Cómo vivir neuroprotegidos, de la A a la Z

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Cada tres segundos se detecta un nuevo caso de demencia en el mundo, y dos de cada tres de estos casos están causados por la enfermedad de Alzheimer.

Lo preocupante es que la demencia es una enfermedad neurodegenerativa, multifactorial y actualmente sin cura. Se puede iniciar hasta veinte años antes de su diagnóstico. En estos inicios se manifiesta el llamado deterioro cognitivo, un estado que se caracteriza porque el declive cognitivo supera al propio de la edad. Este declive afecta al aprendizaje, la memoria, el pensamiento y el lenguaje, y hace perder facultades cognitivas de forma progresiva.

Por suerte, se han identificado múltiples factores de riesgo que aumentan la probabilidad de enfermar, muchos de ellos potencialmente modificables. De ahí que se haga hincapié en reconocerlos para retardar el inicio o la progresión de la enfermedad.

Ser mujer y la genética pueden jugar en nuestra contra

Entre los factores de riesgo no modificables se encuentra, cómo no, la edad. A mayor edad, más riesgo, por tratarse de una enfermedad neurodegenerativa.

Teniendo en cuenta que las mujeres viven más años, esa alta longevidad las hace más vulnerables al alzhéimer. Aunque también contribuye el ritmo acelerado de pérdida de hormonas propio de la menopausia.

En cuanto a la genética, contribuye en un porcentaje pequeño (menos del 10 %) pero preocupante para las personas con familiares que han padecido esta enfermedad.

Las demencias se pueden retrasar hasta un 40 %

Los factores de riesgo modificables son aspectos que dependen del estilo de vida de las personas. En este sentido, la Comisión Lancet sobre la prevención, intervención y atención de la demencia publicó en el año 2020 doce elementos que podrían prevenir o retrasar hasta un 40 % las demencias.

Estos factores son: baja educación, pérdida de audición, hipertensión, obesidad, tabaquismo, depresión, aislamiento social, inactividad física, diabetes, alcohol, polución y traumatismo craneal.

Nuestro grupo de investigación, tras una exhaustiva revisión bibliográfica, ha añadido otros factores menos conocidos: la lectura, el código postal (urbano vs. rural), el empoderamiento ante la enfermedad, los medicamentos que consume el paciente, las infecciones padecidas, tocar instrumentos musicales, la microbiota intestinal o el uso de internet, entre otros. Y para facilitar su recuerdo, los hemos reunido en una lista que organizamos de la A a la Z: audición, bacterias, contaminación, depresión, ejercicio, fármacos, genética, hipertensión, ictus, juegos, kilos de más, lectura, música, nutrición, ocupación, pérdida de relaciones, queja de memoria, reserva cognitiva, síndrome metabólico, tóxicos, útil, virus o infecciones, web (uso de internet), XX y XY (ser mujer u hombre), yo informado y Zzz (sueño).

Rosco AZ de la demencia.

Audición, calidad de sueño y depresión

Entre los factores de riesgo modificables, uno de los que más pesan es la audición. Necesitamos escuchar bien para estimular nuestro cerebro. La pérdida de audición conduce al aislamiento social y, por tanto, a la pérdida de relaciones sociales. Acciones tan sencillas como el uso de audífonos previenen de la demencia.

La calidad y horas de sueño también se relacionan con la demencia. El sistema circadiano y su ciclo de sueño/vigilia se ve seriamente afectado en la enfermedad de Alzheimer. En general, se recomienda dormir más de 6 horas y menos de 9 al día. El insomnio está relacionado con la demencia, pero también lo está el exceso de horas de sueño y la somnolencia diurna

La ansiedad y la depresión guardan relación directa con el insomnio y conforman un factor de riesgo importante asociado a la demencia. También el uso de fármacos hipnóticos como las benzodiacepinas, una medicación usualmente prescrita en personas mayores de manera crónica, constituyen un factor de riesgo por la excesiva sedación y la amnesia que producen como efectos adversos.

Inactividad física, hipertensión y obesidad

Otro factor de riesgo para la demencia sobre el que podemos intervenir es la inactividad física, asociada a su vez con la presencia de obesidad y enfermedades crónicas como la hipertensión y la diabetes. Se ha demostrado que la actividad física es un factor modificable que previene cualquier tipo de demencia, sobre todo si se combinan ejercicios de equilibrio, de fuerza y aeróbicos.

En cuanto a la obesidad, junto con el estrés crónico produce un aumento de los mediadores inflamatorios sanguíneos, también relacionados con la demencia. De ahí que realizar ejercicio físico de manera regular pueda ayudarnos a controlar los niveles de estrés, las enfermedades crónicas y a mantenernos en el peso ideal.

El riesgo cardiovascular mide la probabilidad de sufrir un evento grave (infarto, ictus) en los próximos 10 años. Guarda relación directa con enfermedades como la hipertensión, la hipercolesterolemia, la diabetes y el hábito tabáquico. Pero también con la salud mental: estudios recientes señalan que tener las arterias rígidas en la mediana edad se relaciona con la aparición de demencia. Si no se pone especial cuidado en el control del riesgo cardiovascular, la probabilidad de padecer un ictus aumenta.

La importancia de la reserva cognitiva

Asimismo, tiene mucha importancia la llamada reserva cognitiva, que hace referencia a las actividades intelectuales que hemos realizado a lo largo de nuestra vida. La ocupación laboral en el presente afecta directamente a la demencia del futuro. De hecho, las personas que han dedicado su vida a actividades intelectuales tienen el doble de posibilidad de revertir el deterioro cognitivo. Incorporar actividades complejas en el trabajo del día a día confiere protección cognitiva en el futuro. Por eso nunca es tarde para estimular nuestra memoria y aumentar la reserva cognitiva.

Las contribuciones a la prevención de la demencia deben comenzar muy temprano, en la infancia, desde la educación obligatoria: es el momento óptimo para obtener una buena reserva cognitiva y continuar estimulándola durante toda la vida. Sin olvidarnos de ejercitar, además de la mente, el cuerpo.

Todas estas acciones requieren tanto de programas de salud pública como de intervenciones individuales y personalizadas. De ahí el interés de que las políticas sanitarias se focalicen en los grupos de alto riesgo para aumentar su actividad social, cognitiva y física.

The Conversation

LUCRECIA MORENO ROYO recibe fondos para investigación de la cátedra DeCo MICOF-CEU-UCH.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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