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A las 28 semanas de embarazo, Sara acude a consulta con una tensión de 165/110 (los valores ideales son 120/80). No entiende por qué su médico le ingresa en el hospital y le administra con urgencia un tratamiento hipotensor endovenoso y una medicación para prevenir las convulsiones.
Sara sufre una preeclampsia grave. Si no se controla, puede comprometer su salud y la de su bebé. De hecho, se trata de una enfermedad propia del embarazo potencialmente letal.
Durante la gestación pueden aparecer alteraciones en la presión arterial, que normalmente se manifiestan como tensión baja (hipotensión). Pero también existe el riesgo de lo contrario, como le ocurre a nuestra protagonista.
¿Cómo puede afectar a la embarazada?
La preeclampsia es una enfermedad que afecta a un 3-4 % de las mujeres embarazadas y puede aparecer después del parto. Esta incidencia aumenta en gestantes con factores de riesgo.
No todos los estados hipertensivos son iguales, pero los casos graves con afectación sistémica –es decir, de diferentes órganos del cuerpo– pueden complicarse y aumentar la morbilidad y el riesgo de mortalidad de la madre.
Las preeclampsias más precoces, que ocurren en un 10 % de las ocasiones, son las que también se asocian a mayores complicaciones. En el 90 % restante aparecen a partir de las 34 semanas y son más fáciles de gestionar, aunque no están desprovistas de gravedad.
En el caso de Sara, el médico logró estabilizar la tensión, pero los resultados de la analítica de sangre mostraban una alteración de la coagulación, un descenso de las plaquetas y un trastorno hepático serio. Sara presentaba un Síndrome HELLP, una variante de la preeclampsia más severa que precisó su ingreso en la Unidad de Cuidados Intensivos. Finalmente, la paciente sufrió un fallo renal y edema agudo de pulmón.
Los órganos del cuerpo susceptibles de ser afectados por la preeclampsia grave incluyen los riñones, el hígado, las plaquetas, los pulmones y el cerebro. Como consecuencia, las pacientes pueden sufrir edema pulmonar, hemorragia cerebral, insuficiencia hepática, insuficiencia renal y, en último extremo, la muerte.
¿Qué le puede pasar al feto o recién nacido?
A Sara le ocurrió que su placenta dejó de funcionar parcialmente, lo que provocó una restricción del crecimiento fetal. Era imprescindible realizar un seguimiento del bebé con ecografía Doppler para comprobar que la sangre materna oxigenada llegaba de forma adecuada al feto. En estadios avanzados de afectación placentaria, esta prueba informa a tiempo de una posible muerte fetal.
El empeoramiento de la función placentaria, así como la finalización del embarazo antes de tiempo –una intervención frecuente en estos casos–, incrementa el riesgo de patología pulmonar, hemorragia intracraneal y patología isquémica intestinal en el recién nacido.
En el caso de Sara, uno de los picos de tensión no controlados, sumado a los daños placentarios, produjo un desprendimiento prematuro de placenta. Esto provocó un sangrado en la madre y requirió una cesárea urgente a las 29 semanas.
El bebé experimentó algunas complicaciones, que se pudieron solventar con el manejo y tratamiento adecuado de una unidad experta en cuidados neonatales. Por su parte, la madre precisó varias transfusiones para que se estabilizara hemodinámicamente tras un sangrado severo. Felizmente, ambos consiguieron salir adelante.
Si la preeclampsia no es grave, o no se complica, también se recomienda finalizar el embarazo antes de lo habitual, alrededor de las 37-38 semanas. En los casos graves, el parto se adelanta en torno a la semana 34.
Origen incierto
Las causas de la preeclampsia no están del todo bien definidas. Es posible que intervengan factores maternos, fetales y placentarios. En este último supuesto, podría existir un problema de vascularización en etapas tempranas del embarazo, lo cual reduce la perfusión y el aporte de oxígeno al feto.
Todo ello desencadena la liberación de los llamados factores angiogénicos en la circulación de la madre. Estos compuestos pueden afectar su endotelio vascular –que forma la superficie interna de los vasos sanguíneos– y provocar tanto la hipertensión como, en casos graves, el daño de otros órganos. Sin embargo, aún se desconocen cuáles son los desencadenantes de este desarrollo anormal de la placenta y la cascada de acontecimientos posteriores.
¿Se puede prevenir la preeclampsia?
Prevenirla es posible si se detectan factores de riesgo asociados. Las probabilidades de preeclampsia pueden calcularse en el primer trimestre del embarazo con una ecografía y una analítica. Si el riesgo es alto, se administra ácido acetilsalicílico como tratamiento preventivo. Su eficacia está demostrada si la gestante lo toma antes de las 16 semanas de embarazo, previamente a la finalización del proceso de placentación.
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Además, en los últimos años se han identificado unos marcadores en sangre materna –los citados factores angiogénicos– como complemento diagnóstico que ayuda a tomar decisiones en el manejo de la preeclampsia. Denominados ratio sFlt-1/PlGF, dichos factores resultan útiles en casos de duda. No todas las preeclampsias se presentan cumpliendo todos los criterios y, en ocasiones, el diagnóstico puede ser complejo.
Por otro lado, se siguen estudiando alternativas diagnósticas y terapéuticas. Un grupo de investigadores ha asociado los trastornos de la preeclampsia y enfermedades como el alzhéimer a la presencia de la proteína tóxica cis P-tau. Se plantea la posibilidad de usar un anticuerpo de esta proteína como posible tratamiento, pero, por el momento, los estudios son experimentales y preliminares.
Aunque se haya avanzado en su prevención, diagnóstico y tratamiento, la preeclampsia precisa más investigación, pues continúa siendo una de las patologías más letales que hacen acto de presencia durante el embarazo.
Lola Gómez Roig recibe fondos de Instituto Carlos III. Ella es directora del Instituto Dra. Gómez Roig .
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.