¿Nuestras experiencias afectarán a los nietos? Desde el punto de vista de la genética, no

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Somos quienes somos, en parte, gracias a los ácidos nucleicos de nuestro genoma: adenina, timina, guanina, citosina y uracilo. Sin embargo, nuestro material genético no se compone solo de ellos, sino que va más allá. Llamamos “epigenética” a aquellas marcas que producen cambios en la expresión de los genes sin modificar la secuencia de nucleótidos. Estas marcas tienen una gran importancia en cómo se expresan los genes y, por tanto, sobre nuestra apariencia y propensión a sufrir enfermedades.

Estas “marcas epigenéticas” están influenciadas por el ambiente, pero también por la secuencia de ADN. Eso implica que pueden estar condicionadas por nuestra forma de vida, desde la alimentación hasta el estrés. Existe una corriente que promulga que la epigenética se transmite de padres a hijos, incluso que el medio ambiente que sufrieron las abuelas pueden afectar a las nietas. Otros llegan a sugerir que podemos heredar los traumas de nuestros progenitores.

Estas sorprendentes afirmaciones han despertado el interés de numerosos genetistas. Podrían sugerir la necesidad de revisar las leyes de la herencia tal y como las conocemos. Por ello, la ciencia ha tratado de responder durante las últimas décadas a la pregunta de si existe una “herencia epigenética”.

El error del lamarckismo

Por un lado, la idea de una “herencia epigenética” evoca las teorías del naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829). Según el lamarckismo, los individuos reciben influencia de las condiciones y el ambiente en el que viven y moldean las características de las especies. Estas son después transmitidas a la descendencia.

Esto puede entenderse con mayor facilidad mediante el ejemplo más famoso de esta teoría: el de que las jirafas, al estirarse para conseguir alimento de los árboles más altos, alargaban sus cuellos. Como podían acceder a más comida porque alcanzaban más alto, tenían más probabilidad de sobrevivir. Esta modificación se transmitía a los descendientes. Otro caso sería el del herrero que conseguía brazos fuertes por su trabajo: según el lamarckismo sus hijos también heredarían esta fortaleza muscular.

Pese a resultar tan intuitiva, la teoría de Lamarck fue refutada por la teoría de la evolución del británico Charles Darwin (1809-1882). Según ella, son mecanismos como la selección natural los que provocan que algunos individuos (las jirafas con cuellos más largos) sobrevivan más y dejen más descendientes, lo que a su vez provoca que esos genes se transmitan más.

¿Tenemos evidencias de la herencia epigenética?

Para responder a esta pregunta debemos primero diferenciar entre dos conceptos: la “herencia epigenética transgeneracional” y los “efectos epigenéticos intergeneracionales”.

Los efectos epigenéticos intergeneracionales se darían cuando un mismo evento afecta a varias generaciones de forma simultanea. Las condiciones para esto se dan en una embarazada que contiene al feto y a las células germinales (óvulos) de ese feto, que dará lugar a las nietas y nietos. Por tanto, en ese momento coinciden tres generaciones. Un efecto ambiental que cambie la epigenética afectaría a las tres, no por transmisión o herencia, sino por un efecto simultáneo directo que afectaría a la madre, la hija y los nietos.

La hambruna holandesa de los años 1944-1945 es un conocido caso de epigenética intergeneracional. Los fetos de las mujeres embarazadas durante ese periodo variaron su epigenética debido a las condiciones de hambruna de sus madres, lo que les volvió más susceptibles a enfermedades metabólicas durante su vida adulta.

Por otra parte, la herencia epigenética transgeneracional sería la transmisión de las marcas epigenéticas desde los progenitores a los descendientes a través de la línea germinal (óvulos y espermatozoides) de forma sistemática a través de varias generaciones, como sucede con los genes a lo largo de la evolución.

Esto último es algo para lo que no tenemos pruebas. Al menos, en mamíferos. En otros organismos, como insectos y plantas, sí parece haber una herencia epigenética transgeneracional más allá de tres generaciones.

Razones por las que la herencia epigenética no ha sido probada

Para poder asegurar que existe la herencia epigenética transgeneracional es necesario cumplir cinco requisitos:

  1. Que la primera generación no expuesta a los mismos factores ambientales que sufrieron las abuelas haya heredado el rasgo fenotípico.

  2. Que la primera generación no expuesta a los mismos factores ambientales que sufrieron las abuelas haya heredado las marcas epigenéticas.

  3. Que las marcas epigenéticas hayan sido adquiridas por línea germinal, descartando que hayan sido adquiridas en los mismos sitios pero a posteriori.

  4. Analizar las marcas en la células germinales para verificar que portan las marcas epigenéticas.

  5. Verificar que los cambios en la expresión genética se mantienen en las diferentes generaciones.

Sorprendentemente, incluso los estudios que dicen haber encontrado herencia epigenética transgeneracional, no cumplen la mayoría de estos criterios. Muchas veces se ignora el doble borrado que ocurre durante la maduración de las células germinales y durante la fecundación, cuando se produce un “borrado epigenético” de casi la totalidad de marcas epigenéticas. Aunque alguna escape, son casos aislados y aleatorios en los que no se podría hablar de una herencia programada.

A pesar de todo esto, la existencia de la herencia epigenética sigue debatiéndose. Es tremendamente complicado demostrar su existencia, ya que existen multitud de variables de confusión que hasta la fecha han impedido su verificación. Sin embargo, hay más evidencias de su inexistencia, como el borrado epigenético y la ausencia de indicios más allá de tres generaciones.

El efecto intergeneracional es algo diferente, como se pudo ver con las embarazadas holandesas expuestas al hambre durante la Segunda Guerra Mundial. Las madres gestantes o en proceso de serlo deben cuidar de los factores ambientales que les rodean, puesto que afectarán a sus hijas, hijos y, probablemente, a sus nietas y nietos.

The Conversation

Óscar González-Recio no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.



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