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El último tigre de Tasmania conocido murió en el zoo de Beaumaris, en Hobart (Tasmania), en 1936. (Crédito de la imagen: HUM Images/Universal Images Group via Getty Images) |
En un giro sorprendente, se hizo un descubrimiento vital para revivir al extinto tilacino en un lugar insólito: un cubo de un museo de Melbourne. En el interior del cubo se hallaba la cabeza, extraordinariamente bien conservada, de un tilacino o tigre de Tasmania, especie desaparecida en 1936. Lo que en un principio fue un espectáculo espantoso se convirtió en un gran avance científico.
El profesor Andrew Pask, que dirige el laboratorio Tigrr (Thylacine Integrated Genetic Restoration Research) de la Universidad de Melbourne, recuerda el extraño hallazgo: «Era una cabeza sumergida en etanol, guardada en un armario durante más de un siglo. Le habían quitado la piel y le faltaban grandes secciones. Era bastante lúgubre».
A pesar de su aspecto, el espécimen contenía un elemento crucial: largas moléculas de ARN que los investigadores habían creído imposibles de recuperar. Estas moléculas son esenciales para reconstruir el genoma de especies extinguidas. «Ha sido un milagro», afirma Pask. «Fue alucinante».
Un año después, Pask y su equipo, en colaboración con científicos estadounidenses, han logrado avances significativos en su ambicioso objetivo de resucitar al tilacino. «Estamos más avanzados de lo que esperábamos», señala, ya que el equipo ha afrontado lo que en un principio se consideraban retos insuperables.
El proyecto de resucitar al tilacino está encabezado por Colossal, una empresa de biotecnología con sede en Texas que también pretende resucitar especies como el mamut lanudo y el dodo. Fundada por el empresario tecnológico Ben Lamm, Colossal ha recaudado 235 millones de dólares y colabora con instituciones de investigación de todo el mundo, entre ellas el laboratorio de Pask en la Universidad de Melbourne.
El tilacino, antaño el principal depredador marsupial de Australia, fue llevado a la extinción por la actividad humana. Conocido por su aspecto de perro y su lomo rayado, fue muy cazado tras la colonización europea. El último tilacino conocido murió en cautividad en 1936, y la especie se declaró extinta en la década de 1980.
Lamm se muestra optimista sobre los progresos de Colossal y afirma que la empresa ha producido el genoma antiguo de mayor calidad hasta la fecha, con sólo 45 lagunas en una secuencia genética que contiene unos tres mil millones de puntos de datos. «Se trata de un logro científico extraordinario que nos sitúa en la senda de la desextinción», afirma Lamm.
El espécimen de tilacino hallado en los Museos Victoria también conservaba no sólo ADN, sino también moléculas de ARN que revelan cómo funcionan los distintos tejidos. Este descubrimiento ofrece una idea de cómo podía ver, saborear y oler el tilacino, e incluso de cómo podía funcionar su cerebro. Pask explicó que este nivel de detalle permite a los investigadores recrear un tilacino auténtico, no un híbrido.
El siguiente paso consiste en utilizar células madre de una especie viva de marsupial con un ADN similar, como el dunnart de cola gorda. Empleando técnicas avanzadas de edición genética de las que es pionero George Church, genetista de Harvard y cofundador de Colossal, los científicos esperan convertir estas células madre en células de tilacinos.
Aunque Pask cree que podría nacer una criatura parecida a un tilacino en un plazo de tres a cinco años, se muestra cauto. «Yo no lo llamaría tilacino todavía», afirma, y explica que, aunque los científicos confían en poder recrear el cráneo, las patas y las rayas distintivas del animal, otros aspectos siguen siendo inciertos.
Colossal también ha desarrollado tecnologías reproductivas pioneras, como un útero artificial capaz de criar embriones de marsupial. Estos avances podrían ser decisivos en los esfuerzos de conservación de especies amenazadas.
A pesar del entusiasmo, algunos científicos se muestran escépticos. Los críticos cuestionan la asignación de recursos para resucitar especies extinguidas cuando muchos animales vivos están al borde de la extinción. Euan Ritchie, ecólogo de fauna salvaje de la Universidad de Deakin, reconoció los posibles beneficios de la investigación para la conservación, pero expresó su preocupación por la reintroducción de una especie alejada de su ecosistema desde hace mucho tiempo.
«Puede que consigamos crear un animal parecido al tilacino, pero no será realmente un tilacino», afirmó Ritchie. Señaló las dificultades de reintroducir estos animales en la naturaleza, sobre todo cuando no hay miembros de la especie de los que aprender.
«¿Cómo se comportarán en libertad? ¿Qué impacto tendrán en los ecosistemas? Son grandes incógnitas», añade. Para Ritchie, las consecuencias ecológicas de la desextinción son tan importantes como los obstáculos genéticos.
A medida que el proyecto avance, la comunidad científica estará muy atenta para ver si el sueño de revivir el tilacino -y otras especies extinguidas- puede hacerse realidad.