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Alfred Russel Wallace, a quien ha de considerarse coautor, junto con Charles Darwin, de la teoría de la evolución por selección natural, fue un gran naturalista y teórico de la biología. Además, Wallace se mostró preocupado por los graves problemas de desigualdad social de la época victoriana en la que vivió, y crítico del sistema socioeconómico del Reino Unido durante el siglo XIX. En la cara b de su biografía, fue investigador de fenómenos espiritistas (los espíritus tenían interés para la ciencia en aquel momento) y, un aspecto poco tratado, apoyó desde una postura racional y científica el movimiento antivacunas de su tiempo.
El homicidio social
Para entender mejor su posición, es útil comparar algunas de sus preocupaciones con las de Federico Engels. No parece que Engels y Wallace se conocieran personalmente, pero coincidían en ciertos pensamientos partiendo de perspectivas distintas.
Engels, en su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra de 1845 (original en alemán, traducido al inglés en 1885), documentó la pobreza y la alta mortalidad de los trabajadores industriales de Manchester. Algo que ya había sido puesto de manifiesto por otros autores como Robert Southey en sus Letters from England (1807). Del análisis de Engels surgió el concepto homicidio social (social murder), que describía las condiciones de vida que llevaban a una muerte prematura. El homicidio social solo se ha integrado recientemente en el marco conceptual académico de las ciencias sociales.
Alfred Russel Wallace compartía con Engels la preocupación por la desigualdad social y las condiciones de vida insalubres de las clases bajas inglesas, algo que conocía de cerca debido a su origen humilde. En estas clases sociales, además, se cebaba la viruela.
La vacunación en la pobreza
El debate sobre la vacunación obligatoria contra la viruela surgió en un contexto de falta de higiene, malnutrición y miseria que afectaba a una parte significativa de la población.
En su libro The Wonderful Century (1899), Wallace dedica 112 páginas a repasar la historia de la inoculación y vacunación contra la viruela; revisa la validez de las estadísticas sobre mortalidad en Inglaterra y otros países, y analiza casos particulares como los resultados de la vacunación en el ejército. Wallace reclama algo imperativo en el ámbito científico: que los datos no sean aceptados sin verificación.
Pero había un problema: la categorización entre dos extremos que usaba Wallace, muerte sin vacuna y cura o prevención con ella, y la inclusión de casos intermedios en las estadísticas, aún no era posible.
Una de las mayores dificultades en el debate fue la interpretación de las series temporales de la evolución de la enfermedad. Dependiendo de cómo se organizaban los datos (por días, semanas, meses, etc.), las conclusiones sobre la efectividad de la vacuna podían variar, lo que daba lugar a interpretaciones opuestas.
La viruela era una enfermedad altamente infecciosa que mataba al menos al 30 % de quienes la contraían. Después de una vacunación generalizada durante un período de más de un siglo, la OMS la declaró erradicada en 1980.
La diferencia estadística
Hubo que esperar a principios del siglo XX, con la introducción del test de chi-cuadrado por Karl Pearson, para poder evaluar de manera significativa si existía una diferencia estadística entre vacunados y no vacunados en la adquisición de inmunidad o mortalidad por viruela.
Este avance, junto con un mayor rigor en la recolección de datos, permitió demostrar la eficacia de la vacuna frente a sus posibles efectos adversos, desacreditando así argumentos basados en experiencias individuales (como el popular “conozco a alguien que…”).
En una época de gran desigualdad social, con prácticas médicas dudosas como la prescripción de inhalación de tabaco para enfermedades pulmonares (que Wallace experimentó personalmente) y condiciones de vida insalubres en muchas ciudades, era difícil obtener datos lo suficientemente limpios como para separar la eficacia de la vacuna de los efectos combinados de otras enfermedades.
La busqueda de certezas científicas
Alfred Russel Wallace fue una figura multifacética de espíritu científico. Si hubo ocasiones en que erró fue, en gran medida, debido a la falta de datos sólidos o a la insuficiencia de la evidencia disponible en su tiempo. Sin embargo, en los campos donde poseía conocimientos más firmes, acertó notablemente.
La implicación de Wallace con el movimiento antivacunas estuvo siempre motivada por su búsqueda de certeza científica basada en datos y análisis rigurosos, dentro del contexto de las injusticias sociales de su tiempo.
Los datos de la vacuna covid-19
La reciente epidemia de covid-19 ha revelado que los antivacunas siguen utilizando argumentos propios de la época victoriana, los tiempos de Wallace, cuando la evidencia aún era fragmentaria y difícil de evaluar.
Hoy, tras casi cuatro años de uso de la vacuna, ya es posible acceder a datos contrastados. Las vacunas de la covid-19 reducen el riesgo de infección en más del 50 % y el de hospitalización en más del 90 %. Los adultos no vacunados tienen 97 veces más probabilidades de morir de covid-19 que los adultos vacunados. La evidencia científica actual es tan abrumadora que aproximadamente el 80 % de la población mundial acepta las vacunas de buena fe.
El grupo de negacionistas, seguidores de teorías conspirativas o escépticos constituye un conjunto residual. Su postura es asumida bajo su propio riesgo y el de sus hijos.
Alfred Russel Wallace exigía datos contrastados en un momento en el que era imposible obtenerlos. Hoy en día los datos ya son amplios y contundentes. La vacuna erradicó la viruela y no hay ninguna duda de ello. Aunque siempre habrá alguien que dude por dudar.
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