Cómo combatir la polarización política que causan las percepciones erróneas

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Entre 2021 y 2024, el nivel de polarización afectiva en España sufrió una variación porcentual del 30,6 %. Solo en el último año (2023-2024), este aumento fue del 7,22 %. Estos datos coinciden con una sensación extendida entre la población. Los resultados de la IV Encuesta Nacional de Polarización Política del CEMOP –Centro de Estudios Murciano de Opinión Pública–, presentados el pasado octubre, señalaban que un 82 % de las personas entrevistadas consideraba que la crispación política había aumentado respecto a cuatro años antes.

Este fenómeno no solo tiene consecuencias políticas, dificultando el funcionamiento de las instituciones y la posibilidad de alcanzar acuerdos, sino que también promueve dinámicas de segregación social entre quienes piensan diferente. Algunos estudios señalan que incluso puede afectar a la salud de los ciudadanos.

Tras una década de estudios sobre las causas y consecuencias de la polarización afectiva, el foco de investigación actual se está desplazando hacia las estrategias de despolarización. ¿Cómo podemos rebajar este suflé?

Juicios basados en estereotipos

Nuestras identidades políticas distorsionan la manera en la que percibimos a los grupos rivales. Esto nos hace exagerar el grado de desacuerdo y de amenaza (falsa polarización) y generamos juicios basados en meros estereotipos. Un artículo publicado en la revista Nature demostró que cuando se corrigen las percepciones erróneas sobre el alcance real del desacuerdo partidista, se reducen los sentimientos negativos hacia el grupo externo al sentir que la posición del oponente no es tan peligrosa para los intereses propios como se pensaba.

Los estudios del CEMOP han demostrado que estas percepciones erróneas son muy comunes en España, por lo que se ha asentado una sensación irreal de distanciamiento que necesita ser contrarrestada con datos sobre lo que de verdad piensan los diferentes grupos de votantes.

Las percepciones erróneas se incrementan por la falta de contacto interpartidista y la creciente segregación social por razones políticas. Por esta razón, también se han testado los efectos del contacto intergrupal. Cuando personas con ideas políticas diferentes comienzan a conversar de forma distendida y se conocen mejor, pueden llegar a reducir sus niveles de hostilidad hacia el grupo externo. Esto sucede, precisamente, porque al conocer en profundidad a un miembro de ese grupo se reducen los prejuicios y se percibe de una forma menos estereotipada a todos sus integrantes.

La consolidación del partidismo como una forma de megaidentidad es uno de los rasgos más característicos de las sociedades altamente polarizadas. En estos contextos se extiende la lucha partidista a todos los ámbitos sociales y personales y se exige una alineación coherente de todas las identidades del individuo, reduciendo la presencia de lealtades transversales y el contacto entre quienes pertenecen a grupos políticos distintos.

Cuando las élites nos enseñan que no está mal llevarse bien

La retórica inflamada de los líderes políticos ha denostado tanto a los rivales que la norma social dominante (lo que es adecuado) es mostrar cuanto más rechazo mejor hacia quien apoya a otro partido. De lo contrario, incluso podríamos estar cuestionando la solidez de nuestra propia identidad.

La polarización afectiva encierra un cierto contenido de deseabilidad social: el comportamiento observado en las élites ha generalizado la sobreactuación y ha ido enseñando que los niveles de disputa son realmente altos (lo que se ha trasladado de forma imitativa a la vida diaria). Exageramos nuestras actitudes porque pensamos que es lo que se espera del “buen partisano”, pero también porque es lo que vemos que hacen nuestros referentes.

Si las élites dejan de sobreactuar e incluso aumentan las escenas de colaboración y distensión, es posible que cambie la percepción real tanto del grado de división política como de lo que es deseable expresar. Esta idea conecta con una amplia lista de evidencias sobre una polarización social inducida desde arriba, con fines esencialmente electorales y no como una respuesta adaptativa a una demanda. Además, se rompería la profecía autocumplida: nos polarizamos porque percibimos polarización.

Los temas de los que hablamos importan

No todos los temas de la agenda pública polarizan por igual. Las batallas culturales exacerban los conflictos morales e identitarios y crean marcos netamente emocionales. Son temas fáciles de entender por el gran público en los que pueden activarse con facilidad atajos cognitivos y que tienen mayor capacidad de movilizar e interesar, pero tensionan afectivamente a la ciudadanía.

Por el contrario, hay otros asuntos –de mayor corte racional, vinculados con políticas públicas económicas o de carácter instrumental– en los que es más difícil que aparezca un debate tan acalorado e incluso se desdibujan las fronteras grupales.


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Las estrategias de los partidos encuentran habitualmente en las batallas culturales una vía rápida para reforzar los vínculos identitarios. Se descuidan de esta forma cuestiones que preocupan más a la ciudadanía y en las que además existe un amplio consenso social de partida –al menos en la definición del problema–.

El desplazamiento de la agenda pública desde asuntos más vinculados con el día a día de la mayoría social hacia hondas batallas culturales –en algunos casos planteadas por partidos que quieren romper ciertos consensos o cuestionar ciertos derechos– ha contribuido a expandir la polarización afectiva en España. Un esfuerzo –al menos de los dos principales partidos– por centrar sus disputas en cuestiones de tono menos cultural y más económico-social podría rebajar el clima de animadversión.

Junto a estos tres puntos esenciales, cabría señalar también la influencia de la dieta mediática y de los algoritmos, así como el papel potencial que la IA puede tener en el futuro para generar contranarrativas automatizadas que ofrezcan alternativas a los mensajes polarizantes y reducir el impacto de la desinformación.

Por ahora, parece claro que necesitamos comenzar a cambiar el discurso dominante pasando del “estamos muy divididos” al “tenemos más en común de lo que creemos”. La polarización que sentimos tiene un origen ciertamente artificial inducido por percepciones erróneas, prejuicios, normas sociales y determinadas estrategias comunicativas.

The Conversation

José Miguel Rojo Martínez recibe fondos del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España para su Contrato FPU y ha participado en el proyecto POLARIZA financiado por la Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia-Fundación Séneca (21876/PI/2022).

Ismael Crespo Martínez ha sido IP POLARIZA financiado por la Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia-Fundación Séneca (21876/PI/2022)"


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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