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Los últimos resultados del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre la percepción de los principales problemas para los españoles ponen sobre la mesa que la inmigración es el principal.
Es inevitable reflexionar sobre cómo ha evolucionado la percepción pública de este fenómeno en las últimas décadas. En 2006, la inmigración también se perfilaba como el principal problema para la sociedad española, con un 20 % de los encuestados mencionándola como su mayor preocupación.
Hoy, dieciocho años después, volvemos a encontrarla en el primer lugar, con un 27 % de los españoles señalándola como la principal amenaza para el país. ¿Qué ha cambiado en este tiempo y, sobre todo, qué no ha cambiado?
Récord de llegada de migrantes
Si bien los medios de comunicación han contribuido históricamente a la construcción de la categoría “inmigrante” y “extranjero” como problemática, en la actualidad muestran una mayor sensibilidad y diversidad de enfoques. Pero se suma al proceso comunicativo el aumento de llegadas de personas a Canarias, que en 2023 alcanzó su récord. Este hecho ha servido como un punto de inflexión en la narrativa mediática y en la percepción social, un fenómeno que no solo ha reactivado temores y prejuicios, sino que también ha expuesto las debilidades estructurales del sistema de acogida y la gestión migratoria en España.
Según datos del Ministerio del Interior, en 2023 se registraron 37 500 llegadas a las costas españolas, de las cuales más del 80 % se produjeron en Canarias. Estas cifras no solo superan las del periodo anterior, sino que también revelan la fragilidad de un sistema que no estaba preparado para gestionar el flujo migratorio.
“La situación en Canarias se ha vuelto insostenible. Los recursos son limitados y la respuesta institucional no ha sido suficiente”, señaló el Defensor del Pueblo en su informe anual.
Lo que estamos viendo en los medios es un reflejo de una realidad compleja y preocupante: la llegada de personas a las costas canarias genera incertidumbre sobre su tratamiento y su destino final. Esta incertidumbre no es solo una sensación pasajera; está alimentada por un sistema que se ve superado y desbordado ante un fenómeno que en principio parece incontrolable.
La falta de recursos adecuados, la saturación de los centros de acogida y la respuesta política contribuyen a que la percepción pública de la inmigración sea de caos y descontrol.
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El papel de los medios en la percepción de los inmigrantes
El impacto de la inmigración en la opinión pública no se debe únicamente a la cantidad de personas que llegan, sino a la forma en que estas llegadas se gestionan y presentan en muchos medios. Las imágenes de pateras abarrotadas, personas hacinadas en instalaciones precarias y la falta de soluciones claras por parte del gobierno crean una narrativa de crisis permanente.
No se trata solo del número de llegadas, sino del reflejo social y político de que no hay un plan claro para manejar la situación. A pesar de los esfuerzos de algunos medios por ofrecer una perspectiva más humana y contextualizada, la percepción dominante sigue siendo la de una amenaza.
Este tratamiento mediático, aunque ha mejorado en comparación con años anteriores, sigue estando condicionado por la espectacularización de la noticia y la falta de información revelada a los medios sobre el contexto de estos movimientos migratorios. Asistimos a un manejo mediático que, en lugar de centrarse en las causas estructurales que impulsan a estas personas a migrar o en los fallos en cuanto a políticas de acogida y asilo, pone el foco en el impacto inmediato y visual de las llegadas, perpetuando la sensación de descontrol absoluto.
Aunque no podemos culpar exclusivamente a algunos medios por esta percepción negativa. El sistema de acogida y gestión migratoria en España presenta serias deficiencias que agravan la situación.
La falta de una infraestructura adecuada para recibir y procesar los documentos de las personas migrantes, así como la ausencia de un plan de redistribuciones, generan un cuello de botella que refuerza la percepción de caos. A esto se suma la sobrecarga de los centros de acogida en Canarias. La lentitud en los trámites de asilo y la dispersión de personas migrantes a otras regiones sin un seguimiento adecuado son solo algunas de las situaciones a las que se enfrentan.
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Esta situación de saturación y falta de respuesta eficaz no solo perjudica a las personas migrantes, sino también a las comunidades locales, que sienten que deben lidiar con un problema para el que no están preparadas. Las personas que trabajan en este entorno manifiestan que hay mucha confusión y falta de información sobre el destino de estas personas. Esto se traslada a la sociedad en general y genera rechazo.
La falta de recursos y la descoordinación entre administraciones crean un clima de tensión e incertidumbre que se refleja en la opinión pública y en el debate político. Todos los días asistimos a un debate político que tiene como base la llegada de personas a Canarias, y este no termina de resolverse.
Una de las soluciones pasa por repensar el enfoque con el que abordamos la inmigración en España. No se trata solo de mejorar la narrativa mediática, sino de transformar las estructuras que perpetúan esta sensación de descontrol. Necesitamos políticas de acogida más robustas y coherentes, que no se limiten a gestionar emergencias, sino que ofrezcan soluciones sostenibles a largo plazo. Quizás, en este sentido, es necesario un plan estatal de acogida que contemple la descentralización y una mejor distribución de recursos.
Un sistema desbordado
En 2006, la inmigración ya era percibida como una de las principales amenazas para la sociedad española y hoy, en 2024, el mismo fenómeno vuelve a repetirse. Este lapso de dieciocho años pone de manifiesto no solo la incapacidad de las instituciones para gestionar de manera eficaz la llegada de personas migrantes, sino también la persistencia de un discurso social que sigue asociando la inmigración con inseguridad y crisis.
Más allá de que las llegadas parecen ser el desencadenante, lo que realmente motiva esta percepción es la sensación de un sistema desbordado e incapaz de ofrecer respuestas claras y humanitarias. A pesar de los cambios políticos y sociales de estas casi dos décadas, la percepción del “otro” como una amenaza se mantiene inalterada.
El hecho de que la inmigración ocupe nuevamente el primer lugar en las preocupaciones de los españoles refleja un fracaso colectivo para afrontar este fenómeno de manera estructural y humana. Como sociedad, no hemos sido capaces de construir un relato inclusivo ni de implementar políticas que promuevan la convivencia y el respeto mutuo.
Si no logramos romper este ciclo, corremos el riesgo de perpetuar la misma dinámica de miedo y rechazo cada vez que se produzca un nuevo repunte migratorio. El desafío, por tanto, no es solo gestionar las llegadas, sino transformar profundamente nuestra percepción y respuesta ante la inmigración.
Cecilia Estrada Villaseñor no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.