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El siglo XVII, que en España forma parte del denominado Siglo de Oro, es conocido por ser un momento de gran producción artística nacional. Es la época de figuras como Miguel de Cervantes, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Lope de Vega o Pedro Calderón de la Barca, pero también de Diego Velázquez, Francisco de Zurbarán o la Escuela de Salamanca.
Frente a esta realidad tan rica, existe otra, que puede ser más desconocida y que también tiene su interés, que explica el modo de vida de los habitantes de esta centuria.
El setecentista es un siglo marcado por la decadencia del Imperio. El gobierno de la nación se centra en la política exterior, lo que tiene repercusiones negativas en la vida social de la población española. Las continuas guerras, como la que les enfrenta a los ingleses (1625-1630) o a los franceses (1635-1659), dejan patente las prioridades de la monarquía, que obliga a realizar un gran desembolso económico y, por tanto, a pedir un enorme sacrificio a gran parte de la sociedad. Así, se implantan severos impuestos destinados a sufragar las continuas y duraderas contiendas bélicas.
Sin embargo, la presión fiscal es tan fuerte que hace empobrecer a la población. Esta realidad se traduce, por tanto, en la configuración de la sociedad en la que se percibe la difuminación de las clases sociales intermedias. De este modo, la nobleza y el clero ocupan los puestos privilegiados frente al resto de la población, que se ve abocada a sobrevivir.
Las invisibles del ‘resto de la población’
La vida cotidiana de este gran sector de los ciudadanos empieza con la familia, que es el vínculo social más fuerte que estructura a la sociedad. La casa, el lugar en el que se vive, se convierte en una “unidad de producción, consumo, proveedor de estatus y beneficiaria de los derechos colectivos de la comunidad, con un patrimonio simbólico y moral representado por el conjunto de honores que ostentaba la familia”.
El hombre es la figura más importante y la que administra los asuntos. Es, además, el único con derechos políticos, mientras que la mujer tiene un papel secundario y su destino se limita a dos opciones: el matrimonio –donde ejerce fundamentalmente las labores del hogar– o la Iglesia.
No es de extrañar entonces que los oficios de este siglo estén desempeñados principalmente por ellos. Algunos aparecen en los inventarios del Archivo Histórico Municipal de Valladolid y sus descripciones permiten conocer parte de las profesiones que se ejercían en esta centuria.
Trabajos diversos
Un oficio de prestigio era el de guadamacilero, quien fabricaba y vendía guadamecíes, cueros pintados o labrados artísticamente. Con ellos se decoraban, entre otros lugares u objetos, las casas, sobre todo las más pudientes. Esta profesión tiene probablemente su origen en la ciudad de Ghadames, en el Sáhara, ya que “es el lugar que más fama tenía entre el pueblo árabe por sus cueros labrados y dorados, de donde tomaron el nombre de ‘ghadamesi’, que al extenderse y españolizarse daría el actual guadamecil”.
En el terreno de la alimentación existían fruteros, pasteleros o confiteros. Pero también andaban por allí los cereros, que se encargaban de fabricar la miel o venderla en la tienda, y los alojeros, quienes comerciaban con aloja, una bebida compuesta por agua, miel y especias que hacía las delicias de los espectadores que presenciaban una comedia del Siglo de Oro.
Para la ropa no faltaban los sastres o los mercaderes de ropería. Estos últimos se dedicaban a vender vestidos hechos. Debido al crecimiento del número de roperos, su trabajo alcanzó el estatus de oficio y se les fueron destinando mejores lugares en las calles más importantes de las ciudades. Los coleteros, por su parte, fabricaban y vendían coletos –vestidos con casaca o jubón hechos de piel o cuero–.
En el ámbito de la salud contaban con boticarios, médicos y curanderos. Y en un estatus intermedio entre estas dos últimas profesiones, también tenían barberos sangradores, el escalón más bajo de las profesiones sanitarias propiamente dichas. Los integrantes de este oficio se encargaban de cirugías menos importantes destinadas a sangrar, es decir, realizar una incisión en la vena para vaciarla de sangre y curar determinadas enfermedades.
Tampoco hay que olvidarse de otras profesiones que han llegado hasta hoy, como las de carpintero, librero, abogado, mesonero –una práctica muy habitual en ese período que consistía en dar hospedaje a alguien– y corneta –que, como su propio nombre avisa, era la persona dedicada a tocar este instrumento–.
Y también en el gobierno
Finalmente, en el terreno político se recogen otros oficios como el de alcaide de las cárceles secretas de la Inquisición; relator de la Real Chancillería; regidor presbítero, es decir, gobernador de los sacerdotes, y contador de rentas y quitaciones del rey –responsable de la economía gubernamental–.
Es una pequeña muestra de las variadas labores que desempeñaban los españoles del siglo XVII en su vida diaria y que retratan no solo la prosperidad de la época, sino también su cotidianeidad.
Javier Mora García no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.