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Durante décadas, Irán e Israel se han enzarzado en una “guerra en la sombra”.
Sin llegar a la confrontación militar directa, este conflicto se ha caracterizado por la guerra por otros medios: a través de intermediarios, ciberataques, sanciones económicas y una retórica encendida.
Sin embargo, los acontecimientos de las últimas semanas en Oriente Medio han cambiado la naturaleza de este conflicto. En primer lugar, Israel –según la opinión general– rompió las normas diplomáticas al bombardear una misión iraní en Siria. La operación, en la que murieron 12 personas, entre ellas siete oficiales de la Fuerza Quds del Cuerpo de Guardias Revolucionarios Islámicos de Irán, aumentó la tensión.
También cruzó un nuevo umbral. Nunca antes habían muerto tantos oficiales de la Fuerza Quds u otros militares en un solo ataque de los adversarios de Irán. Casi inmediatamente, la retórica de los líderes de Teherán indicó que habría una respuesta rápida y dramática.
El 13 de abril de 2024, Irán respondió cruzando una línea que hasta la fecha no había franqueado: lanzó un ataque directo contra suelo israelí.
El ataque fue también cualitativa y cuantitativamente diferente de todo lo que Teherán había intentado directamente antes. El portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel, el contralmirante Daniel Hagari, declaró que consistió en al menos 170 aviones no tripulados, 30 misiles de crucero y 120 misiles tierra-tierra. El ataque se lanzó desde posiciones en Irán, Irak, Siria y Yemen.
En términos físicos, el bombardeo causó pocos daños. Hagari declaró que el 99% de los proyectiles enviados por Irán fueron interceptados por las defensas antiaéreas y antimisiles, y que sólo una persona resultó herida.
Por ahora, parece que Teherán se contenta con esta respuesta; la Misión iraní ante las Naciones Unidas publicó un mensaje en las redes sociales tras el ataque indicando que la operación había concluido.
Pero como experto en seguridad nacional y Oriente Próximo, creo que el ataque iraní no pretendía infligir daños físicos a Israel. Se trataba más bien de intentar restablecer la disuasión con Israel tras el incidente de Damasco y exhibir músculo ante sus acólitos. Al hacerlo, los líderes de Teherán también están transmitiendo el mensaje de que si Israel lleva a cabo acciones más agresivas están dispuestos a una escalada.
Amigos al principìo, luego enemigos irreconciliables
Irán e Israel han sido adversarios prácticamente desde la Revolución iraní de 1979, cuando el sha de Persia huyó del país para ser sustituido por una teocracia. El nuevo líder, el ayatolá Ruhollah Jomeini, rompió los lazos del antiguo régimen con Israel y rápidamente adoptó una estridente agenda antiisraelí tanto en palabras como en política.
En las décadas transcurridas desde entonces, Israel e Irán han perjudicado los intereses del otro tanto en el mundo físico como en el virtual. Esto ha incluido importantes atentados terroristas respaldados por Irán contra intereses israelíes en Argentina en 1992 y 1994, el apoyo de Teherán a la feroz insurgencia de Hezbolá contra Israel en el sur del Líbano y el importante apoyo operativo proporcionado a Hamás que en parte permitió los atentados del 7 de octubre de 2023.
Mientras tanto, funcionarios iraníes han culpado a Israel del asesinato de altos funcionarios militares y científicos relacionados con el programa nuclear iraní en Irán o en otros lugares de la región.
La falta de reconocimiento abierto de los asesinatos por parte de Israel tenía como objetivo implantar la duda sobre quién era realmente el responsable.
En los últimos años, Irán se ha apoyado en gran medida en su “eje de resistencia”: grupos militantes de Irak, Yemen, Líbano, Siria y Gaza que comparten algunos de los objetivos de Teherán, sobre todo en lo que respecta a contrarrestar a Israel y debilitar la influencia de Estados Unidos en la región.
En el conflicto de un mes de duración desencadenado por los ataques del 7 de octubre, los houthis de Yemen, apoyados por Irán, y la red de Resistencia Islámica en Irak han atacado repetidamente intereses israelíes y estadounidenses.
