Vea También
En la actualidad, la retórica política ha evolucionado hacia un uso más sofisticado y sutil del lenguaje. Entre las herramientas más poderosas y discretas de esta nueva forma de comunicación política se encuentra el dogwhistle o “silbato para perros”.
Este término, que en su sentido literal describe sonidos audibles solo para ciertos animales, ha sido adaptado para referirse a mensajes políticos que, aunque están disfrazados bajo una apariencia inofensiva o neutral, contienen significados ocultos que son reconocibles únicamente por una parte del público, conocedora de ciertos contextos o ideologías.
La capacidad de estos mensajes para influir en la opinión pública sin generar polémica abierta está transformando la manera en que los políticos operan y en que las sociedades perciben los discursos.
Expresiones como “valores familiares”, por ejemplo, pueden parecer inocuas para la mayoría de personas, pero ciertos grupos pueden interpretarlas como una postura en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo. De esta manera, los políticos logran transmitir un mensaje, a menudo discriminatorio, sin levantar sospechas o rechazo. Así, si se le recrimina, el político puede negar cualquier acusación de promover valores antidemocráticos, afirmando que sus palabras no tenían tal significado.
Impacto social de este lenguaje
El uso de dogwhistles, lejos de afectar únicamente a la política, también tiene profundas implicaciones para la cohesión social y la democracia. Al emplear este tipo de lenguaje, los políticos explotan prejuicios latentes dentro de la sociedad, activando sesgos implícitos en determinados grupos del público receptor sin necesidad de pronunciar discursos abiertamente discriminatorios.
Esta estrategia, aunque efectiva, contribuye a la atomización de la información. Refleja cómo los discursos políticos fragmentados contribuyen a la construcción de una opinión pública basada en la desinformación, lo que, en consecuencia, impide la creación de un entendimiento común de los problemas políticos, esencial para un debate democrático saludable.
Lejos de promover el diálogo inclusivo, los dogwhistles refuerzan divisiones sociales, validan creencias excluyentes y profundizan desigualdades ya existentes.
Retórica de poder y manipulación
La retórica política, por naturaleza, busca persuadir, influenciar y, en última instancia, consolidar poder. Los políticos necesitan el apoyo de sus votantes para legitimar su mandato, y las palabras juegan un papel clave en este proceso. No obstante, no siempre es posible ser directo en ciertos temas sensibles. En lugar de correr el riesgo de alienar a ciertos sectores del electorado, los políticos recurren a estrategias como el dogwhistle, que les permite comunicarse de forma ambigua y estratégica.
El uso de estos mensajes codificados puede ser visto como una forma de manipulación, ya que permite a los políticos obtener apoyo sin exponer abiertamente sus posturas más controvertidas. Esto pone en riesgo la transparencia de los procesos democráticos, además de que se manipulan las emociones y creencias de ciertos sectores de la población, explotando sus sesgos para obtener ventaja política.
Aunque algunos argumentan que los dogwhistles son una forma de discurso de odio encubierto, esto no siempre es así: en ciertos casos, el objetivo principal es señalar una posición con respecto a una ideología o un conjunto de valores particulares, evitando al mismo tiempo provocar rechazo en otra parte del electorado.
El caso del emoticono de la sandía
Un ejemplo reciente de dogwhistle no relacionado directamente con el discurso de odio es el uso del emoji de la sandía como símbolo de solidaridad con la causa palestina. Los colores de este símbolo evocan los de la bandera palestina, transmitiendo un mensaje político sin ser censurado en plataformas que podrían prohibir símbolos explícitos.
Normalización de ideologías a través del lenguaje
Un aspecto preocupante del dogwhistle es su capacidad para normalizar ideologías extremas, pues facilita la introducción de ideas antidemocráticas sin enfrentar un rechazo inmediato. Esto se convierte en un ciclo de legitimación mutua: los políticos validan las creencias de ciertos grupos, ganan su apoyo y fortalecen su posición, legitimando así las posturas en la sociedad.
A largo plazo, este ciclo permite que discursos iniciales, sutiles y marginales, se conviertan en posturas explícitas. Así, los dogwhistles, al manipular el lenguaje, contribuyen a la polarización y permiten que creencias rechazadas por el consenso social ganen terreno.
El uso de dogwhistles en la política plantea serias amenazas para la calidad del debate democrático. Al ocultar intenciones divisivas detrás de mensajes aparentemente neutros, los políticos socavan la deliberación pública genuina y entorpecen la transparencia.
La manipulación del lenguaje de esta manera también dificulta la rendición de cuentas, ya que los políticos pueden fácilmente negar las implicaciones de sus palabras cuando se les confronta.
En una democracia sana, es esencial que las discusiones políticas sean claras y abiertas, permitiendo que los votantes tomen decisiones informadas. Sin embargo, cuando el lenguaje se utiliza para confundir y dividir, se dificulta la creación de un consenso colectivo sobre los problemas más apremiantes de la sociedad.
![The Conversation](https://counter.theconversation.com/content/243308/count.gif)
Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.