La leyenda del egipcio Imeny, el ‘usurpador’

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Amenemhat I con dioses, entre ellos Anubis (a su derecha). Dintel de su templo mortuorio en Lisht. Metropolitan Museum of Art, 08.200.5. Nueva York
Carlos Gracia Zamacona, Universidad de Alcalá

Salvapatrias, magnicidas, manipuladores… La Historia está llena de personajes que furtivamente han buscado el poder o se han hecho con él de forma algo deshonesta. Y así lo vemos también en el antiguo Egipto.

Hacia el 1991 a. e. c., Amenemhat, visir del último rey de la dinastía XI, Mentuhotep IV, se convirtió en faraón. Se le conoce como Amenemhat I, fundador de la dinastía XII (1991-1781 a. e. c.), la más importante del Reino Medio.

A lo largo de esas décadas, Egipto llegó a controlar todo el valle del Nilo, incluida Nubia, la zona comprendida entre la primera y segunda “cataratas” del río. Se irrigó la zona del Fayum, ampliándose los cultivos, crecieron la población y la economía y se armó un aparato estatal poderoso que reorganizó el país entero. Florecieron las artes y las ciencias, se controlaron las vías de comunicación por los desiertos y oasis desde Libia al mar Rojo, se expandió la navegación por ese mar y el Mediterráneo, se fortificaron las fronteras de Nubia y el delta del Nilo y se dominó el Sinaí, con sus preciadas minas de cobre y turquesa. Esto último propició el nacimiento del primer sistema de escritura basado en escribir sonidos: el protosinaítico.

Sin embargo, el origen de la dinastía está envuelto en enigmas. Por un lado, los restos arqueológicos encontrados dan muestras claras de que existían conflictos: Amenemhat I trasladó la capital del reino desde Tebas al norte, a una ciudad de nueva planta (Ichitaui), todavía sin localizar, y abandonó la construcción de su tumba en Tebas y se hizo enterrar en una pirámide en la necrópolis de El-Lisht. Además, la tumba de los soldados en la necrópolis tebana de Deir el-Bahari, más bien un almacén de decenas de cadáveres sin embalsamar, aporta una prueba especialmente dramática de que se convivía con una inestabilidad grave.

Por otro lado, los textos encontrados –que se discute si son propaganda real o puramente literarios– hablan de profecías, leyendas y conspiraciones. Es decir, Amenemhat fundó una nueva dinastía, sin duda, pero parece que las circunstancias en las que lo hizo son oscuras.

Por cierto, Amenemhat significa “Amón está al frente”. Recuerden otra cosa que les hará falta en lo que sigue: Amón, el dios de Tebas, significa “el oculto”.

Imeny, el salvador

Óstraco con una copia fragmentaria de la _Profecía de Neferty_.
Óstraco con una copia fragmentaria de la Profecía de Neferty. Los Angeles Count Museum of Art. Los Ángeles

Un relato aparentemente reflexivo, La profecía de Neferty, nos traslada a la época del rey Esnefru (dinastía IV), padre de Keops –el de la pirámide–, seiscientos años antes de que Amenemhat I naciera.

El escritor cuenta cómo Esnefru, aburrido, solicitó que le llevasen a alguien que le contase una historia. Los cortesanos le llevaron a Neferty, un sacerdote de la diosa Bastet. Este ofreció al rey dos opciones: contarle algo ocurrido o contarle algo por ocurrir. Sin dudarlo, el rey eligió el futuro y Neferty le describió una época de caos y destrucción que sólo remediaría la llegada de un hombre fuerte de nombre Imeny (“el oculto”), procedente del sur e hijo de una nativa de Nubia.

La profecía de Neferty parece aludir a una época convulsa que tuvo lugar entre el desarrollo del Reino Antiguo y el Medio. En ese contexto siniestro, la solución a todos los males del país se encarnó en Imeny, que no sería otro que Amenemhat I.

Amenemhat, el prodigioso

Unos grafitos grabados en las paredes de los roquedos del Uadi Hammamat, la principal vía de comunicación del valle del Nilo con el mar Rojo, relatan cómo Amenemhat, cuando todavía era visir de Mentuhotep IV, triunfó en sus arriesgadas expediciones gracias a señales maravillosas de origen divino.

