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En las últimas décadas, el desarrollo de la telefonía inteligente y su popularidad a nivel mundial han cambiado el panorama de la comunicación y la información, remodelando intereses, valores y deseos de muchos usuarios. Los teléfonos inteligentes se han convertido en una parte esencial de la vida diaria de las personas en los ámbitos social, educativo o laboral. Además, son la principal herramienta para acceder a internet, por encima de tabletas y ordenadores.
No es de extrañar. Los teléfonos inteligentes pueden brindar numerosas gratificaciones relacionadas con la comunicación, el entretenimiento, la búsqueda de información, la administración del tiempo, las estrategias de afrontamiento o el mantenimiento de la identidad social, entre otras. Sin embargo, algunas personas se apegan tanto a sus dispositivos que experimentan ansiedad por separación cuando no los tienen a mano. Y eso les lleva a plantearse si son adictos a su teléfono móvil.
¿Existe la adicción al teléfono inteligente?
¿Lo son? ¿Existe la adicción al teléfono inteligente? A nivel científico no existe un consenso absoluto para dar respuesta a esta pregunta. Pero si se trata de dar una respuesta corta, ésta debería ser no.
La adicción al teléfono inteligente no se contempla de momento en ninguno de los manuales diagnósticos internacionales. Por el contrario, el término “uso problemático del smartphone” se está abriendo paso en los ámbitos científico y profesional.
Existen varios factores que dificultan la consideración del uso desadaptativo del teléfono inteligente como una adicción. Por un lado, y a diferencia de las adicciones reconocidas, la evidencia disponible no ha conseguido asociar de forma inequívoca el mal uso de estos dispositivos con consecuencias psicológicas y físicas graves o muy graves.
Por otro, debe diferenciarse el teléfono inteligente como objeto del uso que se haga del mismo, incluyendo el acceso a contenidos potencialmente adictivos como el juego en línea o el contenido para adultos, entre otros.
Bajo este prisma, no parece sostenerse una relación dosis-respuesta entre el uso de teléfonos inteligentes y problemas derivados para el individuo. Así, una persona puede utilizar constantemente su teléfono como herramienta de trabajo y no tener un problema de conducta.
Al contrario, otra persona podría utilizarlo durante menos tiempo y, sin embargo, sufrir consecuencias negativas por hacerlo de una forma desadaptativa. En definitiva, la cantidad de tiempo invertido en su uso puede ser relevante pero, en ningún caso, definitoria de problema.
Cuando separarnos del móvil nos irrita
Evitar el término adicción no descarta que exista un uso problemático de estos dispositivos.
¿Cómo se detecta? Da una pista el que aparezcan problemas interpersonales, laborales o académicos (deterioro funcional significativo). Pero también es motivo de alerta tener el dispositivo constantemente en la cabeza (prominencia), la necesidad de pasar cada vez más tiempo conectado (tolerancia), el sentimiento de malestar y/o irritabilidad al separase del teléfono (abstinencia), así como el deseo irrefrenable por su utilización (pérdida de control).
Lo realmente preocupante es que no se queda ahí: el uso problemático de estos dispositivos puede acarrear problemas de salud. Entre ellos, una mayor incidencia de accidentes (caídas, colisiones, etc.), ciertos problemas de salud mental (ansiedad, depresión, pérdida de autocontrol, impulsividad disfuncional y ansiedad social), problemas musculoesqueléticos (síndrome de túnel carpiano y alteraciones cervicales), problemas visuales, pérdida de calidad del sueño y una mayor incidencia de estilos de vida no saludables (tabaquismo y sedentarismo).
¿A cuántas personas afecta el uso problemático del teléfono inteligente?
Hasta la fecha, el problema ha sido estudiado principalmente en poblaciones jóvenes, por ser consideradas de mayor riesgo. Es complicado establecer una cifra general exacta y fiable por la diversidad cultural, económica y geográfica de las distintas poblaciones estudiadas, además de las diferentes metodologías de detección del problema empleadas.
Una reciente investigación que recopila 41 estudios previos de todo el mundo ha reportado una prevalencia promedio del 23,3 % de uso problemático del teléfono inteligente en adolescentes y adultos jóvenes. En España, un estudio sobre población adolescente publicado en 2019 identificó unas cifras superiores de usuarios problemáticos (41,9 %).
En todo caso, más allá de cifras exactas, parece adivinarse una tendencia al alza en el futuro cercano.
En principio, hay mayor tendencia al uso no adaptativo de los teléfonos entre los jóvenes más impulsivos, con baja autoestima, tendencia a la soledad, alto estrés percibido, dificultad para regular sus emociones y perfeccionistas (con altas dudas sobre las acciones y altas expectativas de los padres). Y al igual que ocurre con otras conductas, también parece haber un vínculo paternofilial, o lo que es lo mismo, aparece con mayor frecuencia en los hijos de padres muy estrictos.
Usar sin abusar
¿Qué hacemos entonces? Los teléfonos inteligentes se han convertido en una parte casi indispensable de la vida diaria, facilitando el trabajo, la educación o el entretenimiento. Sin embargo, su uso problemático comparte algunas características con el abuso de sustancias y se relaciona con problemas comportamentales y síntomas de salud física y mental.
Además, la versatilidad, privacidad y rapidez de uso de estos dispositivos facilitan el acceso a ciertas conductas de riesgo y su permanencia.
Por todo ello, es importante que los usuarios de teléfonos inteligentes no sólo disfruten de las ventajas que ofrecen estos dispositivos, sino que también consideren sus eventuales consecuencias negativas. En este contexto, sería necesario educar en el uso responsable del teléfono inteligente, tanto en el hogar como fuera de él, poniendo en marcha políticas de salud pública.
Enrique Ramón Arbués no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.