De la pandemia a la dana: así se crean las teorías de la conspiración en momentos de crisis

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Joeprachatree/Shutterstock

Aunque los complots imaginarios han sido una constante histórica, durante la última década parece haberse disparado su proliferación y viralización, en gran parte promovida por los mecanismos de las redes sociales, ajenos a los filtros de calidad informativa de los medios de comunicación tradicionales.

La pandemia de la covid-19 llevó este fenómeno a nuevas alturas. En medio de una crisis sanitaria sin precedentes, con la población confinada en casa y con las pantallas de ordenadores y dispositivos móviles como principal vínculo con el exterior, las teorías conspirativas proliferaron en las redes sociales, donde la información y la desinformación se diseminan a una velocidad vertiginosa.

Más recientemente, la tragedia provocada por la dana en Valencia ha sido también objeto de fabulaciones conspirativasque se han propagado a través de las redes sociales, pero también en determinados programas de televisión. En este caso, están vinculadas al escepticismo hacia el cambio climático.

De nuevo, en un contexto de confusión e incertidumbre, con la población conmocionada por una situación de crisis inédita, se propagan rumores sobre ocultación de cadáveres y se defienden pretendidas explicaciones, alternativas a la informaciones más cautas del periodismo riguroso, que señalan a culpables verosímiles para algunos segmentos del público.

Inundaciones provocadas deliberadamente

Así, hay quien defiende que las inundaciones catastróficas han sido provocadas deliberadamente, invocando a los sospechosos habituales del conspiracionismo climático: HAARP, chemtrails o ingeniería climática.

La percepción social de los creyentes en teorías conspirativas como personas con algún tipo de desequilibrio mental y de las propias teorías como una suerte de virus intelectual de irracionalismo contagioso conduce a simplificaciones que ofuscan la comprensión del fenómeno. Se tiende a suponer que cuando las personas contraen el “virus” al dar crédito a una primera teoría conspirativa, caen dentro de una madriguera de conejo que las lleva a creer más y más teorías delirantes sin orden ni concierto. Finalmente, terminan autoexiliadas del mundo de sentido común donde habitamos el resto.

Con el objetivo de arrojar luz sobre este proceso más allá del estereotipo, los integrantes del grupo de investigación CONCERN (Universidad Autónoma de Madrid), junto con especialistas en teorías de la conspiración de la Universidad de Granada, llevamos a cabo un estudio exhaustivo sobre el discurso conspiracionista en Twitter (hoy X) durante la pandemia, abarcando el periodo de 2020 a 2022.

Los datos nos permitieron detectar el uso de hasta 36 teorías de la conspiración con diferentes grados de relación con la pandemia y un inquietante patrón: las teorías de la conspiración no solo persisten, sino que se entrelazan y amplifican, propagándose de manera exponencial y erosionando profundamente la confianza en las instituciones. Pero no lo hacen de forma aleatoria o caótica: hay pautas subyacentes a este proceso que tienen que ver con la estructura interna de las teorías. Como consecuencia, su impacto en la percepción social se ve reforzado.

¿Qué alimenta la teoría de la conspiración?

En plataformas como Twitter (hoy X), las teorías conspirativas no son meras acumulaciones de ideas. Siguen una lógica interna que permite su combinación y adaptación continua. El espacio digital, además, facilita la creación de comunidades donde estas creencias se refuerzan, se difunden rápidamente y adquieren una dimensión colaborativa. Unos y otros construyen así una visión del mundo, coherente y relativamente sólida en su núcleo, difusa y modificable en su periferia, que sustituye a la que comparte el resto.

Este proceso se agudiza en tiempos de crisis como las generadas por la pandemia o la dana. Y lo hace especialmente cuando el contexto político está marcado por una alta polarización que, ya de por sí, propicia una cierta fragmentación del “sentido común compartido” que da coherencia a las diversas perspectivas sobre la realidad que se tienen desde distintas posiciones sociales y políticas. Durante la pandemia, la desconfianza hacia las instituciones sanitarias y gubernamentales fue el catalizador que propició la expansión de teorías conspirativas.

El análisis de más de un millón de tuits publicados durante los dos años más críticos de la pandemia sugiere que la promoción de narrativas de desconfianza hacia las instituciones gubernamentales y las políticas sanitarias implementadas contra la covid fue un catalizador clave para la difusión de diversas teorías conspirativas en redes sociales. Los hashtags que lideraron la discusión pública fueron #GobiernoDeLaMentira, #GobiernoCriminal y #GobiernoDimisión.

Aproximadamente el 56,3 % de los tuits analizados pertenecían a comunidades que realizaban una crítica explícita al gobierno de coalición encabezado por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en ese momento. Estas críticas iban desde acusaciones de criminalidad hasta señalamientos de ineptitud en la gestión de la crisis sanitaria.

El análisis de redes junto con el análisis temporal nos permitió observar cómo, en el contexto de la conversación pública sobre la desconfianza, emergía un espectro de comunidades dedicadas a la difusión de teorías de conspiración. Este fenómeno se manifestaba como una especie de filtro o embudo a través del cual las conversaciones evolucionaban desde temáticas relacionadas con el rechazo a las medidas sanitarias y el negacionismo del virus hacia teorías conspirativas significativamente más alejadas de esos temas.

Así, los datos sugieren que uno de cada tres tuits que expresaban narrativas de desconfianza contenía un hashtag vinculado a alguna teoría conspirativa. En nuestro trabajo llegamos a clasificar hasta 36 teorías conspirativas distintas agrupadas en tres tipos, según su grado de novedad y su relación con la pandemia. Entre estas, destacaba la comunidad en torno al hashtag #Plandemia, que niega la existencia del virus y lo concibe como un plan premeditado, seguida por las teorías antivacunas, la Agenda 2030 y el Nuevo Orden Mundial.

Entre los hallazgos más significativos se identificaron varias “teorías bisagra” que facilitaban la transición de las narrativas de desconfianza hacia teorías más abstractas y complejas, ampliando así el ecosistema conspirativo. En este sentido, destacaban aquellas que hacían referencia a las élites, el Nuevo Orden Mundial, los avances en nanotecnología y la figura de Bill Gates.

Annunakis, reptilianos e illuminati

Por último, este trabajo pudo establecer la correlación entre teorías conspirativas basándose en una estructura lógica, observando que ciertas teorías tendían a aparecer conjuntamente en los tuits. Encontramos una relación especialmente fuerte entre las teorías que mencionan a los annunakis y los reptilianos (0,75), los masones (0,63) y los illuminati (0,52). Asimismo, se identificaron vínculos entre los Chemtrails y el Cambio Climático (0,42), la Agenda 2030 y las teorías antivacunas (0,32), Bill Gates y las élites (0,31), y la Plandemia y las mascarillas tóxicas (0,28).

Si se llevara a cabo un análisis similar de los mensajes conspiracionistas difundidos en redes sociales a propósito de la dana en Valencia, probablemente se observarían patrones análogos. No parece casual que se hayan invocado teorías conspirativas negacionistas del cambio climático para explicar un acontecimiento que algunos consideran que confirma la realidad y la gravedad del cambio climático.

Si se desea evitar o atenuar catástrofes futuras de la misma naturaleza, cualquier iniciativa que acepte la realidad del cambio climático será compleja y costosa. Sin embargo, las teorías conspirativas apuntan a una vía de acción más sencilla: se trata de parar los pies a los conspiradores ocultos que provocan las catástrofes. Es decir, no hay más que vencer a los malos.

The Conversation

Alba Taboada Villamarín recibe fondos de AEI.

Alejandro Romero Reche no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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