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Irán ha advertido a Israel de graves consecuencias desde “múltiples frentes” si no detiene su incesante bombardeo de la Franja de Gaza.
Esta advertencia se interpreta ampliamente como una declaración de intenciones para que Irán entre en el conflicto a través de sus aliados. La milicia Hezbolá, que ya participa en escaramuzas de bajo nivel a través de la frontera israelí con Líbano, y el régimen de Assad, en Siria, están estrechamente alineados con Irán.
Dada la retórica cada vez más hostil de Irán, Washington y Tel Aviv han estado deliberando sobre qué hacer si Teherán da la orden de entrar en combate.
La posición de Israel respecto a Irán ha sido inflexible. En el pasado, ha abogado por ataques quirúrgicos contra instalaciones nucleares iraníes y se ha visto implicada en el asesinato de científicos nucleares iraníes.
La hipotética entrada de Irán en la guerra de Gaza abriría un nuevo capítulo en las hostilidades entre los enemigos, y llevaría la guerra directamente a las puertas de Irán.
Repercusiones militares y políticas
A pesar de sus advertencias a Israel, Irán parece reacio a entrar directamente en el conflicto por miedo a arriesgarse a una dura respuesta. En consecuencia, ha mantenido un difícil equilibrio entre su retórica ideológica y su conveniencia política. Pero juega con fuego. El equilibrio que pretende mantener puede romperse fácilmente en cualquier momento.
La línea oficial de Teherán es radical. Niega a Israel el derecho a existir y no se refiere a él como un Estado, sino como una entidad sionista. Las declaraciones oficiales iraníes están repletas de diatribas contra Israel.
En junio, Teherán presentó su último misil y se jactó de que tenía potencia para llegar a Israel. Las pancartas que anunciaban el misil llevaban impresas en persa, hebreo y árabe las palabras “400 segundos hasta Tel Aviv”.
Este mensaje forma parte del ideario del régimen y es un grito de guerra para sus acólitos.
El veneno anti-israelí y anti-estadounidense es un elemento básico del discurso político de la facción de línea dura que gobierna Irán bajo el líder supremo Ali Jamenei y el presidente Ebrahim Raisi. Esta facción se ve reforzada por su control del poder judicial, el parlamento y el Cuerpo de Guardias Revolucionarios Islámicos.
Sin embargo, las autoridades son plenamente conscientes de que una confrontación abierta con Israel –o incluso un enfrentamiento por parte de uno de los aliados de Irán– podría ser muy costosa para el país persa. No sólo podría producirse una represalia militar israelí contra instalaciones iraníes, sino también repercusiones políticas para un régimen cada vez más impopular entre sus propios ciudadanos.
La opinión pública iraní está desilusionada con el celo ideológico del régimen contra Israel y lo considera una estratagema para ocultar la corrupción, los problemas económicos y su incapacidad para atender a sus ciudadanos.
El cántico que se ha escuchado a menudo en las protestas de la última década –“Ni Gaza ni Líbano, sacrifico mi vida por Irán”– es un vívido recordatorio de la brecha existente entre el régimen gobernante y la población.
Las protestas generalizadas en todo Irán tras el asesinato de Mahsa (Zhina) Amini han profundizado en la impopularidad del régimen en el último año. Por eso, una confrontación militar con Israel podría tener consecuencias políticas impredecibles para el régimen.
Rehén de su propia retórica
El régimen gobernante en Irán ha tenido en cuenta las líneas rojas estadounidenses e israelíes para evitar profundizar en las hostilidades.
Tras el asesinato estadounidense del célebre héroe de guerra Qassem Soleimani en enero de 2020, por ejemplo, las autoridades iraníes se enfurecieron y prometieron “duras represalias”. Pero la respuesta fue relativamente mansa: un ataque avisado con antelación contra dos aeródromos iraquíes que albergaban tropas estadounidenses.
Irán también ha seguido el mismo planteamiento en relación con Israel. La supervivencia del régimen de Bashar al-Assad en Siria con el respaldo ruso e iraní garantizó que Irán tuviera la capacidad de lanzar ataques contra Israel, pero se ha abstenido deliberadamente de hacerlo, a pesar de que Israel ha atacado repetidamente a Irán en territorio sirio. En 2018, por ejemplo, alcanzó 70 objetivos iraníes en ese país.
En 2020, Israel llevó a cabo una operación similar para atacar objetivos militares iraníes en Siria. Y de nuevo este año, antes de la guerra de Gaza, Israel lanzó ataques aéreos contra fuerzas iraníes en Siria. La respuesta de Irán a estos actos ha sido la callada por respuesta.
Irán es rehén de su propia retórica incendiaria. El régimen ha ganado muchos adeptos en el mundo musulmán con su política de rechazo a Occidente e Israel, y la causa palestina ha sido pregonada como central en su visión del mundo. Irán explota descaradamente esta estrategia para sacar ventaja a sus rivales árabes, a los que acusa de traicionar a los palestinos.
Sin embargo, sus dirigentes son plenamente conscientes de que cruzar las líneas rojas y entrar en una confrontación abierta con Israel (o Estados Unidos) podría suponer una amenaza existencial para el régimen. Por este motivo, ha optado por apoyar escaramuzas de baja intensidad, que sirven a su discurso ideológico pero no ponen en peligro su supervivencia.
La cuestión de si Irán puede continuar con este juego en un contexto tan explosivo está abierta. Puede que Irán no ordene a Hezbolá que lance sus misiles contra Israel, pero eso no significa que no pueda ocurrir por accidente o por una cadena de errores. Solo por el hecho de que Irán haya entrenado y patrocinado a Hezbolá, no podemos asumir automáticamente que Teherán tiene pleno control sobre todos sus aliados.
Shahram Akbarzadeh ha recibido financiación del Australian Research Council y de la Fundación Gerda Henkel. Es Non-Resident Senior Fellow en el Middle East Council on Global Affairs (Doha).
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.