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Hace unos meses RTVE emitió un programa concurso para elegir la figura más relevante de la historia de España. Los televidentes votaron por Santiago Ramón y Cajal. Pero no era la primera vez que el científico triunfaba en una encuesta nacional.
En el curso 1933-1934 se preguntó a centenares de escolares madrileños a qué personajes de la Historia admiraban más. Y, efectivamente, Cajal fue el más valorado de los personajes vivos.
Cajal en las escuelas republicanas
Hay que buscar razones de esta predilección estudiantil en la labor docente de quienes estimularon el interés hacia la vida y obra de quien fue considerado “cumbre del paisaje moral de España”.
Para suscitar ese interés se usaron diversos procedimientos. Uno de ellos consistió en acercar la figura del premio Nobel al alumnado.
Así el 28 de enero de 1933 el maestro del pueblo toledano de Velada escribió a Cajal solicitándole el envío de un retrato para colocarlo en su aula. La petición iba acompañada de las firmas de dieciséis alumnos, que sabían y conocían “cuánto hace a favor de España el sabio médico”, y que ya tenían en la escuela un retrato suyo de mala calidad tomado de un periódico. Cajal, admirador de la labor abnegada de los maestros rurales, no se demoró en atender la solicitud.
No sabemos qué retrato fue el que envió. Quizás remitiese el que se hizo cuando se jubiló el 1 de mayo de 1922 en el que insertó la siguiente reflexión expresiva de sus preocupaciones pedagógicas:
“Se ha dicho hartas veces que el problema de España es un problema de cultura. Urge, en efecto, si queremos incorporarnos a los pueblos civilizados, cultivar intensamente los yermos de nuestra tierra y de nuestro cerebro, salvando para la prosperidad y enaltecimiento patrios todos los ríos que se pierden en el mar y todos los talentos que se pierden en la ignorancia”.
Otro método usado para aproximar a Cajal al alumnado consistió en estimular la lectura de los pensamientos y andanzas de “don Santiago”. En esa labor destacaron diversos docentes que adaptaron algunas de sus obras literarias para el público infantil.
Así el maestro valenciano Félix Martí Alpera publicó en 1906 Joyas literarias para niños. En él insertó el capítulo “La indagación científica”. Se trataba de una selección de extractos del libro Reglas y consejos sobre la investigación científica. En las páginas seleccionadas por Martí Alpera, Cajal destacó la importancia de cultivar la “polarización cerebral” o atención crónica, consistente en orientar permanentemente todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio.
La infancia de Cajal contada por él mismo
Pero quien hizo más por dar a conocer la vida y aventuras de Cajal a los escolares fue el pedagogo Luis de Zulueta. En 1921 había publicado La infancia de Ramón y Cajal contada por él mismo, una adaptación de Mi infancia y juventud, la primera parte de la autobiografía del premio Nobel en la que Cajal narró sus primeros años aventureros en tierras del alto Aragón, en la provincia de Huesca.
En el prólogo Luis de Zulueta explicaba que la infancia de Cajal merecía ser leída por los escolares españoles porque a través de ella aprenderían a conocer el carácter del “hombre que en esta generación ha hecho más por el progreso de la ciencia en España y más ha hecho por el nombre de España en el mundo”. Y añadía que en las “niñerías” de Cajal estaba el germen de sus descubrimientos científicos, por lo que su lectura podía despertar entre jóvenes lectores un afán de desenvolver por sí mismos de manera libre su individualidad y su propia actividad creativa.
En su relectura ese pedagogo puso mucho empeño en presentar a Cajal como un muchacho travieso, inquieto y rebelde, “díscolo y retraído”, pero también como un mozalbete con un ansia irrefrenable por saber e indagar en secretos de la naturaleza en sus andanzas entre montes, bosques, fuentes y colinas.
En el capítulo “Los pájaros”, Cajal, en la adaptación de Luis de Zulueta, expuso cómo surgió en él su afición y amor por esos animales, de los que formó una gran colección. Con ella se inició en los estudios biológicos, pues se dedicó a observar y apreciar semejanzas y diferencias, a detectar los detalles morfológicos, a clasificar. De manera que la curiosidad inicial del niño Cajal por conocer el medio en que vivía, relacionándose con todo lo que le rodeaba, le despertó “el instinto del naturalista”.
La edición de Luis de Zulueta estaba ilustrada con dibujos infantiles en los que Cajal expresó visualmente sus rudimentarias exploraciones de la naturaleza cuando aún era niño.
Pero como en cualquier aventura vital todo haz tiene su envés. Junto a las satisfacciones que obtuvo en sus correrías contemplando la Naturaleza, sintiéndose libre, también sufrió constricciones y amenazas derivadas de experiencias poco gratas que vivió cuando inició sus estudios de bachillerato en el Instituto de Huesca.
Así, en el capítulo que Luis de Zulueta tituló “¡Mirad al italiano!”, expuso “las graves consecuencias” que sufrió el futuro premio Nobel “por llevar gabán largo” mientras estudiaba bachillerato. Narró entonces el acoso que sufrió en las aulas de aquel centro docente por parte de “los gallitos de los últimos cursos”, quienes se burlaban insistentemente de él y le asediaban por usar un abrigo hecho por su hacendosa madre que le quedaba demasiado largo. Para salir airoso de la presión que sufría, Cajal practicó el culturismo, se hizo un “cachas”, ejercitó el boxeo, y de esa manera mantuvo a raya a sus acosadores.
Diseminación entre los escolares
La adaptación de Luis de Zulueta tuvo una amplia circulación en aquella época. Junto al libro mencionado anteriormente de Félix Martí Alpera, La infancia de Ramón y Cajal contada por él mismo formaba parte de las bibliotecas escolares que sucesivos ministros republicanos, como el liberal demócrata Filiberto Villalobos, diseminaron por las escuelas.
Además, allá por mayo de 1934, un inspector de enseñanza de la provincia de Gerona solicitó autorización a Cajal para reproducir ese pasaje de “¡Mirad al italiano!” en una pequeña obra de lectura para niños que estaba preparando. Semanas después, cuatro meses antes de fallecer, Cajal se la concedió con estas palabras:
“Con mucho gusto le doy permiso para que reproduzca el pasaje de mi librito ‘Mirad al italiano’ y le agradezco infinitamente la atención que ha tenido conmigo al acordarse de esta modesta obrita para amenizar la lectura de los pequeños con la obra que quiere Vd. componer”.
Ese intercambio epistolar manifiesta, junto a otras muchas pruebas, la intensidad de la interacción que se produjo a lo largo del primer tercio del siglo XX entre la voluntad pedagógica de Cajal y gente del mundo docente atraída por la personalidad y la obra del científico español más influyente de los tiempos contemporáneos.
Tal vez, con motivo del 90 aniversario de su fallecimiento, los decisores políticos logren ponerse de acuerdo e inaugurar el prometido Museo Nacional del Cerebro Ramón y Cajal dedicado a mostrar y explicar los extraordinarios logros científicos de Cajal y su escuela, que, como ya hemos visto, estaban muy presentes en el seno de la sociedad española durante la Segunda República.
Leoncio López-Ocón Cabrera no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.