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En 2016, el Gobierno colombiano y el grupo guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) pusieron fin a su guerra de cinco décadas. Como parte del acuerdo de paz, había que recoger las armas de las FARC-EP, un proceso conocido como desarme. En 2017, los observadores de la ONU habían recibido y retirado más de 8 112 fusiles, 1,3 millones de cartuchos, 22 toneladas de explosivos, 3 000 granadas y 1 000 minas terrestres.
Aunque las cifras son impresionantes, no todas las armas fueron entregadas, y conseguir armas nuevas es todavía relativamente sencillo en Colombia. Entonces, ¿qué diferencia supuso el desarme? Mi colega Nicholas Marsh y yo investigamos el poder simbólico de las armas –los fusiles en particular– para revelar cómo, a pesar de la recogida incompleta de armas, el desarme en Colombia sigue contribuyendo a la consolidación de la paz y sirve de ejemplo para el resto del mundo.
Las armas crean hermandad
Para que un grupo armado funcione como una unidad cohesionada y pueda luchar unido, los individuos necesitan dejar atrás sus identidades civiles y adoptar una identidad militar colectiva. Para crear hermanos de armas, los grupos armados utilizan diversas estrategias, entre las que destacan los rituales que implican marchas, ejercicios, cantos o participación en la educación cultural, todo ello a menudo con armas.
En estas ceremonias, las armas se convierten en símbolos de libertad, emancipación, estatus y poder. Para las mujeres, también pueden simbolizar una ruptura radical con las estructuras patriarcales. Estos ritos fusionan las identidades individuales y de grupo, y la investigación demuestra que una vez que los individuos están unidos de esta manera, están más dispuestos a luchar y morir por su grupo.
Por tanto, las armas son algo más que meros instrumentos de violencia, y retirarlas puede evocar fuertes respuestas emocionales en los combatientes. Esto significa que el desarme va mucho más allá de la simple confiscación de herramientas: transforma los rituales y símbolos que sustentaban a un grupo armado. Esto es lo que llamamos “inversión simbólica” y, si se hace con cuidado, es lo que convierte al desarme en una herramienta eficaz para la consolidación de la paz.
Desarme, pero no derrota
Convencer a los combatientes de que dejen las armas no es cosa fácil. Las FARC-EP empezaron con el lenguaje, ya que la forma en que se redactó la dejación de armas en el acuerdo de paz de 2016 no fue casual. El término “dejación de armas” fue utilizado por las FARC-EP en lugar de “desarme” para señalar la transformación voluntaria de los grupos guerrilleros, en contraposición a su derrota o rendición.
La investigación muestra que otros grupos armados también rechazan el término desarme y han ideado su propia formulación. En Irlanda del Norte, el IRA utilizó la palabra “desmantelamiento”, el Partido Comunista de Nepal eligió “gestión de armas y municiones” y el proceso de paz de Bangsamoro en Filipinas ha utilizado “normalización”.
Tras décadas de conflicto, los combatientes pueden crear fuertes vínculos emocionales con sus armas y a menudo se refieren a ellas como a una madre. La personificación de las armas tampoco es exclusiva de los grupos guerrilleros: el Credo del Fusilero que recitaban antiguamente los reclutas del Cuerpo de Marines de Estados Unidos se refiere al fusil de un soldado como su “mejor amigo” y su “hermano”.
Transformar las armas en arte
Una vez concluido un acuerdo de paz, llega la difícil etapa de su aplicación. Las comunidades que han soportado décadas de conflicto necesitan señales visibles y tangibles de que su vida está a punto de cambiar. En Colombia, se cambió el significado de las armas a través de diferentes acciones, como convertir la munición de las FARC-EP en bolígrafos que se utilizaron para firmar el acuerdo de paz. Los bolígrafos llevaban la inscripción “Las balas escribieron nuestro pasado. La educación, nuestro futuro”.
El arte también desempeña un papel fundamental. En Bogotá, la escultora Doris Salcedo, con ayuda de la fundición del ejército colombiano, fundió 37 toneladas de armas entregadas por las FARC-EP para crear una obra de arte titulada Fragmentos, un suelo de baldosas metálicas martilladas. Las supervivientes de la violencia sexual relacionada con el conflicto participaron en el martilleo de las baldosas, reivindicando simbólicamente su capacidad de acción al transformar las herramientas de la violencia en símbolos de resiliencia.
Otros proyectos, como convertir fusiles en guitarras o esculpirlos en palas, ilustraron cómo el poder destructivo de las armas puede convertirse en un generador de oportunidades en posguerra. Estos actos creativos convirtieron el desarme en un ritual público, implicando a los ciudadanos en el proceso de paz y comunicando que las FARC-EP estaban preparadas para dejar atrás la lucha armada y entrar en el ámbito político.
El desarme también obligó a los miembros de las FARC-EP a renunciar a los símbolos de su pasado militar. Las banderas que antes estaban adornadas con fusiles fueron reemplazadas por una rosa roja. La música, que durante mucho tiempo había sido una herramienta de la estrategia de comunicación de las FARC-EP, ahora celebraba la reconciliación. Las canciones que antes glorificaban los fusiles empezaron a verlos como columpios para los niños, o herramientas para construir una sociedad mejor.
El desarme puede transformar el significado de las armas
La experiencia colombiana subraya que el desarme es un proceso tanto práctico como profundamente simbólico. Aunque no siempre elimine por completo la violencia o las armas, su simbolismo y su impacto emocional pueden ser decisivos para fomentar la confianza y la solidaridad en las sociedades que salen de un conflicto.
Mientras otros países luchan por la consolidación de la paz, el enfoque de Colombia ofrece valiosas lecciones. No basta con confiscar las armas: la paz requiere la transformación de estos potentes símbolos de los tiempos de guerra.
Julia Palik recibe financiación del Consejo de Investigación de Noruega, subvención nº 324997. Está afiliada al Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (PRIO). Es becaria del Instituto de las Naciones Unidas de Investigación sobre el Desarme (UNIDIR).
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.