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“Es como si me hubiese quedado sin fuerzas; ahora mismo no siento ni ganas de tomar un vaso de agua, como si me hubiese vaciado por dentro. Prepararte para la gloria es nuestra dedicación, pero ahora que he acabado de convivir con ella, sólo me siento vulnerable”
Deportista anónimo semanas después de competir en los Juegos Olímpicos.
Cualquier deportista construye la imagen de sí mismo a través de las experiencias, valores y autopercepciones relacionadas con la intensidad de su práctica y el rendimiento que obtiene. El valor que otorga y la interpretación que hace a sus expectativas, esfuerzos y sufrimientos influye significativamente en su manera de comportarse, su motivación, sus recuerdos y su bienestar.
Dedicación mental a tiempo completo
Según datos publicados por el Comité Olímpico Internacional en 2023, el 33,6 % de los deportistas de élite sufre ansiedad y depresión. Y cuando han puesto el punto y final a su carrera, el 26,4 % experimenta intensos problemas de salud mental.
Se identifican tanto con su ocupación y logros (tanto si los consiguen como si no), han dedicado tanto esfuerzo a duros entrenamientos y metas, que relativizan (y justifican) la importancia de los aspectos negativos derivados del alejamiento de seres queridos o de confianza, las dificultades para consolidar relaciones sociales o la constante autoimposición de estar entre los mejores.
Cuando las competiciones acaban o están a punto de retirarse, los deportistas se sienten perdidos: han desaparecido los retos inmediatos y ambiciosos en su funcionamiento mental automático.
Cabe recordar aquí el desafortunado caso de la atleta estadounidense Tori Bowie. Triple medallista olímpica en Río 2016, campeona en varios mundiales, sufrió multitud de problemas de adaptación fuera de las pistas y se suicidó a los 32 años de edad. Otro trágico ejemplo es el de Jesús Rollán, doble campeón olímpico de waterpolo que también se quitó la vida tras retirarse del deporte.
Más duro que la lucha por las medallas
Nada más acabar una competición, es común escuchar a un deportista (incluso habiendo ganado medalla o superado sus objetivos) referirse a “lo siguiente”, hablar de “dar un poquito más” o destacar “lo que les falta”. Es como si saborear sus logros, la manera en que ha llegado a ese momento o el valor de la superación, no mereciesen el más mínimo reconocimiento.
En el momento que acaba la lucha por lo que creen que les ha mantenido útiles durante cuatro años (un estrés crónico enmascarado tras la identidad de deportista), se produce un “crash psicológico” difícil de manejar. Muchas personas afectadas experimentan una importante reducción de bienestar, cambios de humor y sensaciones de vacío, lo que plantea dificultades más arduas que la lucha por las medallas.
Cuando paran, los deportistas cambian por completo las rutinas, los paisajes y los lugares donde se desenvolvían con eficacia. El funcionamiento mental no está generando expectativas ni esfuerzos porque ha desaparecido el objetivo inmediato que motivaba su rendimiento. Además, la atención mediática o de reconocimiento, que podía dotar de sentido al sufrimiento y el esfuerzo, va desapareciendo.
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Es la trampa de los logros, que solo están al alcance de los elegidos. Un camino que, si no es afrontado con los pies en la tierra, desgasta y crea en el deportista una dependencia por el “premio esperado”.
Es como sentir que los pilares que les sustentan se rompen poco a poco, cuando en realidad se están recomponiendo. El deportista creía que la lucha sólo estaba en la pista, el campo, el hipódromo, el tatami o la piscina, y ahora conecta con la lucha cotidiana, que también exige altas dosis de esfuerzo y superación.
Un buen momento para reencontrarse y conocerse mejor
Es cuando aparece “la persona real”, cuando emerge la parte que siempre le acompaña, sumando (o enfatizando) los valores que le sostienen, como la humildad o la responsabilidad.
A pesar del malestar personal y emocional experimentado tras el final de las competiciones, el proceso de cambio (porque se trata de un cambio vital extraordinario) es una gran oportunidad para que el deportista crezca y descubra una mejor versión de sí mismo. Se trata de un momento de ajuste en el que se recupera de la vulnerabilidad generada al extrafocalizarse en los logros.
Será el momento de centrarse en la propia salud (disfrutando de la comida, durmiendo, haciendo ejercicio de manera terapéutica, aburriéndose); de sentirse cerca de personas queridas (amar y dejarse amar sin necesidad del elogio); de percibir la utilidad de cada cosa que haga (crear rutinas en casa o cuando viaje, descubrir o retomar hobbies); de conectar con la naturaleza; de experimentar nuevas culturas y formas de vivir (valorar la esencia de cada cosa que le rodea)…
Finalmente, para los profesionales del deporte, parar será una gran oportunidad de explorar nuevas formas de interpretarlo, al margen de la alta competición: entender la manera cómo juegan los niños, observar cómo se esfuerzan deportistas amateurs o cómo se recuperan personas de una enfermedad o lesión.
“Cuando acaba todo el ruido es cuando te das cuenta que has estado luchando por mucho más que ganar medallas: has estado convenciéndote de algo que en ocasiones ni has decidido ni sabías por qué lo querías”.
Deportista anónimo, semanas después de competir en los Juegos Olímpicos.
Juan González-Hernández recibe fondos de Ministerio de Universidades de España.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.