Anticonceptivos orales: cuáles son sus verdaderos riesgos

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El siglo XX ha sido probablemente el más revolucionario de la historia. Y, sin duda, uno de los avances que más ha beneficiado a la humanidad es la aparición de la contracepción hormonal, la famosa “píldora”.

Las mujeres toman el control

Hasta la década de 1960, la mayoría de las mujeres usaban métodos anticonceptivos de limitada efectividad. Algunos dependían bastante del azar; por ejemplo, prolongar la lactancia, prescindir del coito determinados días según el calendario y emplear las técnicas del moco cervical o la temperatura.

Otros procedimientos, como el preservativo masculino o el coitus interruptus (también conocido como “marcha atrás”), no permitían a las mujeres tener el control. La píldora anticonceptiva les posibilitó decidir libremente cuándo evitar el embarazo.

Cuestión de hormonas

La contracepción hormonal consiste en la administración externa de hormonas sexuales, estrógenos y progestágenos, las cuales evitan que la mujer se quede embarazada mediante diversos mecanismos:

  • Espesan el moco del cuello del útero, lo que corta el paso de los espermatozoides.

  • Frenan la maduración de la mucosa uterina (endometrio), impidiendo la implantación de un óvulo fecundado.

  • Bloquean la producción de las hormonas hipofisarias (gonadotropinas), evitando así la ovulación.

Este tipo de contracepción es reversible y se puede formular en forma de comprimidos, pero también como parches transdérmicos, anillos vaginales, implantes subdérmicos o inyecciones. Aunque estas otras presentaciones tienen una eficacia similar, varían en cuanto a las molestias o efectos secundarios que producen. Además, algunas requieren intervención médica para iniciar o finalizar su administración, mientras que los anticonceptivos orales permiten una mayor autonomía.

De todas maneras, también hay que recordar que los anticonceptivos hormonales, a diferencia de los métodos de barrera, no protegen de las infecciones de transmisión sexual.

Una eficacia superior al 99 %

Centenares de millones de mujeres han tomado la “píldora” en las últimas seis décadas. Podríamos decir que de pocos medicamentos se han estudiado tanto sus efectos, tanto los beneficiosos como los indeseados. Y hoy sabemos que los beneficios superan ampliamente sus riesgos.

Los anticonceptivos orales combinados (estrógenos y progestágenos) utilizados correctamente tienen una tasa de fracaso (definido como número de embarazos no deseados por cada 100 mujeres en el periodo de un año) inferior al 1 %, similar a la de los dispositivos intrauterinos y a los progestágenos inyectables. Esta eficacia solo es superada por la esterilización quirúrgica (ligadura de trompas o vasectomía). La causa más habitual de fallo es olvidar una o más tomas durante el ciclo.

A tener en cuenta antes de tomarlos

En general, la mayoría de las mujeres puede utilizar anticonceptivos hormonales. Solo hay que exceptuar a aquellas que sufren hipertensión arterial, alguna enfermedad coronaria o cerebrovascular o ciertos tipos de migraña. Tampoco deben tomarlos quienes presenten factores de riesgo de tromboembolismo venoso –entre ellos, la obesidad– o hayan tenido un cáncer de mama.

Aunque se ha descrito desde hace años que los anticonceptivos orales pueden reducir los niveles de vitaminas o de ácido fólico, este efecto no parece importante en usuarias con buen estado nutricional. Los suplementos de ácido fólico sí serían necesarios para las mujeres que buscan quedarse embarazadas, con el objetivo de favorecer el correcto desarrollo neurológico del embrión.

Si se toman otros medicamentos al mismo tiempo que los anticonceptivos orales, se pueden producir interacciones que aumenten o disminuyan los efectos de dichos medicamentos, por lo que deberá consultarse con el médico.

Además, la eficacia contraceptiva puede estar comprometida en pacientes sometidas a determinados tratamientos: varios fármacos antiepilépticos o la rifampicina (un antibiótico antituberculoso) disminuyen los niveles de los anticonceptivos y pueden anular su efecto. En el caso de otros antibióticos, y aunque se ha escrito mucho sobre ello, esta interacción no se ha confirmado.

Los riesgos más importantes

En cuanto a los efectos indeseados, durante los primeros meses de utilización pueden aparecer síntomas dependientes de los estrógenos o progestágenos administrados. Son frecuentes las náuseas, el dolor mamario, el aumento del vello, los sangrados irregulares, la irritabilidad, la disminución de libido, la sensación de hinchazón abdominal o el aumento de peso. Estos efectos pueden variar según la presentación y suelen mejorar espontáneamente en poco tiempo o con el cambio de las dosis de estrógeno o el tipo de progestágeno, si bien en algunos casos pueden obligar a abandonar el tratamiento.

Aparte de estas posibles molestias, los principales riesgos de la “píldora” se centran en sus efectos cardiovasculares y en las probabilidades de desarrollar algunos tumores.

Así, mientras están tomando anticonceptivos hormonales, las mujeres tienen entre 3 y 4 veces más posibilidades de presentar un tromboembolismo venoso que las que no los toman. Sin embargo, este riesgo es bajo en números absolutos: supone aproximadamente la mitad del de sufrir trombosis venosa durante el embarazo.

En este punto, los anticonceptivos hormonales no serían recomendables a partir de los 35 años de edad en mujeres fumadoras, obesas o con antecedentes familiares de enfermedades cardiovasculares. Los contraceptivos orales combinados –incluyen un estrógeno y un progestágeno– con dosis bajas de estrógenos presentan menor probabilidad de producir problemas cardiovasculares y podrían considerarse seguros hasta los 45 años o más. Por contra, los que incorporan progestágenos más modernos parecen asociarse a un mayor peligro de trombosis venosa.

Estos fármacos también se han vinculado a algunos tipos de cáncer. Aunque los datos varían entre diferentes estudios, las posibilidades de contraer cáncer de mama se incrementan entre un 20 % y un 40 % durante el tratamiento, si bien parece que se normalizan tras dejarlo. También aumentan las probabilidades de desarrollar tumores en el hígado –hasta cuatro veces– y, en mujeres con serología positiva al virus del papiloma, el de padecer cáncer de cérvix uterino.

Anticonceptivo de elección

La otra cara de la moneda es que los anticonceptivos hormonales se han asociado a una disminución del riesgo de cánceres de ovario y endometrio y otros beneficios para la salud: regulan la duración del ciclo y disminuyen los síntomas premenstruales; alivian el dolor producido por la regla y la ovulación; reducen el volumen de sangrado menstrual y el riesgo de anemia por falta de hierro; mejoran el acné y la endometriosis, y se han asociado a una menor incidencia de tumores benignos de mama, enfermedad inflamatoria pélvica, quistes ováricos y osteoporosis.

En definitiva, los anticonceptivos orales son, desde hace décadas, un método de prevención del embarazo reversible, de alta eficacia, que permite a la mujer una gran autonomía y no requiere intervención externa. En mujeres jóvenes, no fumadoras, sin obesidad ni antecedentes de riesgo cardiovascular o cáncer de mama –y que estén dispuestas a la disciplina de tomar diariamente un comprimido– podrían considerarse el método anticonceptivo de elección.

The Conversation

Joan Albert Arnaiz Gargallo no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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