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Para entender visualmente el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán sin correr peligro no hay más que seguir la orilla iraní del río Aras en un mapa.
En el hermoso paisaje de montañas, valles, afluentes y bosques que hacen de frontera entre Irán y estos países del Cáucaso también se encuentran búnkeres, trincheras y destacamentos militares de ambos Estados. La razón de esta militarización de la zona se debe a que es uno de los posibles escenarios bélicos del enfrentamiento que existe entre Armenia y Azerbaiyán.
Concretamente, el río Aras hace de frontera sur de la provincia armenia de Syunik con Irán, pero además limita al este con Azerbaiyán y al oeste con la República Autónoma de Najicheván, un exclave también azerí. Por ello, la provincia de Syunik se expone a una situación de gran vulnerabilidad en caso de ataque vecino. Hay que considerar, además, que la intención de Bakú es conectar sus territorios por tierra para que las comunicaciones no tengan que realizarse a través de Irán, como ocurre hasta ahora.
Históricamente, toda esta zona estuvo habitada por armenios, kurdos, azeríes y algunos persas. Entre la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la guerra de independencia de Turquía (1919-1923) y el derrumbe de la Unión Soviética (1991), la población se fue agrupando en función de su religión y etnia entre lo que hoy son Turquía, Armenia y Azerbaiyán.
La historia de los armenios
Durante la Primera Guerra Mundial y la guerra de independencia turca contra armenios, asirios y griegos, el Imperio otomano, con el afán de homogeneizar su población y ejercer un mayor control por todo su territorio, aniquiló a gran parte de la población de estos colectivos. A causa de su credo cristiano, los otomanos consideraron que estos grupos podían tener simpatías con las potencias aliadas, en ese momento sus enemigos. Se estima que entre un millón y medio y dos millones de armenios fallecieron en esta campaña, conocida como el genocidio armenio (1915-1922).
Entre el fin de la guerra de independencia turca (1923) y el comienzo de la crisis (1988) que llevó al fin de la Unión Soviética, la situación fue relativamente tranquila en el Cáucaso. En ese momento estalló la primera guerra entre Armenia y Azerbaiyán por el control efectivo de la región de Nagorno Karabaj, que terminó en 1994 con la victoria armenia, a pesar de encontrarse en una clara desventaja militar.
Antiguos integrantes del Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia, fundado en 1975 en Beirut y activo hasta 1991, desempeñaron un papel central en este conflicto. El principal objetivo de esta organización armada era el reconocimiento del genocidio armenio por parte del Estado turco, además de la devolución de la zona ocupada que perteneció a la República Democrática de Armenia (1918-1920) antes de su desaparición, desde entonces bajo control de Ankara.
A pesar de que la guerra no terminó hasta 1994, en 1991 fue fundada la República de Artsaj en el territorio de Nagorno Karabaj (también conocido como Alto Karabaj). Desde entonces, Artsaj mantuvo una gran dependencia de Armenia en todos los niveles para subsistir, sobre todo en lo que se refería a la obtención de suministros, los cuales se transportaban a través del corredor de Lachín.
El conflicto en Nagorno Karabaj
Tras el fin de este primer conflicto, Bakú empezó a explotar sus yacimientos de gas y petróleo en la zona, que habían sido abandonados por las autoridades soviéticas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Su producción generó rápidamente enormes ingresos de divisas, destinados en buena parte a modernizar el ejército y adquirir material bélico de primera generación, en su mayoría comprado a Turquía e Israel. Si bien la tensión entre los dos países estuvo siempre presente, produciéndose algún que otro altercado, no fue hasta 2020, en plena pandemia de covid-19, cuando Azerbaiyán decidió contraatacar con toda su fuerza.
Se dio así inicio a la segunda guerra de Nagorno Karabaj. Tras 44 días de combates, los armenios fueron derrotados. El enfrentamiento tuvo un saldo de alrededor de 7 000 muertos, mayoritariamente por el lado armenio. La paz finalmente se logró mediante la mediación de Rusia, que estableció un destacamento de soldados para evitar enfrentamientos en lugares claves. También lo hizo con el objetivo de permitir el paso de mercancías a través del corredor de Lachín, aunque con escaso éxito: las tropas azeríes lograron bloquearlo para aislar por completo a la República de Artsaj del exterior. La guerra ruso-ucraniana, así como el enfriamiento de las relaciones de Armenia con Moscú, hizo que Rusia dejara a su suerte a los armenios de Nagorno Karabaj.
