El conocido como cartulario o tombo del monasterio de Celanova (Ourense, Galicia) es una excelente fuente de datos para el conocimiento de la sociedad altomedieval en el noroeste peninsular. Los documentos que contiene son básicamente copias de otros anteriores, principalmente de los siglos X-XI.

Tumbo y becerro antiguo de privilegios y donaciones hechas al monasterio de San Salvador de Celanova conocido como Tombo o cartulario de Celanova (s. XII). Archivo Histórico Nacional, Madrid, CÓDICES L. 986, f. 137r.

En algún momento a finales del siglo X se relata cómo una mujer, posiblemente una joven, se dirigió al monasterio para denunciar a su propio abuelo por haber abusado de ella (venit ipsa mea nepta in presentia iudices in concilio). No se sabe el nombre de la nieta porque quien protagoniza el documento es Tusto, el abuelo y agresor, reconociendo el delito y explicando cómo había llegado a esa situación judicial tras la comisión del crimen y la denuncia (querimonia) de su nieta. Finalmente, el agresor acepta entregar una serie de bienes familiares por las relaciones ilícitas (adulterio) que pasan a engrosar el patrimonio monástico.

La mención, por sorprendente que sea, es explícita en la vinculación familiar y en el reconocimiento de la culpa. Por desgracia, nada más sabemos de Tusto y de su anónima nieta agredida, pero sí que esta tuvo la oportunidad de denunciar exitosamente a su agresor, aun cuando era su propio abuelo.

São Pedro do Sul, Portugal: Jimena contra Juan Arias

Otro ejemplo explícito de denuncia de la agresión sexual en las fuentes se encuentra en un documento registrado aproximadamente un siglo después del de Tusto.

En este caso una mujer, Jimena, y su madre, Ducidia, entregan una serie de bienes de iglesias a un magnate local llamado Alvitu Sandizi. Jimena y Ducidia recurren a él como defensor porque un hombre llamado Juan Arias había intentado agredir a Jimena o, al menos, consumar una relación sin su consentimiento (volebat concubare sine mea volumtate). Por lo visto, Alvitu era conocido por ser una autoridad local y es por ello por lo que ambas recurren a su poder.

Lo más llamativo es que Jimena aparece en primera persona (mea) explicando que la entrega de bienes había sido para paralizar la agresión y haciendo explícita su voluntad de no consentir.

La punta de un iceberg mucho mayor

Es imposible cuantificar el número de agresiones sucedidas a lo largo de los siglos. En nuestro proyecto de tesis doctoral y en otras publicaciones hemos intentado recoger todas las menciones posibles. Estas dos son, por supuesto, las más evidentes de la denuncia femenina, pero no las únicas.

A pesar de populares recreaciones cinematográficas como El manantial de la doncella (Ingmar Bergman, 1960) o de la más reciente El último duelo (Ridley Scott, 2021), el asunto de la denuncia podía partir de la mujer y ser un asunto de justicia ordinaria sin épica caballeresca o milagrosa.

Una mujer vestida con ropas medievales come mientras un hombre la agarra desde atrás.
Birgitta Pettersson y Tor Isedal en un fotograma de la película El manantial de la doncella, que retrata una violación en la Suecia medieval. FilmAffinity

El análisis y conocimiento de estas historias no solo sienta un precedente, sino que nos ayuda a observar el pasado de una forma distinta. Es responsabilidad de la investigación histórica traer de vuelta estas evidencias para hacerlas públicas, para que, con sus denuncias, la nieta de Tusto y Jimena y su madre puedan estar presentes de nuevo.

The Conversation

Abel Lorenzo-Rodríguez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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