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De más allá del cielo llegó en 2024 el cometa del siglo, y lo hizo antes de tiempo. Si Tsuchinshan-ATLAS se hubiera acercado a la Tierra en los albores de la Navidad, habría sido difícil negarle un inquietante acierto al azar.
Tsuchinhan se adelantó tres meses. Fue a finales de septiembre cuando se hizo visible desde la Tierra luciendo una espectacular coma, un aliento de gas y polvo tan brillante como las estrellas más luminosas. Pasó de largo Tsuchinshan como los norteamericanos de Bienvenido, Mister Marshall, pero nos dejó mirando al cielo.
Este año 2024 conocimos la composición y el lejanísimo origen del cometa que acabó con los dinosaurios que, permítanos el juego del inexplicable azar, se extinguieron en Navidad.
La ingle y Elon Musk
“La ingle y Dios. No ha nacido todavía la ingle que me domine”.
La frase pertenece a uno de los mejores momentos de la historia del cine español, la obra maestra de José Luis Cuerda Amanece que no es poco. A Elon Musk es difícil quererle públicamente, pero en 2024 hemos hablado de Elon y cohetes, Elon y Tesla, Elon y satélites, Elon y Marte (¿nos llevará a Marte Elon Musk?) y Elon y X.
Este año 2024, Neuralink, la empresa con la que Elon proyecta humanos aumentados, implantó (con legítima autorización) su chip N1 en el cerebro de un hombre sin movilidad en las extremidades. El neurocientífico de la UCM Manuel Martín Loeches contaba en The Conversation lo que hay detrás y el futuro de los implantes cerebrales como el creado por Elon Musk. Who Wants To Live Forever (Quién quiere vivir para siempre), cantaba Fredy Mercury. ¿Y quién no?
¡La ingle y Elon Musk! Relación, si la hubiere.
De dioses de silicio
Chip, el pequeño dios de todas las cosas. Así lo llama Luis Antonio Fonseca Chácharo, investigador en el Instituto de Microelectrónica de Barcelona (IMB-CNM-CSIC).
Los chips son el epicentro de la extracción de lo que Paula Alvaredo Olmos describe como materiales en guerra. En la loca carrera de los chips, hacen falta minerales y tierras raras cuya extracción atenta todos los derechos humanos, y son el oxígeno tecnológico que respiramos aquí, en el mundo locomotora. Chip, la base del porvenir: la supremacía cuántica, los proyectiles cuánticos, el ordenador cuántico que aún no traen los Reyes Magos (démosles a los magos un tiempo, que aún pesan mucho).
Nos adaptaremos
A Elon Musk y a lo que haga falta, nos adaptaremos. Un artículo revelador publicado este año lo explica bien: los humanos se adaptaron a la última glaciación de forma similar a los lobos y los osos. Los hallazgos ponen en entredicho teorías muy arraigadas sobre cómo y dónde vivieron nuestros antepasados durante este duro periodo glaciar. No migraron a tierras cálidas, se quedaron. No huimos del frío, aunque no tuviéramos zapatos.
En el empeño por la supervivencia, hoy desarrollamos megamateriales que, como indica José Manuel Torralba, subdirector de IMDEA materiales, transformarán nuestras vidas. Para los optimistas nos librarán del mal que se avecina, el mal que muestran los modelos sobre el clima que generan las grandes máquinas computadoras, con la inteligencia artificial capitaneando el conocimiento.
La explosión cámbrica de la inteligencia artificial
¿Hay alguien ahí que no use IA en ciencia? ¿Alguien queda? El uso de la inteligencia artificial ha vivido en 2024 su particular explosión cámbrica, el periodo geológico en el que brotaron masivamente las formas vivas de la Tierra.
2024 ha sido el año del reconocimiento a la IA de la academia sueca, con dos Premios Nobel (Física y Química) a pioneros e investigadores de IA.
Pero el debate del año 2024 se ha calentado entre quienes aseguran que la IA nunca llegará a ser inteligente en el modo humano y quienes auguran el dominio de las máquinas.