Un mensaje claro
Y ahora, ¿qué? Dependerá mucho de cómo respondan Israel y Estados Unidos.
Oficialmente, el presidente de EE.UU. Joe Biden ha declarado que, al repeler los misiles y drones iraníes, Israel ha enviado “un mensaje claro a sus enemigos de que no pueden amenazar eficazmente su seguridad”.
Pero hay informes de que Biden ha advertido al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu que Israel debía “asumir la victoria” y no podía confiar en que EE.UU. apoyara ninguna operación ofensiva contra Irán.
Hay una serie de factores que determinarán si Irán e Israel siguen lanzándose más ataques mutuamente a cara descubierta o vuelven a la guerra en la sombra.
Entre ellos se incluye cómo interpreta cada parte el sentimiento interno. Netanyahu ya está sometido a presiones por su gestión de la guerra de Gaza y por anteriores cuestiones internas como los intentos de influir en el Tribunal Supremo israelí, entre otros asuntos.
Del mismo modo, las Naciones Unidas informan de que dos años después de importantes protestas públicas dentro del Irán a raíz de la situación socioeconómica, el régimen de Irán sigue reprimiendo despiadadamente a la disidencia.
Aparte de las consideraciones internas, tanto Irán como Israel sopesarán también los riesgos de una confrontación más abierta frente a sus actuales capacidades operativas. En este sentido, parece claro que ni Irán ni Israel pueden ganar decisivamente una campaña militar prolongada el uno contra el otro.
El poderoso ejército de Israel tiene ciertamente la capacidad de lanzar ataques aéreos y con misiles contra los intereses iraníes en la región, como ya han demostrado en Siria y Líbano durante muchos años. E Israel probablemente podría hacer lo mismo durante un breve periodo de tiempo directamente contra Irán.
Pero Israel se enfrentaría a grandes desafíos para sostener una campaña prolongada de armamento combinado en Irán, incluyendo el tamaño relativamente pequeño de las Fuerzas de Defensa de Israel en comparación con el ejército de Irán, y la distancia física entre ambos países. Israel ha realizado abiertamente ejercicios militares durante años que parecen más centrados en simular ataques aéreos y quizás incursiones de operaciones especiales contra un número menor de objetivos dentro de Irán, como instalaciones nucleares.
Además, lanzar un nuevo frente atacando directamente a Irán supone el riesgo de desviar los recursos israelíes de amenazas más inmediatas en Gaza, Cisjordania y su frontera norte con Líbano.
Por supuesto, Israel ha librado y ganado guerras con sus adversarios regionales en el pasado.
Pero los conflictos que Israel libró contra sus vecinos árabes en 1967 y 1973 tuvieron lugar en una era militar diferente y antes del desarrollo de la guerra con aviones no tripulados, las operaciones cibernéticas y el apoyo a intermediarios y socios respaldados por Irán en la vecindad inmediata de Israel.
Desconfiar de una nueva escalada
Una campaña similar contra Irán no se parecería a nada a lo que Israel se haya enfrentado hasta ahora. Sin duda, a Israel le resultaría difícil lograr sus objetivos sin un alto nivel de apoyo de Estados Unidos, y probablemente de países árabes como Jordania y Egipto. Y no hay indicios de que ese apoyo vaya a producirse.
Irán también desconfiará de una nueva escalada. Teherán demostró el 13 de abril que posee un amplio –y tal vez creciente– inventario de misiles balísticos, drones y misiles de crucero.
Sin embargo, la precisión y eficacia de muchas de estos sistemas sigue siendo cuestionable, como demuestra la aparente facilidad con la que la mayoría fueron derribados. La red de defensa aérea y antimisiles israelí y estadounidense en la región sigue demostrando su fiabilidad a este respecto.
Dadas las realidades y los riesgos, creo que es más probable que Irán intente volver a su estrategia de guerra no convencional apoyada en su eje de resistencia. Los ataques abiertos, como el perpetrado el 13 de abril, pueden reservarse para señalar determinación y demostrar fuerza a su público.
El peligro es que ahora que la guerra ha salido de las sombras, puede resultar difícil que vuelva a esa situación.
Javed Ali no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.