Los sanfermines rurales: otra ‘guerra cultural’ en juego

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Una vaquilla persiguiendo a dos chicos durante la festividad Nuestra Señora de Loreto el 2 de septiembre de 2013 en Jávea, España. Kalama9/Shutterstock

Bajo el sol implacable del mediodía, las plazas y calles de los pueblos de España se transforman, especialmente en verano, en un escenario donde se libra una batalla silenciosa. El eco de una tradición milenaria convive con una nueva conciencia que se abre paso: la mirada compasiva hacia el animal y la inquietud por su sufrimiento.

Los pueblos se convierten así en un espejo de la España aparentemente polarizada de hoy, confrontando visiones contrapuestas sobre la identidad, la cultura y el bienestar de los animales.

Enfoques irreconciliables

El filósofo Fernando Savater señala, con dosis altas de dialéctica, que las guerras culturales pasarían, en sus propias palabras, por la “ideología de género, idolatría LGTBI, alarma catastrofista ante el cambio climático, panteísmo animalista”.

El término guerra cultural fue acuñado, en 1991, por el sociólogo James Davidson Hunter para describir los conflictos de valores que polarizan a la sociedad. Las fiestas populares con toros y vaquillas, arraigadas en muchos pueblos españoles, especialmente desde la llegada de la democracia, se han convertido en un buen ejemplo a pequeña escala de esa cuarta guerra cultural.

En 2023, se celebraron 18 939 festejos populares en torno a la tauromaquia, sin contar las corridas de toros. Por ello, para muchos habitantes del mundo rural, los festejos taurinos son un símbolo de identidad cultural, una forma de mantener viva la memoria colectiva de sus comunidades.

Pero para otra buena parte del rural y para organizaciones en defensa de los animales estas sueltas de vaquillas generan un sufrimiento a un ser vivo con meros fines de entretenimiento.

La dicotomía se establece entre tradición y bienestar animal, con poco espacio para posturas intermedias.

Lo que dice la legislación

No ayuda mucho el hecho de que desconozcamos que la regulación de los festejos taurinos ha sido objeto de controversia a lo largo de la historia de España. Las primeras prohibiciones no se remontan a la reciente historia sino que provienen del siglo XIII, con las Partidas del rey Alfonso X El Sabio.

A lo largo de los siglos, se han sucedido periodos de prohibición y tolerancia, hasta la regulación actual, que reconoce, por silencio de la constitución española, la competencia de las comunidades autónomas en esta materia.

Y ayuda, aún menos, el que los diferentes partidos políticos que gobiernan las comunidades autónomas oscilen como un péndulo entre la prohibición, la indiferencia o la sobredosis de financiación pública para estos festejos.

Los unos consideran que estamos ante un fenómeno de maltrato animal y los otros que los festejos taurinos son parte del patrimonio cultural español y que su financiación pública es una inversión en cultura, al mismo o mayor nivel que el cine, el teatro o la literatura. Estos últimos esgrimen, con razón jurídica, que la Ley 18/2013 para la regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural sigue estando en vigor.

El caso de la Serranía de Ronda

La guerra no se escenifica sólo en los medios de comunicación, en las redes, en los despachos, en los lobbies y en los think tank. También se muestra de manera soterrada en los pueblos españoles con diferente nivel de intensidad.

Pongamos el foco hoy en el sur de la cordillera penibética, en la hermosa Serranía de Ronda. Dos ejemplos ilustran que los territorios no son uniformes a la hora de posicionarse en uno u otro lado del imaginario campo de batalla.

Imagen tomada de Facebook que ilustra una de las polémicas que genera este tipo de festejos.

Gaucín es un buen ejemplo de cómo los pueblos se aglutinan alrededor de la tradición del conocido como toro de cuerda del Domingo de Resurrección. Este festejo popular cuenta, incluso, con una federación española de toro con cuerda, que integra a 24 municipios y que defiende esta práctica como una expresión viva de la tradición y un elemento de cohesión social en los pueblos.

A sólo 12 kilómetros, y algún cerro de de distancia, Benalauría, un pequeño pueblo de la provincia de Málaga, anunció a través de su ayuntamiento que para las fiestas de octubre de la patrona de este 2024 se incorporaba como novedad una suelta de vaquillas. En una fiesta muy asociada habitualmente a lo masculino y a los jóvenes, un grupo de gente del pueblo lideró toda una campaña para que el ayuntamiento rectificara.

El cronista oficial del pueblo, José Antonio Castillo, documenta la polémica y recoge el sentir de este grupo de jóvenes y de otros vecinos del pueblo en una crónica en redes sociales en la que confiesa:

“No me veréis nunca en una plaza o coso taurino, pero tampoco me oiréis un reproche a quienes a ellos acuden. Abomino tanto de la sangre que se derrama, sea del hombre o de la bestia, como de las intransigentes prédicas que ahora pretenden borrar de un plumazo esta tradición (…) Pero esto de las vaquillas, ¿en qué obra poética o artística podríamos hallarlo? ¿Dónde están aquí la estética, el sentimiento, la pasión?”.

El Ayuntamiento, finalmente, escuchó, valoró y suspendió los festejos taurinos, volviendo al formato tradicional andaluz de fiesta: diana floreada, juegos, baile y procesión.

Un futuro incierto

La creciente concienciación sobre el bienestar animal y la evolución de la sensibilidad social hacia el trato a los animales representan un desafío para la continuidad de estas tradiciones (o aberraciones, según quién las contemple). Por ello, su inclusión como parte del patrimonio cultural genera dilemas éticos difíciles de conciliar.

La mirada urbana hace que pensemos en la España rural como una realidad única cuando los datos y las experiencias nos devuelven una fotografía compleja y plural, también desde el punto de vista del patrimonio cultural rural.

En conclusión, estos festejos taurinos, a menudo asociados con un pasado idealizado y con la “pureza” de lo auténtico, se encuentran en el centro de un debate sobre su preservación, su adaptación a los valores del siglo XXI o su desaparición.

The Conversation

Antonio Javier González Rueda no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.



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