Ramón López de Mántaras, profesor de investigación del CSIC, está del lado de los humanos: “la IA generativa necesita un cuerpo que le permita interactuar con el mundo para poder alcanzar conocimientos de sentido común”, afirma Mántaras. Pero Francisco Herrera Triguero, catedrático de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial de la Universidad de Granada, avisa de que el cuerpo está en camino: “Los modelos de lenguaje ya se están integrando con la robótica inteligente, jugando un papel importante”.
La película Robot Salvaje puso cuerpo a una IA en la ficción y planteó el dilema de la maternidad para las máquinas.
También en el cámbrico de la IA llegó Nexus, el nuevo libro del historiador que asesora a presidentes, Yuval Noah Harari. Harari advierte del control por los tiranos de la inteligencia artificial. La IA nos da tanto miedo como Elon Musk.
¿El miedo crece? Dice Fabian Patricio Cuenca, de la Universidad del País Vasco, que incluso nos da miedo el pan. El temor desmesurado del galo Astérix sigue siendo universal: “¡Por Tutatis! ¡El cielo se desploma sobre nuestras cabezas!”.
El final del universo tal y como lo hemos contado
En 2024 el universo se ha destruido sobre el papel. Durante décadas, aceptamos que la mejor descripción posible de la energía oscura que domina el universo es una constante cosmológica: es lo que se conoce como Tensión de Hubble. Pero Adam Riess, físico y premio Nobel, explicó en abril de 2024 que las mediciones realizadas con las observaciones del telescopio espacial James Webb (JWST), desvelan una ceguera de décadas:
“Una vez anulados los errores de medición, lo que queda es la posibilidad real y apasionante de que hayamos malinterpretado el universo”.
La tensión sobre la tensión del Hubble que explicaba este año Vicent J. Martínez, catedrático de Astronomía y Astrofísica de la Universitat de València, ha generado controversias sobre la legítima edad del universo (que podría haber envejecido notablemente) y la naturaleza de la energía oscura. Un intenso debate que tiene como fondo cósmico si el universo es tal y como nos lo han contado.
Las maravillas de la ciencia
Llegaron maravillas en 2024. Supimos que la Tierra pudo tener anillos como los de Saturno y un estudio español reveló que, entre el 29 de septiembre y el 25 de noviembre tuvimos una miniluna, un asteroide de tan solo diez metros de diámetro que quedó atrapado por el abrazo gravitatorio de la Tierra.
Este año también hemos sabido por qué hay gatos naranjas, (hasta 700 genes regulan la pigmentación en animales), y desvelamos la sorprendente razón por la que los insectos vuelan alrededor de la luz.
También se encontraron indicios de conexión entre agujeros negros y sus galaxias, a la vez que los físicos avanzaban en su prodigioso empeño de detectar partículas indetectables. Sí, detectar lo indetectable. Solo los físicos saben cómo se come eso.
Este año 2024 hemos combatido bulos, luchado contra la desinformación, respondido a corrosivos mensajes creacionistas. Un maravilloso artículo de César Menor-Salván, profesor en la Universidad de Alcalá, cuenta cómo hemos llegado hasta aquí desde el origen de la vida. Porque, y pese a todo, la evolución de las especies sigue su camino
¿Y cómo pasa el tiempo?
Espóiler: las Naciones Unidas han proclamado 2025 como el Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuántica (IYQ, por sus siglas en inglés). Preparémonos, porque los físicos se mueven como peces en el agua en el océano de la incertidumbre.
Un artículo imprescindible de Alberto Casas González, profesor de investigación del IFT-UAM–CSIC, abordaba uno de los principales temas de debate: la física moderna sugiere que el tiempo no avanza, es solo una ilusión.
Al tiempo los geólogos lo ven de otro modo. La luz es una atolondrada si se compara con la lentitud en la que crecen las montañas. Carlos M. Pina contó este año qué es el tiempo profundo, el más largo del mundo, el que fue necesario para que hoy humanos, chips y Elon Musk estemos aquí.
¡Feliz fin de año!