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La Organización Mundial de la Salud acaba de aprobar una nueva vacuna que, según la comunidad científica, constituirá un punto de inflexión en la lucha contra la malaria, que cada año se salda con la vida de medio millón de personas en África.
La vacuna R21/Matrix, desarrollada por la Universidad de Oxford en colaboración con el Serum Instute de la India tiene una alta eficacia, un coste de producción bajo y se puede fabricar a gran escala.
¿Por qué supone un punto de inflexión?
Según las investigaciones que estamos llevando a cabo, esta vacuna tiene cerca de un 75 % de eficacia en términos de reducción del número de episodios de malaria en el marco temporal de un año. La mejor vacuna hasta el momento contaba con un 50 % de eficacia en ese mismo transcurso de tiempo, y un porcentaje decreciente en los tres años siguientes.
Se trata de una mejora muy significativa, pero no es la única. La gran diferencia estriba en el hecho de que se puede fabricar a una escala que dé respuesta a la necesidad de proteger a la mayoría de los niños que requieren de la vacuna contra la enfermedad en África.
Cada año nacen cerca de 40 millones de niños en zonas azotadas por la malaria en el continente que podrían beneficiarse de la vacuna. La nuestra se administra en cuatro dosis en 14 meses, por lo que se necesitan 160 millones de las mismas. Es algo viable.
El Serum Institute de la India, nuestro socio fabricante y comercial, tiene la capacidad para producir cientos de millones de dosis de esta vacuna al año, mientras que en el caso de la vacuna anterior se podrían fabricar seis millones de dosis al año entre 2023 y 2026, según indica UNICEF en sus informes.
La tercera ventaja, sustancial, de esta vacuna, es el coste. Sabíamos perfectamente que no podíamos producir una vacuna que costara 100 dólares (95 euros). Para las agencias internacionales no sería rentable la compra y distribución de la vacuna en países de ingresos bajos. Ahora tenemos un precio que variará en función de la escala de producción; en un volumen elevado, cada dosis debería costar 5 dólares (4,75 euros).
¿Por qué ha sido tan difícil desarrollar una vacuna contra la malaria?
Durante más de 100 años, la comunidad científica ha tratado de desarrollar vacunas contra esta enfermedad. Se han realizado ensayos clínicos con individuos con más de 100 vacunas. Casi ninguna ha surtido efecto.
La malaria no es un virus, ni tampoco una bacteria. Es un parásito protozoario, varios miles de veces más grande que un virus común. Una buena forma de dar cuenta de su naturaleza es contar cuántos genes tiene. El virus causante de la covid-19 tiene 13; el parásito de la malaria, cerca de 5 500. Ahí radica uno de los porqués de su extrema complejidad.
Los parásitos adquieren diferentes formas en su ciclo de vida. La primera de ellas la transmite el mosquito a través de la picadura en la dermis, y rápidamente se propaga al hígado. Allí, los parásitos proliferan durante una semana, para posteriormente entrar en el torrente sanguíneo. Estos microorganismos aumentan diez veces su tamaño cada 48 horas y se multiplican de manera exponencial.
En el momento en el que alcanzan una densidad parasitaria elevada, la persona infectada empieza a percibir los primeros síntomas graves. En el peor de los casos, el paciente puede llegar a fallecer, por lo general, como consecuencia de los daños causados en el cerebro, de un coma o de una anemia grave. Los parásitos son los responsables de la ruptura de los glóbulos rojos.
En otra fase, el parásito vuelve a adquirir la forma transmisible por el mosquito para continuar su ciclo vital infectando a otros individuos.
La malaria suele tener cuatro ciclos vitales, todos completamente diferentes. Si se obtiene una vacuna lo suficientemente buena como para atajar uno de esos ciclos, se puede detener la cadena de transmisión. Eso es, precisamente, lo que hemos intentado conseguir.
Hemos estado trabajando para atacar a los esporozoítos, es decir, la fase en la que el mosquito transmite la enfermedad a través de la piel. Lo que intentamos es poner freno a la transmisión antes de que lleguen al hígado para reproducirse y continuar su ciclo vital.
Por suerte, en esta fase no se manifiestan los síntomas típicos de la malaria. La infección es silenciosa hasta que llega a la sangre y los microorganismos se empiezan a multiplicar dentro de los glóbulos rojos.
Ya en su momento, los científicos trataron de utilizar el microorganismo de la misma manera que Edward Jenner, pionero en el ámbito de la vacunología, utilizó el virus de la viruela, en su forma completa, para desarrollar una vacuna. Más tarde, el microbiólogo francés Louis Pasteur desarrolló las vacunas bacterianas. En 1943, se realizó un ensayo con una posible vacuna a partir del parásito íntegro de la malaria en Nueva York, pero sin resultados. Estos intentos fallidos crearon cierto clima de desconfianza.
No fue hasta los años 80 del pasado siglo cuando pudimos empezar a secuenciar los genes del parásito y cuando empezaron a aflorar las primeras vacunas con potencial. En los 10 años siguientes, hubo 5 000 vacunas con visos de ser prometedoras, dado que todos los científicos esperaban que el gen que habían secuenciado sería la vacuna contra la enfermedad. Por supuesto, la mayoría no tuvo resultado.
¿Por qué las vacunas para parásitos íntegros no surten efecto contra la malaria?
Por la misma razón por la que infectarte una vez de malaria no te protege de la próxima infección.
En las zonas azotadas por la enfermedad en África en las que probamos nuestras vacunas, algunos de los niños sufren hasta ocho episodios en tres o cuatro meses. La inmunidad natural no funciona hasta que la persona contrae múltiples infecciones diferentes, y eso explica por qué, generalmente, los adultos están protegidos frente a la malaria y no suelen desarrollar síntomas muy graves.
En zonas endémicas son los niños pequeños los que mueren por culpa de la malaria como consecuencia de la primera infección o porque no han adquirido la inmunidad a pesar de haber padecido uno o dos episodios.
La malaria ha convivido con nosotros desde hace decenas de millones de años. No solo con los humanos, sino también con las especies que éramos antes de convertirnos en humanos.
Es un parásito muy astuto que ha desarrollado mecanismos de todo tipo para eludir la inmunidad.
Cuando uno trata de administrar una vacuna, se da cuenta de que el parásito siempre encuentra una forma de zafarse. Solo es posible luchar contra él cuando se desarrollan niveles extremadamente elevados de anticuerpos que el microorganismo no ha detectado y que no sabe cómo sortear.
¿Podremos erradicar por completo la malaria de la faz de la Tierra?
La malaria ocupa uno de los escalones más altos en la lista de las enfermedades que queremos erradicar. No creo que, en los próximos cinco o 10 años, lo logremos, pero sí dentro de 15, más o menos. Por tanto, 2040 parece una fecha razonable.
Nadie está diciendo que se dejen de utilizar las mosquiteras, ni los insecticidas, ni los medicamentos. Pero lo que tenemos ahora es una nueva herramienta que protegerá más a las personas que cualquiera de los mecanismos que utilizamos en la actualidad.
Este artículo ha sido traducido con la colaboración de Casa África. Traducción: Eduard Galán.
Adrian Hill recibe financiación de organismos gubernamentales y benéficos para el desarrollo de vacunas contra la malaria. Ha recibido financiación concedida a la Universidad de Oxford por el Serum Institute de la India para apoyar los ensayos clínicos de la vacuna R21/Matrix-M. Es posible que se beneficie de una parte de cualquier flujo de regalías que obtenga la Universidad de Oxford de la vacuna.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.