Vea También
¿Qué pensaría si le cuento que en las décadas de los años 30 y 40 en España el número más amplio de deportistas profesionales eran mujeres? ¿Y si le digo que eran, además, de los deportistas profesionales mejor pagados?
Es frecuente oír que el deporte masculino está mejor pagado porque genera mayores ingresos, como si el liberalismo funcionara ajeno a las dinámicas sociales y los órdenes sexuales. Cuando se dice que los hombres cobran más porque facturan más se están omitiendo las razones sociales, históricas y estructurales que han hecho y hacen que eso sea así.
Las mujeres han practicado la mayoría de juegos y deportes que han practicado los hombres de su misma condición social. Las griegas, el atletismo; las olmecas, el juego de pelota; las aristócratas francesas, el jeu de paumme; las nobles inglesas, el tenis, y sus compatriotas obreras, el fútbol. Cada una, como es obvio, en su tiempo y en su lugar, pero todas porque tienen un cuerpo y saben usarlo.
Solo una decisión de política sexual, y casi siempre bajo una amenaza, velada o no, de violencia, hace que las mujeres abandonen aquello que pueden y saben hacer. Lo que ocurre es que cuando esto sucede y conforma un nuevo escenario, en poco tiempo tendemos a pensar que el escenario es así desde tiempos inmemoriales. Como dice el sociólogo Pierre Bourdieu, toda naturalización es un proceso de deshistorización.
La raqueta se hizo profesional
En la década de 1910 se inaugura una nueva modalidad de pelota vasca, la raqueta, análoga al frontenis, pero con pelota de cuero. En el hoy conocido como País Vasco, las mujeres ya jugaban a pelota, entre ellas y contra hombres, desde que tenemos documentos y referencias sobre el juego, pero la raqueta se convirtió en una modalidad profesional que se jugó en la mayor parte de ciudades de provincia españolas, además de en algunas de Cuba, Brasil y México.
El primer frontón de raqueta industrial –con entrada, apuesta simultánea y pago correspondiente de impuestos– se abrió en Madrid en 1917. Tenía un cuadro de 16 raquetistas profesionales, que fue aumentando hasta las 45 que tenía en 1929, cuando se inauguró el nuevo Frontón Madrid, un auténtico club social, con restaurante, peluquería, salones y terrazas.
La mejor pelotari del momento, Carmen López La Bolche ganaba 2 500 pesetas al mes, sin contar los abultados extras por premios, recompensas y otros. Solo el guardameta Ricardo Zamora la superó un año después, al fichar por el Real Madrid con un sueldo de 3 000 pesetas, considerado desorbitado para la época.
En los primeros meses de 1936, la raqueta se había extendido ya a Sevilla, Baleares, Logroño, Bilbao, La Habana, Sao Paulo y Ciudad de México. Madrid y Barcelona contaban con cuatro frontones cada una, ofreciendo entre cuatro y seis partidos diarios por frontón. Había cientos de pelotaris profesionales mujeres contratadas en estos frontones que salían de las escuelas especializadas localizadas sobre todo en el País Vasco, donde la raqueta se había convertido en un prometedor oficio para las niñas.
El franquismo frustró el futuro de las deportistas
Tras la Guerra Civil española, el régimen franquista hizo del deporte una cuestión de Estado, dirigida desde la Delegación Nacional de Deportes (DND). En 1943, una estadística de la Federación Española de Pelota (FEP) registró 1 432 pelotaris profesionales, de los cuales más de la mitad eran mujeres, concretamente 734. La FEP tomó entonces dos decisiones que son imprescindibles para entender qué ocurrió con la modalidad de pelota a raqueta, y que ayudan a entender también el panorama actual del deporte.
En febrero de 1944, la DND acordó el cambio de denominación del deporte de la pelota de “Pelota Vasca” a “Pelota Nacional”. El régimen quiso hacer de la pelota el deporte nacional, habida cuenta de que era el único con presencia internacional que había nacido en su territorio. Para eso promovió la construcción de frontones en todos los pueblos españoles y su inclusión en sus programas educativos, eso sí, masculinos. En esa nueva concepción nacional de la pelota, las mujeres, que en ese momento a nivel profesional eran mayoría, sobraban.
Unos meses después, en julio de 1944, el Boletín Oficial de la DND publicó una disposición titulada “Prohibición del profesionalismo en el juego de pelota a raqueta” que establecía la clausura de las escuelas de raqueta, prohibía la emisión de licencias federativas a “señoritas raquetistas” y daba un plazo de dos años para que los frontones de esta modalidad se reconvirtieran. En ese momento, ya había raqueta profesional, además de en las ciudades nombradas anteriormente, en Tenerife, Las Palmas, Córdoba, Valencia, Vigo, Salamanca y otras.
Las presiones empresariales y la gran cantidad de familias que vivían de la raqueta, sin olvidar tampoco los cuantiosos impuestos que los frontones pagaban al Estado, hicieron que la FEP extendiera el plazo de cierre indefinidamente. La raqueta siguió jugándose profesionalmente, y lo hizo hasta 1980, pero el tejido industrial quedó destruido. Sin escuelas y con los cuadros envejecidos –la prohibición de debutar profesionalmente no se retira hasta 1958–, no hubo renovación y las jóvenes dejaron de imaginar que podían dedicarse al deporte como salida profesional.
Nacionalismo y deporte moderno
Procesos análogos a este se han producido en gran parte del mundo cuando la gloria de la nación se ha medido, entre otras cosas, por los logros deportivos. La Segunda Guerra Mundial y la mística de la feminidad subsiguiente culminaron un proceso de masculinización que se inició a finales del siglo XIX con la estrecha dependencia entre nacionalismo y deporte moderno.
Esta dependencia ha marcado por completo nuestra forma de concebir y asumir la disparidad de oportunidades, presencia, reconocimiento y remuneración que tienen ambos sexos en el deporte. El liberalismo, que promulga un mercado que se autorregula solo, no existe fuera de los marcos estatales que lo posibilitan. La igualdad de género en el deporte solo será posible si se establecen políticas que nos permitan imaginar escenarios nuevos, que siempre suelen contar con antecedentes históricos.
Olatz González Abrisketa no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.