El asedio pone en situación crítica el débil sistema sanitario de Gaza

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A health service on its knees. Abed Zagout/Anadolu via Getty Images

Los heridos, lesionados y enfermos de Gaza parecen no tener escapatoria. El 17 de octubre de 2023, saltó la noticia de que al menos 500 pacientes, personal y personas que buscaban refugio de las bombas israelíes habían muerto en una explosión en un hospital, según las autoridades sanitarias del enclave dirigido por Hamás.

Se trata de una pérdida de vidas devastadora en una campaña de bombardeos que no ha perdonado a los débiles ni a los enfermos. Pocos días antes, la Organización Mundial de la Salud afirmaba en una dura evaluación que ordenar la evacuación de las camas de hospital y dirigirse al sur equivalía a una “sentencia de muerte”.

Para entonces, cuatro hospitales ya habían dejado de funcionar en el norte de Gaza debido a los daños causados por las bombas israelíes.

Más allá de la devastación inmediata del conflicto actual, en el que han muerto miles de israelíes y palestinos, el sistema sanitario de la Franja de Gaza sufrirá consecuencias importantes y duraderas.

Como experto palestino en salud mundial que ha trabajado con profesionales médicos de Gaza, sé que incluso antes de esta última escalada de violencia, los servicios sanitarios de Gaza estaban en mal estado. Insuficientes y mal dotados de recursos durante décadas, los médicos y hospitales también tuvieron que hacer frente a los efectos devastadores de un bloqueo de 16 años impuesto por Israel, en parte en coordinación con Egipto.

Un sistema completamente desbordado

Ahora mismo, los esfuerzos en Gaza se centrar en atender a los afectados por la campaña de bombardeos que Israel ordenó tras un ataque contra su población por parte de combatientes de Hamás. Una esperada ofensiva terrestre sólo aumentará el riesgo de más víctimas civiles.

Los hospitales de Gaza están completamente desbordados. Atienden a unos 1 000 pacientes nuevos al día, en un sistema sanitario con sólo 2 500 camas de hospital para una población de más de 2 millones de personas. Eso ha obligado a los hospitales a atender a los pacientes en pasillos y calles cercanas. Las personas mutiladas en los bombardeos están siendo tratadas por lesiones horribles sin disponer de elementos tan básicos como vendas de gasa, antisépticos, bolsas intravenosas y analgésicos. Los que sufren lesiones traumáticas no pueden recibir cuidados suficientes, lo que aumenta las tasas de infección y amputación.

Paramedics roll over a man on a gurney.
Un ciudadano recibe primeros auxilios en un hospital de Khan Yunis, Gaza, el 16 de octubre de 2023. Abed Zagout/Anadolu via Getty Images

Y las cosas pueden empeorar pronto. Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, los hospitales de Gaza se han visto obligados a trabajar sin electricidad, utilizando combustible para hacer funcionar generadores que garanticen el funcionamiento de los equipos que salvan vidas. La ONU calcula que este combustible se agotará pronto debido al asedio total impuesto a Gaza por Israel.

Estas condiciones han hecho temer que, junto con el ingente número de víctimas de los bombardeos, los servicios sanitarios de Gaza pronto tengan que hacer frente a brotes de enfermedades. Los pacientes con necesidades sanitarias inmediatas, como diálisis o quimioterapia, se encuentran entre los que han recibido la orden de marcharse y dirigirse hacia una mayor seguridad en el sur de Gaza, aunque las rutas de evacuación también han sido bombardeadas.

Un siglo de financiación insuficiente

La devastación actual del sistema sanitario de Gaza es evidente. Pero el sistema sanitario de Gaza ya estaba bajo presión antes del último bombardeo. De hecho, políticas que se remontan a décadas atrás lo han dejado sin capacidad de satisfacer siquiera las necesidades sanitarias básicas de los residentes de Gaza. Por no hablar de la incapacidad de responder a la catástrofe humanitaria en curso.

En poco más de un siglo, el sistema sanitario de Gaza ha sido administrado por seis autoridades distintas: los otomanos hasta el final de la Primera Guerra Mundial, los británicos durante el periodo del mandato de 1917 a 1947, Egipto de 1949 a 1967, Israel bajo la ocupación a partir de 1967, y luego un Ministerio de Sanidad dirigido primero por la Autoridad Palestina de 1995 a 2006 y desde entonces por Hamás.

Lo que todos han tenido en común es que, desde mi punto de vista como experto en salud mundial, invirtieron poco en la salud palestina. Durante períodos del siglo XX, las prioridades sanitarias de los sucesivos órganos de gobierno parecían centrarse más en reducir la propagación de enfermedades transmisibles para proteger a los extranjeros que interactuaban con la población palestina nativa.

Aparentemente se prestó mucha menos atención a la construcción de infraestructuras sanitarias, la formación adecuada del personal sanitario, el fomento de la atención preventiva y otras iniciativas a largo plazo que conforman un sistema sanitario sostenible.

