Sancha de León: una promotora artística productiva e innovadora

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Sancha, reina de León, por Joaquín Gutiérrez de la Vega. Museo del Prado
Primera fase de la serie ‘Las mujeres del arte medieval’.
Primera fase de la serie ‘Las mujeres del arte medieval’. The Conversation, CC BY-NC-ND

Con el rostro velado, togada de púrpura y ejerciendo su autoridad, así se hizo representar la reina Sancha de León (ca. 1018-1067). Segunda hija de Alfonso V y Elvira Menéndez, Sancha era descendiente directa del linaje astur-leonés. Consecuentemente, fue uno de los activos políticos más importantes de su tiempo.

Fernando I y Sancha en la escena de dedicación del _Diurnal de Fernando I y Sancha_. 1055.
Fernando I y Sancha en la escena de dedicación del Diurnal de Fernando I y Sancha. 1055. Santiago de Compostela, Biblioteca Xeral Universitaria, Ms. 609, f. 6r.

Su matrimonio en 1032 con Fernando, por aquel entonces conde de Castilla, dio inicio a un imparable ascenso: comenzaron gobernando sobre un condado territorialmente mermado y acabaron por dominar todo el noroeste de la península ibérica.

En este proceso fue decisivo el conflicto con el hermano de la reina, Bermudo III de León. Este moriría en 1037 durante la batalla de Tamarón (Burgos), dejando el trono leonés vacío. Gracias a los derechos sucesorios de Sancha, la pareja fue coronada en la catedral de Santa María de Regla un 22 de junio de 1038.

A partir de dicho momento, su actividad pública se desplegó en múltiples direcciones. La más evidente fue la expansión geográfica, que les condujo a asimilar parte del reino de Pamplona y a someter en vasallaje a las taifas de Zaragoza, Sevilla y Toledo. Paralelamente, Fernando I y Sancha se interesaron por los asuntos eclesiásticos, presidiendo el concilio de Coyanza en 1055 y estableciendo pioneros diálogos con la orden borgoñona de Cluny.

No obstante, fue en el terreno de la promoción artística donde la figura de la reina adquirió un excepcional protagonismo.

Lujos reales

La intensa labor de matronazgo ejercida por Sancha –bien en solitario, bien junto a su esposo– cristalizó en un catálogo compuesto por muchas de las más paradigmáticas creaciones artísticas de la segunda mitad del siglo XI.

Su principal foco de actuación fue el complejo palatino de León; más concretamente, su capilla privada. Este proyecto culminó en el año 1063, cuando Fernando I y Sancha auspiciaron el traslado de las reliquias del obispo visigodo Isidoro de Sevilla. Con la recepción del tesoro se reconsagró una iglesia antes dedicada a san Juan Bautista y san Pelayo, que los reyes sustituyeron por un templo en piedra. Vestigios arqueológicos y algunas trazas de sus muros subsisten hoy en día en la actual colegiata de San Isidoro de León.

Arqueta de las Bienaventuranzas. Ca. 1063, San Isidoro de León. Museo Arqueológico Nacional.
Arqueta de las Bienaventuranzas. Ca. 1063, San Isidoro de León. Madrid, Museo Arqueológico Nacional. Foto: Patricia Elena Suárez

La basílica reedificada, de tres naves y reducidas dimensiones, siguió probablemente la estela del estilo prerrománico propio del siglo XI. Esta capilla comunicaba a los pies con una estructura occidental, heredera del cementerio real que había fundado Alfonso V. La Crónica Silense –una biografía inconclusa de Alfonso VI de León, hijo de Fernando y Sancha– documenta que Fernando decidió enterrarse en este mausoleo familiar gracias a Sancha. Dicho panteón fue consecuentemente monumentalizado, en una inteligente maniobra política que tenía por objetivo inmortalizar al esposo extranjero como parte de su propia genealogía dinástica.

La pareja dotó a esta iglesia de lujos excepcionales, en consonancia con la relevancia simbólica de este espacio como receptáculo de la memoria, autoridad y legitimidad de la monarquía leonesa.

