Lo que nos enseñan los accidentes aéreos sobre cómo gestionar desastres

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9 de junio de 2009. El capitán de fragata brasileño Giucemar Tabosa Cardoso muestra una imagen de satélite con la localización de los restos del Airbus A330-203 siniestrado. Wikimedia Commons, CC BY

Cada día, alrededor de 1 400 aviones cruzan el Atlántico conectando Europa y América en ambas direcciones y trasladan a un cuarto de millón de pasajeros en una jornada promedio.

Los altos estándares de seguridad del transporte aéreo han conseguido reducir al máximo el riesgo de volar. De hecho, el último accidente registrado con víctimas mortales en la ruta trasatlántica tuvo lugar 15 años atrás, el 1 junio de 2009, cuando el vuelo 447 de Air France entre Río de Janeiro y París se precipitó al mar con 228 personas a bordo.

Cuando un accidente de este tipo ocurre se pone en marcha un enorme despliegue para encontrar los restos del aparato, buscar supervivientes y, tras ello, iniciar una investigación con el fin de conocer las causas del siniestro y evitar que algo así pueda volver a ocurrir. La seguridad de millones de personas está en juego.

La búsqueda de las cajas negras del avión unió a gobiernos de distintos países y empresas en un esfuerzo en el que no se escatimaron recursos. Tras dos años de trabajos y 35 millones de euros, en mayo de 2011 se localizaron y recuperaron dichas cajas a 4 000 metros de profundidad.

Cientos de investigadores y especialistas de Airbus, Air France y de varios Estados participaron en una investigación que hizo públicas sus conclusiones en un informe que se dio a conocer el 5 de julio de 2012.

Las causas de la catástrofe del vuelo 447

La causa principal del accidente fue la desconexión del piloto automático debido a lecturas erróneas de los sensores de velocidad, junto con una inadecuada respuesta de la tripulación ante la situación que afrontaban.

Entre los factores que contribuyeron al accidente, el informe menciona la atención selectiva (attention selectivity) o fijación de atención: los pilotos se enfocaron intensamente en los valores erróneos dados por el indicador de velocidad, mientras perdían de vista la situación general, incluyendo el estado de vuelo del avión y su posición en la trayectoria de descenso.

Los aprendizajes de esta tragedia han contribuido a mejorar la seguridad aérea, y es probable que esto haya permitido prevenir nuevos accidentes provocados por las mismas causas.

La forma en que el sector aéreo hace frente a una catástrofe también ofrece lecciones valiosas y un modelo para otros ámbitos, como la gestión de riesgos de desastres y la manera de abordar el análisis de los acontecimientos que dieron lugar a las inundaciones que arrasaron la comarca de l'Horta Sud de Valencia el pasado 29 de octubre.

Los relatos que se han conocido estas semanas sobre lo ocurrido aquella tarde en el Centro de Coordinación Operativa Integrado (CECOPI), con participación de técnicos y representantes de diferentes administraciones públicas y servicios de emergencia, guardan algunas similitudes con lo que ocurrió en la cabina del vuelo 447.

Por ejemplo, el hecho de que la atención de los presentes estuviera fijada en los caudales y niveles del río Magro y el riesgo de rotura de la presa del embalse de Forata. Mientras, en apariencia, pasaban desapercibidos los registros y mensajes que llegaban respecto de los caudales medidos en el barranco del Poyo, cuyo desbordamiento fue el que causó la mayor parte de daños y pérdidas de vidas humanas.

A la espera de un esfuerzo riguroso de investigación, el debate social también parece haberse quedado fijado en temas o indicadores muy concretos, como a quien corresponde adjudicarle de manera completa la responsabilidad por lo ocurrido.

Los fundamentos de un Sistemas de Alerta Temprana (SAT)

Sin embargo, la preparación ante un evento de este tipo exige haber actuado durante y, sobre todo, antes del desastre, en diferentes ámbitos que en conjunto dan lugar a un verdadero sistema de alerta temprana (SAT). La Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) considera que un SAT efectivo debe tener al menos cuatro componentes clave para detectar amenazas y alertar a las poblaciones en peligro.

El primero de ellos es el conocimiento del riesgo, lo que requiere identificar peligros potenciales –en este caso de inundación– y analizar su frecuencia y severidad, además de evaluar la vulnerabilidad y capacidad de la población para afrontarlos.

En el caso de Valencia se dispone de detallada información como mapas de inundación y estudios de inundabilidad. Sin embargo, los análisis de vulnerabilidad, en los que tienen un importante peso los elementos sociales y económicos, no han sido tan comunes; hoy sabemos que cerca de la mitad de las 222 víctimas mortales de la dana eran personas de más de 70 años.

El segundo componente es el de monitoreo y pronóstico de peligros hidrometeorológicos, una labor que suele estar liderada por la AEMET y las Confederaciones Hidrográficas, y que implica el uso de tecnologías y sistemas de medición como estaciones meteorológicas, sensores, medidores de caudal y niveles de cauces. Al igual que lo ocurrido con el vuelo 447, si los sensores no registran y transmiten de manera adecuada y a tiempo parámetros clave, aumenta el riesgo de tomar decisiones equivocadas.

El tercer ámbito de un SAT es la difusión y comunicación de alertas, uno de los aspectos que ha generado mayor polémica en el desastre de la dana por la tardanza en el envío de mensajes de aviso a los teléfonos móviles cuando ya había numerosos municipios inundados.

Los mensajes de alerta a través de SMS, radio, sirenas, redes sociales u otros medios no llegaron a tiempo, pero tampoco la población en general contaba de manera previa con las directrices sobre qué hacer, dónde resguardarse, qué lugares eran seguros y cuáles no; un conocimiento que no puede adquirirse si antes no se ha efectuado una labor continuada de pedagogía y sensibilización.

Formar a la población

El último componente es el de capacidades de respuesta, centrado en asegurar que las personas, familias e instituciones elaboren planes de acción o tengan pautas de acción apropiadas cuando reciben una alerta. Esto incluye preparar y formar a la población e instituciones diversas para responder de manera adecuada cuando se aproxima un evento climático extremo.

Cada desastre ofrece la oportunidad para aprender y evitar futuras tragedias. La investigación exhaustiva, la colaboración entre actores diversos y el enfoque en la mejora continua han demostrado ser claves para transformar calamidades en lecciones de futuro, como ocurrió tras el accidente del vuelo 447 de Air France.

De igual forma, los desastres como la dana en l'Horta Sud de Valencia deben ser un llamado de atención para fortalecer de forma amplia nuestras capacidades de prevención, mitigación, monitoreo, difusión de alertas y respuesta ante desastres.

The Conversation

Miguel Angel García Arias no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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