En uno de esos grafiti (Hammamat M110) se cuenta la llegada de una expedición comandada por Amenemhat en busca de una losa de grauvaca adecuada para la tapa del sarcófago de Mentuhotep IV. Entonces interviene el dios Min, quien envía una gacela encinta a dar a luz sobre el bloque de roca que sería elegido para el sarcófago.

Amenemhat I, el previsor

Papiro Sallier II, página 1, con el comienzo de la _Enseñanza de Amenemhat I_, depositado en el British Museum.
Papiro Sallier II, página 1, con el comienzo de la Enseñanza de Amenemhat I, depositado en el British Museum. The Trustees of the British Museum., CC BY-NC-SA

Tras acceder al trono, aunque se desconoce cómo, en el vigésimo año de su reinado, Amenemhat I nombró rey a su hijo, dudoso de que la sucesión fuera a resultar pacífica. Esto hizo que, por primera vez, hubiese una corregencia en Egipto.

El texto didáctico Las enseñanzas de Amenemhat I da pistas del ambiente que existía en la corte durante esos momentos clave. En él, Amenemhat I se dirige a su hijo Sesostris I cuando este ya es rey, le advierte sobre las falsas amistades y le relata un intento de magnicidio del que fue objeto antes de su corregencia:

“Tras la cena, entrada la noche, me había echado a descansar un rato, pues estaba cansado y medio dormido. De repente, las armas del séquito se volvieron contra mí y me sentí como una alimaña en el desierto. Me despertó la guardia y vi que atacaba un soldado. Si hubiera tenido mis armas, habría podido luchar, pero nadie triunfa en la oscuridad ni en soledad. No hay triunfo sin un protector. El ataque ocurrió en tu ausencia, antes de que la corte supiera que yo te iba a ceder el trono, antes incluso de que me hubiera sentado a hablarlo contigo. No temía nada porque ni siquera lo vi venir”.

No se sabe si Amenemhat I estaba vivo o no en el momento de escribirse la narración, o si es un encargo de su hijo, tras la muerte de su padre, para legitimar su dinastía. Estas dificultades de interpretación son algo bastante común cuando se trabaja con fuentes antiguas –cuanto más antiguas, más complicado es–.

Amenemhat I, el difunto

Sabemos de la muerte del rey por otra narración, el Cuento de Sinuhé. En ella se narra cómo el cortesano del título, que servía a la esposa de Sesostris I, huyó de Egipto temiendo quizás ser acusado de participar en un posible asesinato de Amenemhat I.

Sinuhé volvía de una expedición a Libia comandada por Sesostris I cuando se enteró de la muerte de Amenemhat I. Las circunstancias de este fallecimiento y la presunta vinculación de Sinuhé con el mismo nos son desconocidas –aunque se entiende que sus contemporáneos las conocerían–, pero sirven como detonante de la narración. Como por designio divino, Sinuhé escapa cruzando el delta del Nilo hacia el este y llega hasta la actual Siria. Allí prospera gracias al patronazgo de un jefe local, de nombre sospechosamente egipcio, Amunenshi.

Papiro Berlin 3022, página 1, con el comienzo del _Cuento de Sinuhé_.
Papiro Berlin 3022, página 1, con el comienzo del Cuento de Sinuhé. Ägyptisches Museum und Papyrussammlung, Staatliche Museen zu Berlin, Lisa Baylis, CC BY-NC-SA

Tras largos años en Siria, Sinuhé vence a un enemigo en combate singular, lo que consigue apaciguar a la divinidad que lo había expulsado de Egipto. Su situación llega a oídos de Sesostris I, quien le envía una copia de una orden de su mano dándole permiso para volver a Egipto y ser readmitido en la corte real.

Con él se cierra el ciclo de textos relacionados con la legitimación de la dinastía XII y su fundador, Amenemhat I, el usurpador.The Conversation

Carlos Gracia Zamacona, Investigador Atracción de Talento (modalidad 1), Universidad de Alcalá

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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