Bacterias, hongos y ácaros: nuestros diminutos compañeros de cama

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TSViPhoto / Shutterstock

Está claro que dormir es un placer. Mucha gente disfruta de tener una cama bien grande que no comparte con nadie… ¡o eso creen! Entre las sábanas bulle una multitud de pequeños seres que pueden empezar a crecer sin control si no mantenemos una correcta higiene.

Un estudio de una empresa americana de colchones demostró que, tras una semana de uso, la funda de almohada puede albergar tres millones de bacterias por centímetro cuadrado. Es decir, ¡17 000 veces más que el asiento de un inodoro!

Y las cosas se ponen serias tras cuatro semanas sin cambiar la ropa de cama: entonces se llegan a acumular casi 12 millones de bacterias por centímetro cuadrado.

Bacterias fuera de su hábitat

La microbiota de la piel tiene una densidad de hasta 10 000 células por centímetro cuadrado, y el contacto directo con las sábanas hace que se desprendan una cantidad importante de ellas. Por tanto, es normal encontrar bacterias del género Staphylococcus, habitantes frecuentes del ecosistema microbiano cutáneo. Además, es habitual dormir con la boca abierta, así que en la funda de almohada también abundan bacterias típicas de la boca como Streptococcus spp.

En principio, ambos tipos de microorganismos son inofensivos, pero nunca está bien dejar que campen a sus anchas fuera de su hábitat.

Vista al microscopio del hongo ‘Aspergillus fumigatus’. Wikimedia Commons, CC BY

Los hongos invaden la almohada

Todo el mundo suda en algún momento mientras duerme. Eso genera un ambiente húmedo favorable para el crecimiento de hongos, especialmente en la almohada. Algunos estudios han detectado especies potencialmente patógenas como Aspergillus fumigatus. Sin embargo, la mayor parte de ellos son ambientales y no pueden causar daño a las personas dotadas de un sistema inmunitario que funcione correctamente.

Eso no quiere decir que la presencia de hongos resulte del todo inocua, ya que su sobrecrecimiento en las almohadas puede constituir un riesgo para las personas alérgicas, que no son pocas. Los síntomas pueden variar desde secreción nasal o lagrimeo hasta importantes ataques de asma.

Por otra parte, hay muchos factores que pueden afectar al zoo de microorganismos que colonizan nuestras camas. Por ejemplo, se ha visto que la presencia de perros en casa hace que las fundas de almohada tengan una comunidad bacteriana más parecida a la del pelo del perro que a la de la piel humana.

Además, a lo largo del día establecemos contacto con los microorganismos de otras personas o que están presentes en superficies, lo que puede hacer que algunos microbios no deseados acaben llegando a nuestro lecho.

Otros compañeros no tan diminutos

Durante la noche, las camas se llenan de células muertas de nuestra piel: cada minuto podemos liberar más de 30 000 células epiteliales. Esto suma más de 14 millones durante un sueño reparador de 8 horas.

Aunque suene algo asqueroso, unos organismos muy pequeñitos consideran a estas células un verdadero manjar: los ácaros pueden alimentarse de las descamaciones cutáneas y caminar con libertad entre las sábanas.

Recreación en 3D de los ácaros que pueden habitar las sábanas. Sebastian Kaulitzki /Shutterstock

A pesar de su minúsculo tamaño, de menos de medio centímetro, los ácaros no se consideran microorganismos, pues son primos cercanos de las arañas y las garrapatas. Y aunque dan repelús, resultan inofensivos: ni muerden ni pican. No obstante, pueden ser un incordio para las personas alérgicas a las secreciones de estos seres vivos, que desarrollan síntomas parecidos a los individuos alérgicos a los hongos.

Un grave problema en hospitales

La ropa de cama en hospitales debe ser especialmente vigilada, ya que la presencia de potenciales patógenos constituye una amenaza para pacientes con el sistema inmunitario comprometido. Algunos estudios han encontrado patógenos como Staphylococcus aureus, Klebsiella pneumoniae o Acinetobacter baumanii no solo en sábanas sucias, sino también en las que pasan el proceso de descontaminación. Incluso pueden albergar bacterias resistentes a antibióticos, contribuyendo a su dispersión en el ambiente hospitalario.

La bacteria Clostridium difficile. CDC / Wikimedia Commons, CC BY

Uno de los patógenos que hay que controlar es Clostridioides difficile, que causa severas diarreas recurrentes en pacientes hospitalizados. Se ha demostrado que las esporas de esta bacteria pueden mantenerse en las sábanas y sobrevivir al tratamiento de desinfección normal de las lavanderías.

Los hongos también pueden estar presentes en la ropa de cama de los centros hospitalarios –aunque esté limpia–, y algunos son potencialmente patógenos. Pueden ser la causa de brotes hospitalarios, ya que los pacientes son susceptibles de sufrir infecciones oportunistas por esos microorganismos.

Por tanto, es importante poner el foco en mejorar la higiene de la ropa de cama en los hospitales. Algunas de las propuestas se centran en el desarrollo de tejidos antimicrobianos o en establecer nuevos protocolos de limpieza que aseguren la eliminación de los potenciales patógenos.

Consejos prácticos

Es obvio que no podemos cambiar las sábanas todos los días, pero una ventilación matutina es muy recomendable. Así se seca un poco el ambiente y es más difícil que proliferen las criaturas indeseadas.

Lo que está claro es que cuanto más tiempo pasamos con las mismas sábanas, mayor cantidad de microorganismos se acumula. Los expertos aconsejan cambiarlas al menos una vez a la semana, aunque debe aumentarse la frecuencia en personas con alergia a ácaros u hongos.

Para asegurarnos de eliminar todos estos seres microscópicos, hay que lavar en agua caliente (más de 60 ºC). Además, no debemos olvidar que las almohadas y el colchón también son reservorio de microorganismos, y que de vez en cuando hay que someterlos a una limpieza profunda.

Muchos llevamos una vida ajetreada y lo último que nos apetece al llegar a casa es ponernos a limpiar. Sin embargo, es necesario establecer un buen calendario para no olvidar cambiar las sábanas o nuestros diminutos compañeros de cama podrían convertirse en un problema.

The Conversation

Jéssica Gil Serna no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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