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Las especies de aves del terror pueden haber sido incluso más grandes que Gastornis, que habitualmente alcanzaba los 2,5 metros de altura. Crédito: Deposit Photos |
Un equipo de científicos, entre los que se encuentran expertos de la Universidad Johns Hopkins, ha desvelado nuevos conocimientos sobre la antigua fauna salvaje al examinar el fósil de una enorme ave depredadora. Este descubrimiento, que se detalla en la edición del 4 de noviembre de Palaeontology, ofrece una visión de la vida del mayor miembro conocido de las aves del terror, arrojando luz sobre el reino animal en el norte de Sudamérica hace millones de años.
Federico J. Degrange, destacado especialista en aves del terror, ha dirigido la investigación junto con la doctora Siobhán Cooke, de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. El punto central de su estudio es un hueso de pata hallado en el desierto colombiano de la Tatacoa, una zona famosa por sus ricos yacimientos de fósiles. Este hallazgo representa la evidencia más septentrional de aves del terror en Sudamérica hasta la fecha.
El tamaño del hueso sugiere que esta ave del terror era colosal, posiblemente entre un 5% y un 20% más grande que cualquier otra especie conocida de la familia Phorusrhacidae. Los fósiles anteriores indican que el tamaño de los pájaros del terror variaba, y que algunas especies alcanzaban los 9 pies de altura.
«Las aves del terror eran depredadores terrestres con extremidades adaptadas para correr con rapidez», explica Cooke. «Se alimentaban principalmente de otros animales».
Curiosamente, el hueso de la pata fue descubierto hace casi dos décadas por César Augusto Perdomo, conservador del Museo La Tormenta, pero no fue identificado como un espécimen de ave del terror hasta 2023. Los investigadores utilizaron un escáner portátil de Johns Hopkins Medicine para crear un modelo virtual en 3D del fósil, mejorando su capacidad para estudiarlo en detalle.
Fechado en el Mioceno, hace unos 12 millones de años, el hueso presenta profundas fosas características de los Phorusrhacids y lleva probables marcas de dientes de un caimán gigante extinto, Purussaurus, que podía alcanzar longitudes de hasta 30 pies. «Dado el tamaño de estos cocodrilianos, es probable que el ave del terror sucumbiera a sus heridas», sugiere Cooke.
La mayoría de los fósiles de ave del terror se han encontrado en el sur de Sudamérica, sobre todo en Argentina y Uruguay. Descubrir un Phorusrhacid tan al norte implica que estos formidables depredadores desempeñaron un papel importante en el ecosistema de la región. Este hallazgo ayuda a los investigadores a reconstruir la biodiversidad de la zona hace 12 millones de años, una época en la que la región de la Tatacoa era probablemente un entorno exuberante con ríos serpenteantes, y no el desierto que es hoy.
Esta enorme ave compartía su hábitat con otras especies interesantes, como primates, mamíferos ungulados, perezosos terrestres gigantes y gliptodontes, parientes de los armadillos del tamaño de un coche pequeño. En la actualidad, la seriema, un ave de patas largas y hasta un metro de altura, se considera un pariente moderno de las aves del terror.
«Se trata de un ecosistema distinto de los actuales, que existía antes de que el puente terrestre uniera América del Sur y del Norte», explica Cooke.
Aunque el fósil es el primero de su clase en este yacimiento, Cooke especula con la posibilidad de que haya más fósiles de aves del terror ocultos en colecciones ya existentes, sin reconocer debido a características menos distintivas que el hueso de la parte inferior de la pata hallado.
Para Cooke, este descubrimiento despierta la imaginación, imaginando un mundo perdido hace mucho tiempo y repleto de criaturas ahora extintas. «Habría sido increíble ver a estos antiguos seres en su hábitat natural», reflexiona.