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Madrid, año 2044. Las cifras de hablantes de español sufren sus mínimos históricos: tan solo el 24 % de la población afirma usarlo “siempre”. Por primera vez, el inglés se posiciona como la lengua más usada por la población madrileña con un 53 %.
La pérdida de hablantes de español no es casual. Mientras el inglés domina los espacios públicos, la educación y el mercado, el español apenas se mantiene en determinados sectores comprometidos con la lengua o en el ámbito rural. El 32 % de la juventud madrileña afirma no saber hablar en español.
El discurso dominante sobre la lengua ha convencido a la sociedad de su falta de productividad y se ha frenado la transmisión intergeneracional (las madres y los padres ahora prefieren hablar inglés a su descendencia). De hecho, los datos advierten que apenas el 16 % de las personas menores de 15 años lo usa.
Mientras tanto, una parte de la sociedad civil, junto a diversas organizaciones culturales y académicas, lleva años exigiendo una mayor protección y promoción del español. Sin embargo, el Gobierno parece ignorar sus reclamaciones y disfraza los datos con sus políticas de impulso del inglés. Lo hace, además, presentando la expansión del inglés como un éxito del “progreso” y amparado en el mito de la “libertad lingüística” (que cada quién elija qué idioma quiere hablar). Con todo, la elección de lengua “en libertad” no se puede desligar del contexto social. Si la ciudadanía debe escoger entre una que promete el progreso u otra vinculada con el atraso, la elección será obvia y el español no tendrá ninguna posibilidad.
Puede que este relato le haya causado desagrado e incluso cierto estupor. Seguramente habrá pensado que algunas decisiones políticas no han sido las más acertadas y que toda la población ha sido responsable, en mayor o menor medida, de la caída constante de hablantes de español.
Aunque parezca poco probable este futuro para el español, reflexionar sobre ello quizás pueda ayudar a ponernos en el lugar de quién lucha por la supervivencia de su lengua no tan lejos de este Madrid distópico.
Galicia, año 2024
Lo que le hemos contado hasta ahora es un resumen de la historia reciente de la lengua gallega y las cifras que acaba de leer, por increíbles que parezcan, son totalmente reales.
El gallego ya no es la lengua más hablada en Galicia. Según la Encuesta Estructural a Hogares que publicó el Instituto Galego de Estatística en octubre de 2024, por primera vez desde que se incorporaron estas preguntas a la encuesta en 2003, el español le ha arrebatado la posición de lengua mayoritaria. Como reflejábamos en el futuro distópico, tan solo el 24 % de la población afirma usar el gallego “siempre” y un 53 % utiliza de forma mayoritaria o únicamente el español para comunicarse.
Al mismo tiempo, este estudio apunta a la caída de todas las competencias en las franjas de edad más jóvenes. Solo un 16 % de las personas menores de 15 años lo usa como idioma mayoritario, mientras que un tercio confiesa no saber hablarlo. ¿Cómo se pierde el interés por hablar la lengua propia? ¿Por qué se devalúa un idioma?
Puede parecer que el origen de esta terrible situación se reduce a la dañina legislación lingüística que se aplica en la educación y que es responsable de la caída en las competencias en gallego de la juventud. Nos referimos al llamado decreto para o pluriligüismo, que redujo el mínimo anterior del 50 % de uso de la lengua gallega en la educación (que recomendaba el Plan Xeral de Normalización aprobado por unanimidad en el Parlamento) a un máximo del 33 %. Además, fraguado al calor del discurso de la libertad lingüística, el decreto preveía una controvertida consulta a las familias sobre la preferencia de la lengua utilizada en las aulas que fue posteriormente anulada, igual que otros puntos del decreto, por diversas sentencias judiciales.
De hecho, los informes que el Consejo de Europa elabora sobre las lenguas minoritarias lo han vuelto a advertir (por sexta vez): deben eliminarse las trabas legales que impiden el uso del gallego, por ejemplo, en las materias de ciencias o en las primeras etapas educativas, cruciales para su supervivencia. Además, estos informes también demandan repetidamente adoptar medidas para garantizar el uso del gallego en el resto de ámbitos (administración, sanidad o justicia) donde no se está cumpliendo la legislación.
Sin embargo, existen también otros factores (individuales y colectivos) que obstaculizan su revitalización: la globalización y la supervivencia del gallego frente a las lenguas hegemónicas, la desinformación vertida sobre la situación lingüística y la escasa reflexión sobre ella, la estigmatización de la lengua y su consecuente falta de estima y la escasa promoción social desde las instituciones. Por todo ello, no se puede negar que también ha habido cierta inacción social que ha relegado al gallego en beneficio del español.
En busca de soluciones y protección
Desde la publicación de los demoledores datos de uso y competencias de la lengua gallega, los sectores comprometidos con el idioma y la cultura se han movilizado alrededor de la plataforma Queremos Galego para alzar la voz y, como dice su último eslogan, “cambiar de rumbo”.
El gobierno autonómico (casi ininterrumpidamente conservador desde el inicio de la democracia, excepto entre 2005 y 2009) nunca ha intentado acercar posiciones en materia lingüística con otros grupos políticos ni tampoco con organizaciones sociales o académicas. Recientemente ha propuesto un pacto por la lengua, pero advierte ya de que no derogará la lesiva norma educativa del plurilingüismo a la vez que socializa la responsabilidad de la pérdida de hablantes relacionando los malos datos del gallego con un aumento de las personas migrantes. Unos datos cuya gravedad, además, suaviza.
En este contexto, aunque sea una realidad que la desaparición de una lengua es un fenómeno complejo y multifactorial (no hay una única causa ni responsable), no debemos olvidar que no todas las personas tienen el mismo margen de actuación y que, desde luego, ninguna lengua muere naturalmente, sino que siempre es consecuencia de una acción política.
Sin embargo, no tratamos aquí de señalar culpables. Nuestra intención es informar de la realidad lingüística de Galicia con el objetivo de unir fuerzas para trabajar colectivamente por revertir la situación y cambiar el rumbo de las acciones de defensa y promoción de la lengua que están demostrando no ser efectivas. Confiamos en que aún estamos a tiempo y en que todas las personas, dejando de lado cuestiones ideológicas, se sumarán a esta causa para evitar ser cómplices de la desaparición del gallego.
Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.