La derrota armenia de 2020 llevó a la pérdida del control de una buena parte del territorio de Artsaj a favor de Azerbaiyán. Esto también implicó que las tropas azeríes comenzaran a destruir todo el patrimonio armenio bajo su dominio que no era protegido por las tropas mediadoras rusas.
Con el fin de la segunda guerra de Nagorno Karabaj de 2020 no terminaron las agresiones azeríes incluso dentro del territorio nacional armenio, que incluyeron terribles atrocidades –torturas, violaciones o decapitaciones–. Estas quedaron constatadas por las propias grabaciones que realizaron los soldados azeríes y difundieron por redes sociales, causando una gran consternación en la comunidad internacional por el nivel de barbarie y sadismo.
Estas prácticas propias de limpieza étnica permiten constatar una nueva fase del genocidio. En el siglo XXI, la máxima responsabilidad de los crímenes recae en el dictador azerí Ilham Aliyev, que cuenta con la colaboración y el beneplácito del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan. Erdoğan es, por cierto, ferviente negacionista del genocidio armenio y de toda responsabilidad turca.
La reciente y definitiva rendición de la República de Artsaj se produjo tras el rápido y feroz ataque lanzado por Azerbaiyán el pasado 19 de septiembre con el que logró tomar control de varias ciudades importantes. La agresión finalizó con un acuerdo firmado al día siguiente, y cuya inmediata consecuencia fue el inicio de un éxodo masivo de más de 102 000 personas que se dirigieron a Armenia.
Con el alto el fuego, asimismo se estableció la disolución de Artsaj para el 1 de enero de 2024. Ese día Azerbaiyán tomará oficialmente el control de un territorio que ya ocupa de facto.
Abandono internacional
La diáspora armenia, compuesta por cerca de 8 millones de personas, y repartida por buena parte de Europa, América del Norte y del Sur, y Oceanía, se siente impotente y desmoralizada de ver cómo su país se encuentra prácticamente solo frente a las agresiones de Azerbaiyán.
Al igual que en el resto del mundo, los intereses que han prevalecido han sido los económicos. En pleno conflicto entre Ucrania y Rusia, el abastecimiento de crudo y gas resulta esencial para Europa. En ese sentido, el suministro que ofrece Azerbaiyán es de vital importancia. Esto llevó a la Unión Europea a hacer en 2022 positivas declaraciones sobre el dictador Aliyev, a quien consideraba un socio de confianza.
Sin embargo, la violencia del ejército azerí, así como las trágicas imágenes del éxodo, han llevado a Bruselas a condenar la agresión contra Armenia, sorprendiendo favorablemente, aunque con cautela, a toda la comunidad armenia.
En este sentido, España ha sido uno de los primeros países europeos en condenar la agresión y prestar asistencia humanitaria a Ereván, a pesar de no haber reconocido aún el genocidio armenio ni contar con una comunidad de inmigrantes armenios significativa.
Otros países hispanohablantes, tales como Argentina y Uruguay, cuentan con una población armenia bastante más numerosa y bien organizada. Desde su llegada al Cono Sur, hace más de un siglo, estas comunidades han sido muy activas en la condena de los atropellos cometidos contra su pueblo.
Por esta razón, la mayor parte de las publicaciones escritas en español que guardan relación con la historia y la cultura armenias han sido publicadas en este país sudamericano. Algunas de estas se encuentran accesibles para su consulta en la biblioteca de la Agencia Española de Cooperación Internacional.
En cualquier caso, la constante hostilidad por parte de Turquía y Azerbaiyán contra Armenia hace imposible vislumbrar un fin al conflicto entre los dos bandos. Bakú y Ankara desean establecer un corredor que facilite las comunicaciones y transportes entre ambos países, separados únicamente por Armenia. Además, la clara superioridad militar turca y azerí, y sus fuertes vínculos económicos con Occidente, hacen pensar que, ante futuros atropellos, se generarán pocas reacciones de verdadero peso, por muy noble y justa que sea la actitud de los armenios.
Fernando Camacho Padilla does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.