El denominado Tesoro de San Isidoro de León engloba una colección de piezas de muy variada factura, cuyo común denominador reside en ejemplificar un estilo híbrido, a medio camino entre la tradición altomedieval de la península ibérica y las primeras importaciones del románico continental.

Crucifijo de Fernando I y Sancha. Ca. 1063, San Isidoro de León. Museo Arqueológico Nacional.
Crucifijo de Fernando I y Sancha. Ca. 1063, San Isidoro de León. Madrid, Museo Arqueológico Nacional. Foto: Ángel Martín Levas.

Tal es el caso de la Arqueta de san Isidoro, un trabajo magistral de orfebrería que se encuentra completamente forrado en su interior por ricas telas orientales. Igualmente representativas son piezas de marfil como la Arqueta de san Juan Bautista y san Pelayo o la Arqueta de las Bienaventuranzas.

Por su parte, el Crucifijo de Fernando I y Sancha ha sido unánimemente calificado como la obra cumbre del mecenazgo de la pareja real: destinado a albergar una reliquia de la Santa Cruz, se trata de la primera representación tridimensional del Crucificado realizada en la península ibérica.

Amante de los libros

En paralelo a sus proyectos con Fernando I, Sancha desarrolló una importante faceta bibliófila. Y es que la reina impulsó la creación de cuatro de los códices más representativos de la cultura manuscrita de la Alta Edad Media.

Frontispicio, _Beato de Fernando I y Sancha. 1047.
Frontispicio, Beato de Fernando I y Sancha. 1047. Madrid, Biblioteca Nacional de España, Vitr. 14-2, f. 6r., CC BY

Tal es el caso del Beato de Fernando I y Sancha, que contiene una copia de uno de los textos de cabecera del Altomedievo peninsular: el Comentario al Apocalipsis compuesto por Beato de Liébana. El ejemplar encargado por Sancha es uno de los más fastuosos que se han conservado. Además, evidencia la temprana importación del vocabulario románico en las miniaturas de los códices fabricados en el noroeste de la península ibérica.

La reina también comisionó dos manuscritos de contenido litúrgico. El Diurnal o Libro de Horas de Fernando I y Sancha fue un regalo para su esposo. Se trata de un ejemplar excepcional que, al inspirarse en el estilo de la Antigüedad clásica para sus ilustraciones, sigue muy de cerca la estela de los manuscritos que se estaban produciendo en la órbita centroeuropea del emperador Enrique III de Sajonia. En tándem con este, Sancha encargó el Liber Canticorum et Horarum, un códice musical destinado a su propia devoción personal.

Por último, a su matronazgo se atribuye un Manual pedagógico que recoge, entre otros textos, una copia de las Etimologías de Isidoro de Sevilla –la principal enciclopedia del Occidente altomedieval cristiano–. Este último manuscrito revela la faceta más intelectual de su actividad cultural.

La reina Sancha se erige, por lo tanto, como una de las promotoras artísticas más fructíferas e innovadoras de la Alta Edad Media. Sus encargos rebasaron estilísticamente las fronteras del noroeste de la península ibérica para importar, por vez primera, el románico continental. En las obras que comisionó es posible descubrir a una mujer activa y vanguardista, que supo poner el arte al servicio de la promoción, la distinción y el recuerdo perpetuos de su linaje.

Confessio de la reina Sancha reescrita con el nombre de la infanta Urraca en el _Liber Canticorum et Horarum_, 1059.
Confessio de la reina Sancha reescrita con el nombre de la infanta Urraca en el Liber Canticorum et Horarum. 1059. Salamanca, Biblioteca General de la Universidad, Ms. 2668, f. 159v (detalle).

Décadas más tarde, su hija Urraca firmó sobre el nombre de su madre en el Liber Canticorum et Horarum. Este fascinante detalle revela el carácter hereditario de una sensibilidad que habría de pervivir en el seno de las mujeres de la familia real. Ellas, a imitación de Sancha, continuarían acrecentando el legado del complejo palatino de San Isidoro en León durante generaciones.

The Conversation

Pilar Recio Bazal recibe fondos del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades para la realización de su tesis doctoral, en calidad de contratada predoctoral FPI.



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