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Al común de los mortales puede resultarle un concepto desconocido, pero seguro que muchas mujeres embarazadas que nos lean tienen por lo menos una ligera idea de lo que hablamos. ¿Ha notado un pequeño abultamiento en torno al ombligo, sobre todo al incorporarse? ¿Se ha fijado si sus músculos rectos del abdomen (los famosos “cuadraditos” que se extienden desde el hueso pubis hasta la parte inferior del tórax) están inusualmente separados?
Entonces podría tener diástasis abdominal, un problema que va mucho más allá de lo estético y que no es exclusiva de gestantes: esta alteración de la pared abdominal también se da en deportistas y pueden sufrirla los hombres.
¿En qué consiste?
La diástasis abdominal es una separación de los músculos rectos del abdomen a lo largo de la línea alba. Esta línea es un tejido fascial conectivo, una especie de malla interna muy rica en colágeno que discurre verticalmente por la mitad del abdomen y mantiene unida su musculatura en la zona media del cuerpo.
Si aumenta el volumen o la presión abdominal, esa fascia se distorsiona, pierde elasticidad y hace que los rectos del abdomen se separen, alterando la posición de los órganos pélvicos (la vejiga, el útero y el recto).
El principal factor de riesgo es el embarazo, y tienen más probabilidades de sufrir diástasis las mujeres multíparas (que han dado a luz más de una vez). También favorecen su aparición el aumento repentino de peso, la obesidad abdominal, el ejercicio inadecuado o la edad.
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Nos enfrentamos a una diástasis abdominal cuando se manifiesta una separación de más de 2,5 centímetros entre los músculos rectos del abdomen en uno o más puntos a lo largo de la línea alba. Podemos encontrar esta separación a partir de 4,5 cm por encima y/o por debajo del ombligo. Y, aunque puede detectarse en reposo, es más evidente al realizar un esfuerzo abdominal.
¿Hasta qué punto debe preocupar a las embarazadas?
La diástasis abdominal en el embarazo es fisiológica –es decir, normal– debido al aumento del tamaño del bebé, y suele recuperarse de forma espontánea tras las primeras 6-8 semanas posparto. Sin embargo, se calcula que entre el 30 y 70 % de las gestantes la presentarán pasados incluso tres meses tras dar a luz. De ahí que sea recomendable hacerse una revisión tras el período de cuarentena, para asegurarse de que se ha recuperado bien la función del abdomen.
¿Cómo se detecta?
Habitualmente podemos comprobarlo nosotros mismos en casa, tumbados o tumbadas boca arriba. En esta posición, debemos aumentar la presión en el abdomen, tosiendo o realizando un ejercicio abdominal. Si al hacerlo podemos introducir dos dedos o más en horizontal en la línea media del abdomen, o si aparece una protuberancia en el centro de dicha línea, deberíamos acudir al fisioterapeuta para confirmar el diagnóstico. Aunque este sea el test más habitual, la ecografía resulta más fiable.
¿Qué consecuencias tiene para la salud?
Actualmente se habla mucho del core: así se llama al conjunto de músculos abdominales, lumbares y pélvicos que trabajan de forma conjunta para estabilizar la postura, coordinar la respiración y permitir un movimiento eficaz.
El músculo más profundo del abdomen es el transverso. Conocido también como faja abdominal, se encarga de amortiguar las presiones cuando realizamos un esfuerzo. Un aumento del volumen abdominal puede producir una pérdida o disminución de dicha función, lo que repercutirá negativamente en la correcta gestión de las presiones intraabdominales. Y además empeorará la calidad de la línea alba, que experimenta un sobreestiramiento. Esto es lo que produce la separación de los rectos del abdomen.
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No solo es un problema estético. Al disminuir la integridad de la pared abdominal, el control mecánico y la funcionalidad también se ven alterados. Esto modifica la biomecánica del tronco, lo que puede provocar inestabilidad pélvica y cambios en la postura, generando dolor lumbar crónico y, a veces, también pélvico. Además, la diástasis abdominal es un factor de riesgo importante para desarrollar una hernia abdominal, debido al deterioro de ese tejido.
Cómo prevenirla y tratarla
En la mayoría de los casos, la diástasis puede tratarse con ejercicio terapéutico pautado y personalizado por un fisioterapeuta, normalmente especializado en suelo pélvico.
Hasta hace pocos años, el tratamiento de elección eran unos ejercicios abdominales llamados hipopresivos, inventados por el doctor belga Marcel Caufriez en los años ochenta. Consiste en colocar el cuerpo en una posición de autoelongación (como si quisiéramos “crecer” a lo alto, en una postura erguida) y, manteniendo ciertas posiciones específicas, hacer apneas después de haber exhalado todo el aire mientras se abren las costillas.
Pese a sus amplios beneficios, la evidencia científica actual reconoce que el ejercicio hipopresivo con apertura de costillas no genera cambios en la línea alba ni disminuye la diástasis abdominal. En cambio, los ejercicios de fuerza de core sí ayudan a cerrarla, siempre y cuando la presión esté controlada.
Estos ejercicios de fuerza suelen comenzar con ejercicios de mantenimiento de posiciones y, conforme va aumentando el control muscular de los pacientes, se progresa hacia movimientos cada vez más intensos y complejos para el abdomen.
También se ha visto que los ejercicios especificos de fortalecimiento del musculo transverso del abdomen y de la musculatura profunda del suelo pélvico benefician el cierre de la diástasis abdominal, sobre todo en mujeres posparto.
En cuanto a la prevención, es importante controlar los factores de riesgo manteniendo un buen tono tanto en la musculatura profunda del abdomen como en la del suelo pélvico. Además, se recomienda realizar ejercicio moderado y controlado durante el embarazo y evitar ganar demasiados kilos durante este periodo.
Por último, es importante el control postural y evitar realizar esfuerzos en los que aumente la presión abdominal de forma abrupta, sin olvidar que los aumentos repentinos de peso y la obesidad aumentan las papeletas de sufrir este problema.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.