Posesión presidencial en Venezuela: el rol incómodo de Colombia

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El dilema de asistir o no asistir a la posesión de Nicolás Maduro ha sido motivo de discusión a nivel interno en Colombia. El canciller Luis Gilberto Murillo, quien se perfila como uno de los posibles candidatos a las próximas elecciones presidenciales, ha anunciado que “sin actas no hay reconocimiento”. Por su parte, el vicecanciller Jorge Rojas dijo que Colombia, al igual que otros países como México, enviará un representante al acto de posesión de Nicolás Maduro.

Sin embargo, en las últimas horas y a través de su cuenta de X, el presidente manifestó que no se presentará en el acto de posesión, dejando a un lado la incertidumbre que se venía generando al rededor del hecho de que asistiera, pues en repetidas oportunidades manifestó que nadie puede “invadir la esfera constitucional del presidente” y que era él quien decidía si iba o no.

Entre las razones para fundamentarlo, se encuentran la detención de Enrique Márquez y Carlos Correa y el caso omiso de Venezuela frente a la petición, de Colombia junto a países como Chile y Brasil, de presentar las actas de los votos para legitimar los resultados de las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024. Algo que no ha ocurrido hasta la fecha.

Lo anterior, implica enviar a Milton Rengifo, embajador de Colombia en Caracas, una situación que si bien no empaña la imagen de Petro, en términos simbólicos no cambia la situación, el reconocimiento es el mismo, porque no importa quién vaya: asistir es dar legitimidad al régimen.

Marcha atrás y paso en falso para Colombia

En tal sentido, asistir a la posesión, de alguna manera, deja aislada a Colombia del concierto internacional, porque la mayoría de los gobiernos de la región y del mundo occidental no han reconocido la victoria de Maduro. Podríamos decir que Colombia se estaría alineando con Irán, Rusia, Corea del Norte, Nicaragua y Cuba, que son algunos de los Estados que sí lo han reconocido como presidente de Venezuela. Esto es un paso en falso para la política exterior colombiana, pero que a los ojos de Petro, permite continuar con las relaciones de los dos países y, posiblemente, continuar con el apoyo que Nicolás Maduro ha brindado para la continuación de los procesos de paz fallidos de Colombia.

Gustavo Petro hablando sentado ante una mesa con micrófono y la bandera de Colombia.
Gustavo Petro, presidente de Colombia, durante una reunión del G20 el 19 de noviembre de 2024 en Río de Janeiro, Brasil. A.PAES/Shutterstock

2 219 kilómetros de frontera viva y porosa

Para Colombia, el asunto venezolano es mucho más grave que para el resto de países. Existe una frontera viva y porosa de 2 219 kilómetros entre ambos territorios. Enemistarse con el Gobierno de Venezuela, que va a extenderse, sería un factor negativo para esa estabilidad que se ha recuperado tras las tensiones que surgieron con el Gobierno del expresidente Iván Duque.

Es fácil opinar sobre la postura de Colombia frente a Venezuela. Pero el asunto va más allá. Lo que para otros se limita a un problema de migración ilegal, para Colombia es un problema social y político. No es tan fácil rechazar al Gobierno de Maduro. Incluso las relaciones consulares entran en juego. Basta pensar en la documentación, incluidos pasaportes, de los venezolanos que viven en Colombia y que se cifran en casi tres millones de personas.

Por su parte, la líder opositora venezolana, María Corina Machado, ha sabido aprovechar su posicionamiento en la comunidad internacional. Según Machado, si el Gobierno colombiano insiste en apoyar la dictadura de Nicolás Maduro, habrá más guerra e inseguridad en Colombia.

Para nadie es un secreto que muchos grupos armados, como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), se amparan en Venezuela. Si Maduro continúa en el poder y la relación con el Gobierno colombiano se tensa, Venezuela continuará siendo su refugio y base de operaciones.

No obstante, sí hay algo seguro. Maduro, no se va a volcar a un sistema democrático y tampoco le va a entregar el poder a Edmundo González, el rival presidencial. González está exiliado en España y ha sido reconocido como ganador y legítimo presidente por los Gobiernos de Estados Unidos, Ecuador, Argentina y Panamá, entre otros.

Por lo tanto, este Gobierno se extenderá y pese a la decisión de González de posesionarse también como presidente el 10 de enero –una decisión que incluso puede poner en riesgo su vida–, queda esperar que no se transforme en un Juan Guaidó, quien va por el mundo como presidente simbólico, pero no muerde ni manda. Lo que exige la democracia es que haya un traspaso real del mando presidencial a Edmundo González, el ganador real de las elecciones, según la documentación presentada por el Centro Carter ante la Organización de Estados Americanos.

Venezuela y el mundo

La postura del Gobierno de Maduro representa una grave amenaza para la democracia como la entendemos hoy en día y un desafío a la legitimidad democrática.

Que no haya claridad en el origen del poder de Nicolás Maduro, que lleve tantos años, que no haya división de poderes, que prime la represión, la censura y las detenciones arbitrarias a la oposición son factores que generan un panorama preocupante. A la larga las dictaduras, como la de Cuba, como la de Nicaragua o como la de Venezuela, son factores desestabilizadores para el continente.

Para Rusia y China, la presencia de Maduro no es incómoda. Tienen inversiones en Venezuela y mucho interés en Latinoamérica. La continuación del régimen es una puerta estratégica para estos países en una región que ha sido tratada históricamente como el patio trasero de Estados Unidos.

El asunto, aunque en teoría podría incomodar a Estados Unidos, puede no ser tan molesto a raíz del cambio de gobierno en Washington. No está claro cuánta preocupación pueda tener Donald Trump por la democracia en Venezuela. Por su modo de gobernar, no sorprendería el surgimiento de nuevas negociaciones.

De hecho, en sus discursos, Maduro no ha sido violento con Donald Trump. Y si las intenciones de repetir la historia existieran, como en su momento ocurrió con Allende en Chile, ya lo habrían hecho. En consecuencia, el pragmatismo alza la bandera, se convierte en ficha clave en las relaciones internacionales y deja una lección clara: no siempre lo bueno y lo justo es lo legítimo.

The Conversation

Fernando Cvitanic no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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