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El atentado terrorista del 7 de octubre en Israel y la posterior guerra en Gaza han provocado un aumento de los ataques contra judíos en todo el mundo. No se trata de una tendencia nueva. Siempre que se produce un conflicto en la zona, el resultado suele ser el mismo: un aumento del número de ataques y amenazas contra las comunidades judías.
En 2016, un estudio de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea afirmaba que “los acontecimientos en Oriente Próximo pueden desencadenar un sentimiento antijudío en la UE”. Esto era evidente en Europa occidental, y menos en Hungría y Polonia.
El aumento de los conflictos en Oriente Próximo no crean “hostilidad o prejuicios hacia los judíos, su cultura o su influencia” (así define el término antisemitismo la Real Academia Española) sino que desencadenan una actitud negativa preexistente que puede derivar en amenazas.
Cuando se difundió la noticia del atentado mortal de Hamás, hubo personas que celebraron los asesinatos en algunos países, entre ellos Suecia y Reino Unido.
A esto siguió una oleada de protestas por la respuesta militar de Israel en Gaza, donde han muerto miles de personas. En Francia y en Alemania se prohibieron las manifestaciones propalestinas porque se sospechaba que podían degenerar en sentimientos antijudíos.
Esta restricción del derecho a protestar ha recibido duras críticas. De hecho, en estos países se han organizado concentraciones no autorizadas en apoyo de Palestina.
En muchos países, se ha producido un aumento espectacular del número de incidentes contra comunidades o individuos judíos. Según el grupo de defensa de la Liga Antidifamación, los incidentes en EE.UU. aumentaron un 388% en poco más de dos semanas tras el atentado de Hamás.
La Policía Metropolitana de Londres informó el 20 de octubre de un aumento del 1.353 % en delitos antijudíos ese mes en comparación con el mismo mes del año pasado, frente a un incremento del 140 % en delitos islamófobos. Muchas de ellas son amenazas verbales en persona y en internet, pero también hay casos de ataques físicos y amenazas a sinagogas y otras instituciones judías, por ejemplo en Portugal y España.
Algunos actos programados por organizaciones judías se han cancelado por temor a la seguridad de los participantes, por ejemplo en Barcelona. En Daguestán, una turba violenta fue en busca de judíos al aeropuerto de la capital Makhachkala, y rodeó un avión procedente de Tel Aviv.
En Estados Unidos, algunos estudiantes y profesores judíos han criticado la oleada de apoyo a Hamás y los burdos ataques que se han producido en algunos campus universitarios. Por ejemplo, en la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, la policía universitaria está investigando amenazas de muerte contra algunos estudiantes. El FBI ha tenido que intervenir para garantizar la seguridad.
Patrón de antisemitismo
Durante lo que llevamos de siglo, cada escalada violenta del conflicto palestino-israelí ha provocado un aumento del antijudaísmo en muchos países. Según el Servicio de Protección de la Comunidad Judía en Francia, apenas había incidentes a finales de la década de 1990, pero estos aumentaron drásticamente en el otoño de 2000, cuando comenzó la segunda intifada, un importante levantamiento en los territorios palestinos ocupados.
Los incidentes (amenazas y pintadas de odio) en Francia aumentaron un 101 % en 2014 en comparación con el año anterior, y los actos violentos (ataques físicos, vandalismo) crecieron un 130%. El mes con mayor número de actos antijudíos con diferencia fue julio, mes en el que estalló la guerra en Gaza.
Relaciones con Oriente Próximo
Cuando en diciembre de 2001 entrevisté a Dalil Boubakeur, rector de la Gran Mezquita de París, señaló que la relación entre judíos y musulmanes en Francia depende completamente de los acontecimientos en Oriente Próximo.
Dado que la región no muestra signo alguno de avanzar hacia una paz justa y estable, la cuestión que se plantea es cómo pueden sentirse seguros los judíos de otros países, sobre todo cuando el conflicto se agrava de forma dramática, como ocurre actualmente.
En los países con población judía y musulmana existen organizaciones que velan por el diálogo y el entendimiento. Por regla general, funcionan bien, con una excepción: las opiniones sobre el conflicto palestino-israelí son muy divergentes. Los participantes en los debates tienden a centrarse en otras cosas. Pero ahora mismo, esto no es posible.
En la tercera ciudad más grande de Suecia, Malmö, donde el número de judíos ha disminuido drásticamente en las últimas décadas, ha habido durante varios años una elogiada labor de diálogo entre judíos y musulmanes, Amanah. Pero esa buena relación ha quedado en suspenso. En la tensa atmósfera actual no es posible reunirse.
Israel: la parte por el todo
Como Israel se define a sí mismo como “el Estado judío”, algunas personas parecen pensar que todos los judíos, independientemente de su ciudadanía y relación con este estado, son responsables de lo que hace Israel.
Esto se combina con estereotipos dañinos de manipulación y control de instituciones poderosas que se han utilizado durante siglos para atizar el sentimiento contra el pueblo judío. A menudo se acusa a los medios de comunicación de estar a favor de Israel, ya que están “controlados por los judíos”.
A veces, las críticas a Israel emanan de viejos tópicos muy extendidos. Por tanto, no es de extrañar que el documento falso de 1903 “Los Protocolos de los Sabios de Sión” sobre un supuesto complot judío para dominar el mundo siga muy extendido en Oriente Próximo.
Mientras asistimos a un auge de las teorías conspirativas que circulan por Internet, merece la pena mencionar que la historia del antijudaísmo está repleta de ellas. Las ideas sobre la manipulación judía, extendidas entre un segmento más amplio de la población, también pueden utilizarse en relación con el conflicto palestino-israelí.
Todas estas conspiraciones históricas profundamente arraigadas y las creencias antijudías alimentan una atmósfera febril en la que los judíos pueden sentirse amenazados vivan donde vivan, y es poco probable, por desgracia, que esto desaparezca.
Svante Lundgren no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.