Bajo la ocupación israelí a partir de 1967, varios hospitales palestinos fueron convertidos en centros de detención u oficinas militares, mientras que otros se cerraron y se prohibió la apertura de otros nuevos. Los médicos palestinos que trabajaban en los territorios ocupados ganaban un tercio del salario de sus homólogos israelíes.

Como consecuencia de esta negligencia, los indicadores de salud en todo lo que ahora se conoce como territorios ocupados –Cisjordania y la Franja de Gaza– han sido malos.

La mortalidad materna e infantil, indicadores típicos del funcionamiento del sistema sanitario, tiende a ser elevada. Por ejemplo, a mediados de la década de 1980, la mortalidad infantil era de más de 30 por cada 1 000 nacidos vivos entre los palestinos, frente a algo menos de 10 por cada 1 000 entre la población judía de Israel. Y la mortalidad infantil se ha mantenido obstinadamente alta en Gaza.

Mientras tanto, la falta de una infraestructura fiable de agua potable y las condiciones generales de insalubridad provocaron la propagación de enfermedades parasitarias y otras enfermedades infecciosas, como el rotavirus, el cólera y la salmonela, que siguen siendo las principales causas de muerte en los niños de Gaza.

Mueren antes de poder marcharse

La mayoría de los habitantes de Gaza huyeron allí en 1948 tras ser desplazados de sus hogares en lo que se convirtió en el Estado de Israel. Se les clasificó como refugiados, y muchos recibieron servicios limitados del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente que se creó en 1949.

Desde entonces, la escasez crónica de financiación de los hospitales públicos ha hecho que los palestinos de Gaza sigan dependiendo del dinero exterior y de las organizaciones no gubernamentales para obtener servicios sanitarios esenciales. Esto dio lugar a una dependencia humanitaria que continúa hoy en día, con muchas de las instalaciones sanitarias de Gaza financiadas por las Naciones Unidas, agencias humanitarias como Médicos Sin Fronteras y organizaciones religiosas.

Durante la aprobación de los Acuerdos de Oslo, a mediados de la década de 1990, se creó la Autoridad Palestina para administrar los servicios en los territorios ocupados. Los acuerdos exigían que las competencias sanitarias se transfirieran al recién creado Ministerio de Sanidad palestino como preparación para un Estado palestino soberano, que los acuerdos preveían en un plazo de cinco años.

La Autoridad Palestina recibió una importante afluencia de ayuda humanitaria a medida que asumía responsabilidades civiles, entre ellas la sanidad. Como resultado, los indicadores de salud de los palestinos, incluida la esperanza de vida y las tasas de inmunización, empezaron a mejorar a finales de la década de 1990.

Pero a medida que avanzaba el tiempo se hacía más evidente que el objetivo primordial de los Acuerdos de Oslo para los palestinos –la creación de un Estado– no se materializaría. La desilusión condujo a la victoria de Hamás en las elecciones celebradas en Gaza en 2006. Desde entonces, Hamás se considera el órgano de gobierno de facto en Gaza, mientras que la Autoridad Palestina opera en Cisjordania.

El ascenso de Hamás, al que Estados Unidos, Israel y otros designan como grupo terrorista, supuso el aislamiento de Gaza de la comunidad internacional. También coincidió con la imposición por parte de Israel de un bloqueo total de Gaza por tierra, mar y aire.

No cabe duda de que el bloqueo ha acelerado rápidamente el deterioro del sistema sanitario en Gaza y ha repercutido directamente en la tasa de mortalidad.

Los gazatíes que necesitan atención avanzada –para el cáncer u otras enfermedades crónicas, lesiones traumáticas, etc.– a menudo sólo pueden acceder a los servicios necesarios en hospitales israelíes y necesitan un permiso para cruzar la frontera desde Gaza. Algunos mueren antes de que se complete el proceso de obtención del permiso.

Los servicios sanitarios de Gaza tras el asedio

Este vulnerable sistema sanitario se enfrenta ahora a retos sin precedentes, con profesionales sanitarios que se han comprometido a permanecer con sus pacientes incluso bajo órdenes de evacuación hospitalaria y con riesgo de muerte.

En años anteriores, la ayuda internacional ayudaba a reparar y reconstruir parte, pero no toda, la infraestructura dañada por los ataques aéreos, especialmente escuelas y hospitales.

Pero el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha prometido una “guerra larga y difícil”. Y con el nivel de destrucción visto en tan sólo unos días, sigue sin estar claro qué quedará después.

Ya han muerto en Gaza al menos 28 médicos y otros trabajadores sanitarios, y las ambulancias y varios hospitales han quedado inutilizados por las bombas.

Reponer este capital humano y estas infraestructuras vitales podría llevar años, si no generaciones, y eso sin contar con los límites de un bloqueo punitivo y un bombardeo continuado.

The Conversation

Yara M. Asi no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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